Brenda Navarro (Foto: Nora Lezano)

En verdad Brenda Navarro quería ser rockera. Sí. Eso quería: subir a un escenario, tal vez cantar con una guitarra ecéctrica colgada del hombro o con unos teclados y unos sintetizadores. Ese era el plan. Esa era la fantasía. Pero, como sucede con casi todo, el deseo no se cumplió y terminó convirtiéndose en escritora. “Cuando estaba en el colegio, en la clase de música nos decían ‘a ver niños, abran el libro en el capítulo dos y preparen un resumen’. Era algo fatal. Por eso yo ni sé leer notas musicales –dice Navarro en diálogo con RadarLibros–. Además, mis padres eran prácticamente pobres y cuando pedía por clases de piano o violín me contestaban ‘sí, sí, claro’, pero nunca llegaban”. A pesar de todo esto, la escritora mexicana no se dio por vencida y cuando empezó a escribir trató de convertir las oraciones y los párrafos que llenan sus libros, con sus puntos y sus comas, en algo que se acerque a la música: inventó ritmos y maneras de hablar para sus narradoras como si fueran canciones. De rockera frustrada a escritora rockera. 

Brenda Navarro nació en México en 1982. Antes de entrar en el mundo de la literatura, pasó por la Universidad Nacional Autónoma de ese país, institución en la que estudió sociología y economía. Después de graduarse, hizo una maestría en Estudios de Género, Mujeres y Ciudadanía en la Universidad de Barcelona. También fue fundadora de #EnjambreLiterario, que se dedicó a difundir y estimular la producción literatura de distintas mujeres de la región desde 2016 y hasta el 2020. Desde hace ya algunos años vive y trabaja en Madrid. 

Tiene dos novelas publicadas: Casas vacías –publicado en 2019 por la editorial Sexto Piso– y Ceniza en la boca –lanzado el año pasado por el mismo sello–. En ambas novelas, la autora transforma los universos domésticos, la vida cotidiana misma, en un mundo trastocado, un poco perverso y otro poco sórdido. En ambas novelas, Navarro le da voz a un grupo de narradoras que están atrapadas en su propia neurosis, presas de un frenesí mental que las convierte, por momentos, en personas detestables. Su literatura plantea constantemente una ambigüedad entre el horizonte de expectativa que hay sobre esas narradoras y lo que realmente son. 

“Siempre tengo presente que mis personajes tengan contradicciones. Que digan que prefieren pedir perdón, antes que pedir permiso. Pero que al mismo tiempo ellas prefieran lo opuesto, es decir, que a ellas sí les pidan permiso. Hay algo en ese juego de la doble moral que me interesa trabajar en mis historias”. En este sentido, la literatura de Navarro parecería ser, de a ratos, extemporánea: ante el avance de las certezas, de las verdades totalizadoras, de la ausencia de matices, la autora plantea una literatura donde es justamente esa tensión entre la certeza y la duda lo que mueve a las historias. “Trabajo con esa ambigüedad porque no siento que tenga que demostrarle algo a alguien, puedo escribir lo que se me da la gana porque hay otras personas que ocupan los lugares que yo no quiero ocupar y cumplen con las expectativas que yo no quiero cumplir. No me interesa convertirme en la figura de un escritor, en lo que representa ser un escritor hombre y consagrado. Y eso es para mí un deseo cumplido: puedo hacer lo que quiera. Esa forma de ser traviesa me gusta”.

Navarro se reconoce a sí misma como una autora feminista, pero la lectura de género que propone, por ejemplo en su primera novela Casas vacías, es poco habitual. Sí, hay violencia machista contra las mujeres de la historia y la autora lo muestra, pero también exhibe que las protagonistas del relato, de una manera rebuscada, se regocijan en ese padecimiento e incluso son violentas con otras mujeres y hasta con otros niños. “Estoy un poco cansada de que se espere todo el tiempo algo de mí, algo estereotipado. Si digo que soy feminista, se espera que mi literatura sea de tal o cual manera o que mis narradoras sean de una forma específica. Si llego a algún lugar como Estados Unidos, o incluso en España donde vivo, se espera que yo sea una pobre mujer migrante, aborigen, india. Y si me aparezco con un vestido blanco como el que llevo ahora sus caras son de sorpresa porque lo que esperan es que yo esté de Pachamama”. Lo que le interesa a Navarro no es necesariamente hacer encajar su literatura y su imaginería en una discusión que la aplauda, o que le de likes, sino más bien señalar qué contradicciones tienen algunas de las discusiones que suceden hoy en día. Se trata más bien de agitar el avispero que de cosechar adeptos y convencidos. 

