Desde Río de Janeiro

Hay algo nuevo y sorprendente ocurriendo en Brasil: la alucinante velocidad en que se deteriora el gobierno de Michel Temer, nacido del golpe institucional que destituyó a la presidenta electa Dilma Rousseff.
Coincidiendo con la profundización de la más severa recesión jamás vivida por el país, con todos -absolutamente todos- los indicadores económicos retrocediendo de manera contundente, Michel Temer da hartas muestras de que a su falta de estatura (política, ética y moral) para ocupar la presidencia del mayor país latinoamericano corresponde una extrema inhabilidad para conducirse en medio del temporal.
En los últimos pocos días quedó claro que su gobierno está a las puertas de la agonía. Respira gracias a los aparatos constituidos básicamente por el respaldo con que todavía cuenta en el Congreso y muy especialmente al apoyo que le brinda el PSDB del ex presidente Fernando Henrique Cardoso y del senador y candidato derrotado en 2014, Aécio Neves, además del empresariado y del mercado financiero. Es un caso clarísimo y gravísimo de supervivencia gracias a la respiración artificial.
Para hacer más nublado el horizonte, las manifestaciones contra su gobierno volvieron a las calles con fuerza redoblada.
Hay evidencias concretas de que Temer intentó intervenir en favor de Geddel Vieira Lima, que fue obligado a renunciar a la Secretaría de Gobierno y al puesto de principal articulador con el Congreso, en un acto clarísimo de corrupción. Involucrado en un clarísimo caso de manipulación de organismos públicos en defensa de intereses personales, Vieira Lima deflagró una crisis profunda. Un joven, ambicioso e inexpresivo diplomático de carrera, Marcelo Calero, abandonó el ministerio de Cultura disparando, y sus blancos fueron el poderoso jefe de Gabinete, Eliseu Padilha, además del mismo Temer. Precavido, Calero grabó sus conversaciones con el presidente y sus más directos y comprometidos auxiliares. 
Dijo Calero que actuó de esa forma por consejos de “amigos de la Policía Federal”. O sea, agentes del Estado orientaron a un ministro a grabar al presidente de la República. De esa forma se pudo comprobar que Temer trató de intervenir en defensa de intereses particulares - y nada republicanos - de Geddel Vieira Lima. Ahora le toca a la Procuraduría General de la Unión decidir si lleva el caso al Supremo Tribunal Federal, pidiendo que se investigue al presidente.
A propósito: a excepción de Calero, todos los demás, todos, están denunciados por corrupción. Tan pronto la Corte Suprema homologue la ‘delación premiada’ de los más altos ejecutivos de la constructora Odebrecht, se conocerán los nombres de unos 200 políticos que recibieron dinero ilegal. Entre ellos, al menos la mitad del gobierno de Temer.
Lo que llama la atención de la clase política y de la opinión pública es la cantidad de denuncias que se reproducen a velocidad impresionante contra el gobierno, el Congreso y el mismo presidente. Y, al mismo tiempo, la nula capacidad de Temer para superar los obstáculos que surgen cada día.
Definitivamente en manos del PSDB, queda cada vez más claro que Temer ya no tiene capacidad de conducir el gobierno. Se mantendrá ajustado al sillón presidencial mientras cumpla con los designios de Fernando Henrique Cardoso y compañía, y logre mantenerse dentro de la línea económica determinada por los agentes del capital. 
También llama la atención el nítido abandono que le dedican los grandes medios hegemónicos de comunicación, pilar fundamental para el éxito del golpe institucional que lo condujo a la presidencia.
Cada día crece la impresión de que a Temer le reservan el mismo destino de ex presidente de la Cámara de Diputados, Eduardo Cunha, quien se encuentra recluido en un presidio en Curitiba, en manos del juez de primera instancia Sergio Moro. Como presidente de la Cámara, Cunha fue el instrumento esencial para que se instalara el juicio a Dilma Rousseff. Cumplida su misión, descartado por sus pares, volvió a ser nada más que un ejemplo concreto de la desenfrenada corrupción que contamina al sistema político brasileño.
Temer, como vicepresidente de Dilma Rousseff, fue figura esencial para sucederla luego del golpe. La presidenta electa por 54 millones de brasileños fue destituida sin que hubiese una sola prueba concreta de haber cometido crimen de responsabilidad.
Contra Temer esa prueba existe, gracias a su fugaz ministro de Cultura. Más que nunca el todavía presidente está en manos de los artífices del golpe. ¿Hasta cuándo será útil? 
Mientras esa pregunta sigue rondando los aires buscando una respuesta, Temer sigue vivo. Pero gracias a una respiración artificial.
A la vuelta de la esquina, esperando su vez y su hora, sonríe, soberbio, Fernando Henrique Cardoso. Hace días lanzó una frase fulminante. Refiriéndose al debilitado gobierno, aclaró que “es frágil, pero es lo que tenemos, es lo que ha”.
Faltó agregar: “Por ahora”.