No debe haber muchos libros que dependan absolutamente de su frase inicial, que sean un gran despliegue de esa frase hasta decir todo lo que haya para decir y, luego, llamarse a silencio. En esa categoría extraña se encuentra Florentina, la nueva novela de Eduardo Muslip, que es una novela en tanto la escritura logra hacer del personaje un relato, como sucede con buena parte de En busca del tiempo perdido de Marcel Proust. También, como el narrador de Proust en varios pasajes de esa obra, el de Muslip tiene para contar algo que cabe en un parpadeo, en el tiempo que tarda la luz, o mejor dicho, “un resplandor leve” que el narrador no recuerda haber visto entrar en su cuarto, en convertirse en la luz de la mañana en Buenos Aires, cotidiana, realista, conocida.

El punto de partida es simple: el narrador acaba de volver de un viaje a Brasil y a la mañana siguiente de ese viaje, el recuerdo súbito de su abuela muerta lo visita después de muchos años de no pensar en ella. Florentina es el nombre de esa abuela que a los veinte años emigró desde Galicia a Buenos Aires, que tuvo hijos y una familia en esta ciudad y que la odió durante los setenta largos años que pasó en ella porque acá todo era peor, o porque el desarraigo adoptó la forma de la queja. Muslip la recuerda ya anciana, ocupando distintos sillones, acá y allá, en las casas de las hijas que se turnaban para alojarla, en una especie de larga espera o prolongación de una vida que ya estaba cumplida. Sin embargo el modo elegido para evocarla no es el del afecto o el sentimentalismo, porque este narrador entiende desde el comienzo que lo que en la vida de la abuela es literatura, lo que vale la pena contar, pertenece a otro orden, el de la fábula.

Como las pesadas enciclopedias donde leía de chico lo histórico y lo mítico como si formaran parte del mismo reino, ése donde lo que importa es la invención y la nitidez con que ésta se impone, Florentina aparece en el recuerdo de este narrador, no como garante del pasado o archivo donde los orígenes migrantes de esta familia argentina se podrían ir a investigar, sino como una productora de historias y habitante ella misma de un país de fábulas, una Galicia que tiene el tamaño de un pueblo y que, experimentada con la intensidad de los primeros años de una vida –y después, por supuesto, perdida–, se convertiría en la voz de la abuela en un territorio de carácter doble que era, para los que escuchaban esos relatos, completamente mítico (y por eso mismo, digno de ser desestimado), y para Florentina, el único real.

El narrador de Muslip no elige entre ninguna de esas dos perspectivas, inventa una nueva: abraza esa cualidad mítica y la llena de encanto, mientras entiende que pueda ser, al mismo tiempo, plena de realidad. Quizás es porque él mismo está lejos de su familia y de ese chico de once años que compartía una habitación con la abuela sin hablarse; en el presente de la novela, ya convertido en escritor, lo que hace en cierta medida es fusionarse con los relatos de Florentina y crear un objeto nuevo donde la voz de ella, y sus historias recibidas de manera oral, se transfiguran en la escritura de alguien que puede, con humor y un infinito deleite en lo material, darle a esa voz ese pequeño empujón que necesitaba para empezar a existir como literatura, cuando se dice, por ejemplo, que en las descripciones culinarias de ella “Las ensaladas eran jardines, los mariscos eran flores, los guisos y las sopas, para mi abuela, eran espacios con luces tenues en los que todo se mezclaba, espacios cálidos, protegidos; la zona de la memoria en la que se guardan los mejores recuerdos tenía en sí la luz, el olor y las texturas propias de los caldos”.

Pero para que esa fusión tenga lugar, Muslip tiene que hacer lo que solo lxs escritorxs buenísimxs pueden: escribir a la abuela hasta hacerla presente y tangible, lograr que nos importe como lectorxs –lo logra muy pronto y sin esfuerzo aparente–, hacer del libro un acto de ilusionismo por el cual se cumpla lo que promete esa primera línea, memorable, de la que hablé: “Aparece Florentina”. 

Florentina
Eduardo Muslip

Blatt & Ríos