Brenda Navarro en Buenos Aires (Foto: Nora Lezano)

Madres desesperadas

En los últimos años el tema de la maternidad se impuso en el mundo de la literatura. Diferentes lecturas y relecturas abordaron este tema, desde distintas perspectivas. Empezaron a emerger novelas y libros de autoficción que mostraban una forma otra de la crianza. A contramano del consenso progresista de la época, lo que propone Navarro sobre este tema en Casas vacías es algo bastante radical.

En esa novela, una mujer le roba el hijo a otra y a partir de ese momento sus historias se entrelazan. Con ese secuestro, ambas mujeres se sumergen en una vida llena de oscuridad, demencia y desprecio hacia ellas mismas y también hacia todo lo que tienen alrededor. Para las protagonistas de la novela, la maternidad es algo realmente deseado, pero como medio para conseguir otra cosa. Ellas parecerían no querer a ese hijo que comparten, sino que quieren lo que ese niño puede llegar a significar: la estabilidad de una pareja, la idea de familia, una excusa para alejar a un amante, un motivo para seguir respirando. 

“En una entrevista aquí en Buenos Aires un periodista me dijo: ‘Así que tu eres la que escribe sobre mujeres locas’. Y yo pues que no, que no las llamaría así. Diría que las mujeres de mis novelas son incorrectas, pero a la vez pienso que mi literatura no es incorrecta –dice Navarro–. Por ejemplo, yo sigo las reglas de la novela y no experimento absolutamente nada porque no estoy pensando en hacer como estos ‘transgéneros literarios’. Me gusta lo clásico, me gusta responder a eso y en todo caso mi aporte tiene que ver con cómo juego con el lenguaje, que en mis libros no aspira a ser literario, sino musical”.

Navarro logra imponerse al tema, es decir, Casas vacías es más que “un libro sobre la maternidad”. La manera en la que trabaja las voces de sus personajes genera que haya todo un trabajo formal que trasciende lo temático. Vence la tiranía del tema para poder abordar otras cuestiones a través de esta historia: lo que pone en evidencia Navarro con esta novela es que los privilegios de clase, o la ausencia de los mismos, no son garantía de nada. No hay nada que salve a una persona de convertir su propia casa en una casa vacía de amor, en un espacio lleno de desprecio, odio y violencia. No existe ninguna garantía que le evite a alguien el camino del padecimiento. Ni siquiera pensar “como corresponde”, ni ser bueno, ni ser progresista. “Creo que estamos en una época donde no hay ni buenos ni malos, sino que somos seres humanos con todo lo horrible y todo lo hermoso que se puede hacer. Yo me siento más cómoda en la monstruosidad y lo horripilante que nos hacen sentir cuando no cumplimos la norma, que queriendo seguirla ¿Porque ahora si no eres feminista es un error? O sea, si no te enuncias como feminista te señalan, te hacen sentir que algo estás haciendo mal. Soy feminista, sí, pero tampoco sé si quiero ir de feminista toda la vida.”

Salto desde la ventana

A comienzos de 2020, mientras la pandemia generada por el coronavirus avanzaba por todo el mundo, Brenda Navarro usaba los 20 minutos que tenía para salir de su casa para pensar su última novela, Ceniza en la boca. “Aproveché esos minutos para pensar en la historia que quería contar porque ese momento era el único espacio que tenía sin niñas, sin mis hijas, y sin mi pareja trabajando en el cuarto de al lado. A las niñas ni siquiera las dejaban salir a la calle. Entonces, me ponía mis audífonos y escuchaba música y pensaba en cómo avanzar con Ceniza en la boca –recuerda Navarro–. Cuando comencé, sólo tenía a Diego, el hermano de la protagonista. Sabía que él iba a ser como una isla, que se iba a aislar del mundo y que el libro iba a tener que ver con la migración, pero no tenía bien en claro quién iba a contar la historia”.

De esas caminatas y ese confinamiento, surgió esta novela en la que una mujer mexicana cruza el océano para llegar a España con su hermano, Diego. Lo que espera encontrar en este otro lugar es una nueva oportunidad, el golpe de suerte que no tuvo en su tierra natal. En este nuevo país, además, la espera su madre que emigró tiempo atrás con la misma motivación. Pero lo que hay en el viejo continente no tiene que ver con un ascenso social, ni con devenir una persona rica, sino más bien con encontrarse con sesgos, trabas y tensiones familiares no resueltas. Navarro logra construir una trama que desde lo formal y lo temático –como sucede en Casas vacías– muestra una manera de vivir de la persona migrante: Ceniza en la boca es una forma de huir de casa hacia otro lugar que funciona, por momentos, como un purgatorio. 

En una entrevista para el podcast Peligroso Pop, Navarro contó que no fue su intención “ser la escritora latinoamericana que le dice a España ‘mira cómo te ves’, sino hacer una novela para que ellos entiendan lo que quisieran”. La autora señaló que la conversación con la que se encontró en España es “muy anacrónica porque aún piensan que son una monarquía con poder en América Latina, cuando en verdad los problemas de la región son otros”. En este sentido, la crítica a la forma en que los migrantes viven en el exterior está solapada: aparece sugerida, pero nunca tiene un tono declamatorio. Navarro no le dice a nadie, con sus novelas, cómo tiene que pensar.

