Monger es un fenómeno rarísimo dentro del cine argentino: filmado por Jeff Zorrilla, un cineasta y aficionado al súper 8 de padre cubano que nació y se formó en Estados Unidos y está radicado en Argentina, se trata de un documental realizado con el apoyo del Incaa que ofrece una mirada distinta y perturbadora sobre el turismo sexual en Buenos Aires. La biografía del director no es azarosa, sino la condición de posibilidad para la existencia misma de esta película donde la mayoría de los entrevistados parecen asumir una complicidad debida a la procedencia cultural en común, y por eso revelan frente a la cámara una mirada sobre Buenos Aires, y nuestro país en general, que desconoce por completo la corrección política, el respeto por las diferencias culturales y hasta las mínimas reglas de urbanidad y cortesía. Ahí reside en parte la potencia de Monger, como oportunidad única para acceder a una mirada que sabemos que existe –como las brujas, que las hay las hay– pero difícilmente podamos encontrarnos de frente y a plena luz del día.

El documental se nutre de testimonios bien distintos: primero está Ramiro, nacido en Argentina y criado en Texas, que trabaja de guía sexual y turístico y sobreactúa su condición de redneck conservador y machista. Luego aparece Alan, un inglés que tuvo un hijo con una prostituta y que ahora, mientras lo cría como padre solo en San Telmo, evalúa la posibilidad de volverse a Gran Bretaña con él. Joe, por su parte, es un treintañero que recorre el mundo sumando mujeres a una lista que ya está por llegar a las 400: para alcanzar ese número, elige Buenos Aires como el lugar adonde reclutar a las pocas mujeres que le faltan. Las chicas aparecen también en Monger, que fragmenta los cuerpos femeninos y los muestra en súper 8 con una cualidad fantasmática, como esa “mercancía” que los turistas sexuales creen estar comprando y de la que al mismo tiempo tanto dependen. Pero en la película las mujeres prácticamente no tienen voz, porque Zorrilla hace un recorte clarísimo que hace foco en los consumidores.

Ellos –lo que piensan, lo que quieren mostrar y lo que dicen sobre sí mismos– son la materia prima de Monger, que los registra y al mismo tiempo se vale de distintos recursos como el uso del súper 8 y la distorsión de la voz para desnaturalizar su discurso. Por esa razón, y porque Zorrilla los muestra en vivo y en directo pero también arma una especie de rompecabezas de testimonios en voice over, a lo largo de Monger los personajes están tensionados entre lo general y lo particular, entre lo individual y lo típico: son, en cierto punto, representativos de una clase de varones blancos provenientes de países privilegiados que vienen a Argentina para aprovecharse de los beneficios que les ofrece la desigualdad (de género, política, económica). Y al mismo tiempo son los ventrílocuos a través de los cuales hablan los estereotipos, los mediums a través de quienes fluye ese material más intangible y sin embargo omnipresente que son las creencias que sustentan la superioridad de unxs sobre otrxs. Pero también son –y Zorrilla permite que esto suceda en el documental– los actores de su propia película, como Joe, que no parece que valga la pena coger con 400 mujeres distintas si no es para mostrarlo en distintos videos que sube a YouTube destinados, seguramente, a una audiencia masculina. En la fisura entre lo que muestran frente a la cámara y lo que lxs espectadorxs podemos ver está probablemente lo más rico de Monger, que, como los mejores documentales, termina por tratarse de algo mucho más que el turismo sexual en una ciudad particular: la exposición de un tipo de masculinidad, llena de contradicciones, que no podría existir si no estuviera basada en el dinero.