Desde Montevideo

En el año 1997, en las Eliminatorias previas al Mundial de Francia, antes del partido que debían jugar Argentina y Uruguay, el Cholo Simeone dijo eso de que era un partido para jugar con el cuchillo entre los dientes. Aquel partido terminó empatado. 

El de anoche en el Centenario, en el que ambos equipos buscaban sumar puntos para intentar asegurar sus presencias en el Mundial de Rusia 2018, daba para recordar esa situación, pero por lo que pasó en la cancha más que cuchillos los jugadores terminaron el partido con una cucharita entre los dientes. 

No fue un partido caliente, ni mucho menos. Más bien pareció un encuentro de conciliación. En la primera parte hubo sí un momento de agresividad, pero no tuvo lugar en la cancha sino en las tribunas cuando los 3000 hinchas argentinos que ocuparon uno de los codos del mítico Centenario empezaron a cantar “a la provincia le tenemos que ganar” y los uruguayos contestaron con un implacable “ganá una copa la puta que parió”.

En la cancha, poco. Las situaciones de gol que tanto Romero como Muslera contrarrestaron en la primera mitad, permitían imaginar una segunda parte con intensidades similares, pero a medida que pasaban los minutos quedó claro que los dos se tenían un respeto rayano con el miedo. Eso hacía que Uruguay jugara con dos líneas de cuatro metidas atrás, a la espera de un error de Argentina, y que los dirigidos por Sampaoli temieran un error propio que les complicara el panorama a futuro.

Eso motivó que en los últimos veinte minutos de juego fueran como un canto al mal gusto, un verdadero dolor de ojos. No porque argentinos y uruguayos no quisiera ganar los tres puntos. No se negoció un empate, no hubo acuerdo previo, y mucho menos a la luz de los resultados de los otros partidos, como la caída de Chile ante Paraguay en Santiago y el empate de Colombia como visitante ante Venezuela. 

Simplemente, faltaron ideas y audacia para algo más que el empate. La audiencia de conciliación terminó bien, todos contentos, menos la gente que tenía ganas de ver un buen partido y se quedó con las ganas.

Los que querían ver a Messi, apenas pudieron disfrutar de un par de jugadas limpias, alguna que otra pared con Dybala, no mucho pero lo suficiente como para que con poco terminara siendo el mejorcito de la cancha.