La prioridad en la literatura de esta escritora es la voz, la manera en la que sus personajes hablan. Ceniza en la boca tiene un fuerte trabajo con la oralidad, a tal punto que la novela parece un monólogo que la protagonista tiene en su cabeza, una conversación circular consigo misma. Y en esa conversación aparecen las contradicciones. Por ejemplo, la protagonista participa de un grupo de militancia feminista que defiende a las mujeres migrantes que trabajan en casas particulares, pero su convicción no es constante, ni tampoco es siempre firme. Hay momentos de la historia en los que ella se corre de esos espacios o los mira con desconfianza. Esto no quiere decir que la novela se oponga a ese tipo de activismo, sino que señala las tensiones internas que un grupo así puede tener. Lo que hay de fondo justamente es el desfase de expectativas entre lo que la narradora quiere que pase en ese grupo activista y lo que realmente acontece.

“Mi mayor esfuerzo fue que Ceniza en la boca no se convierta en una pornografía sobre la migración. Estoy harta de que me pongan fotografías de personas migrantes muriendo, no solo porque violan la privacidad de estas personas, sino también porque siento que es un mensaje muy potente hacia las propias personas que quieren migrar. Nos están diciendo ‘si te vas esto te va a pasar a tí’. Y eso no es cierto”. 

Día D

La nueva obsesión de Navarro, otra vez, está vinculada con la violencia. Pero con una más específica que se hizo muy visible, por ejemplo, en agosto último, cuando el candidato a presidente de Ecuador, Fernando Villavicencio, fue asesinado en Quito después de un acto y a doce días de las elecciones. Al poco tiempo del crimen, el diario El País de España publicó un reportaje en el que contaron la historia del asesino: visitaron su casa, entrevistaron a sus familiares y narraron el mundo en el que vivía el adolescente de apenas 18 años que. Sobre esto, dice Navarro: “Cuando vi ese reportaje quedé muy impresionada con lo que decía su familia porque el chico dijo apenas ‘voy a hacer un trabajo y regreso’. Desde entonces estoy obsesionada con eso, con ese momento en el que le da un beso a la abuela y le dice ‘ahora vengo’, sabiendo que ya no va a volver”.

La obsesión que tiene la autora mexicana ahora tiene que ver con ese instante en el que una persona cambia por completo las reglas del juego de su propia vida y también de la de alguien más, esa que recibe el disparo. “Pienso todo el tiempo en ese momento de libertad absoluta en el que un chico como él dice ‘que se vaya al carajo todo’. Yo no tengo esa libertad de decir ‘que se vaya al carajo todo’ y me interesa entender un poco por qué pasa eso, cuál es la motivación”. Esta obsesión por los límites aparece también en sus trabajos anteriores: en el momento en que una mujer le roba un hijo a otra en Casas vacías o en el momento que Diego, el hermano de la narradora de Ceniza en la boca, decide abrir la ventana y saltar al vacío. 

“Lo que veo todo el tiempo es una constante deshumanización de estas personas. Son ‘el sicario’, ‘el asesino’. Se piensa que son como como marionetas que van y matan cuando les dicen porque ya no tienen autonomía para decidir. Sin embargo, yo creo que sí la tienen y que justamente ellos dicen ‘estoy deshumanizado, voy a salir a matar’ –dice Navarro y continúa–. Yo no quiero redención. No quiero que lo perdonemos. Pero cuando veo a estas personas pienso que alguna vez fueron un bebecito que olía como a lechita agria y que te daban ganas de comértelo. Trato de encontrar ese momento de humanidad donde todavía el chico no estaba contaminado por la cultura y era un ser humano chiquitito, bonito, que todos queríamos cuidar. Eso es lo que me estoy preguntando ahora”.

Navarro se mantiene firme con su punto de vista, con esa mirada lateral que tiene sobre el mundo que la rodea. Parecería ser una autora que no va en busca de las respuestas, ni de las preguntas, sino de las dudas. Es una escritora que está tratando de contar desde la ficción las grietas que tiene el mundo en el que vivimos, la forma en la que se construyen maneras de pensar, cómo se moldean los estereotipos y cómo escapar a las posturas totalizadoras que dicen cómo debe ser y no ser cada persona. “Hay momentos en los que siento que vivimos en un mundo donde todos quieren ser buenos y creo que la gente que quiere ser buena se está sacrificando católicamente para hacerlo. Esos lo van a pasar fatal. Sinceramente, yo ya estoy cansada de ser la buena. Creo que nadie es el bueno, ni el malo. Simplemente eres tú con tus contradicciones. Y nada más”.