Veintiún meses después del inicio del gobierno de Mauricio Macri el consumo masivo en los supermercados sigue cayendo. Los números de agosto no modificaron la tendencia sino que le agregaron presión a un sector en proceso de ajuste. En respuesta, las principales cadenas despliegan una estrategia defensiva en lo laboral, con aumento de los despidos, y agresiva en materia de promociones para tratar de retener clientes. Una de ellas lleva casi dos meses con 1300 productos de marca propia con los precios congelados, pero los resultados han sido decepcionantes. La empresa de capitales franceses decidió achicar los planteles de sus locales express a un máximo de cinco empleados  –entre uno y tres menos que lo habitual – si la facturación no repunta o directamente cerrarlos si se encuentran muy por debajo de las metas presupuestadas para el año, como ocurrió esta semana con uno de ellos en Mar del Plata. También aumentaron la oferta de bienes en las góndolas para mejorar las ventas, por lo que estos días se ven artículos abarrotados en los reducidos espacios de esos comercios. Pero el problema no es de una cadena sino del sector en su conjunto, y más aún, de una persistente insuficiencia de demanda para la mayoría de los rubros que atienden a los sectores populares. Respecto de los supermercados, en el último año dejaron en la calle a 2202 trabajadores, desde los 96.612 registrados en junio de 2016 a los 94.410 en igual mes de 2017, según los datos del Indec para el total nacional. Si la comparación se traza con 2015, la pérdida es mayor, de 4477 puestos, ya que en aquel año las empresas contrataban a 98.887 trabajadores. 

  La debilidad del mercado interno en el mejor momento económico del gobierno de Cambiemos  –que no alcanza a recuperar la dura caída de 2016 – marca los límites del proyecto en curso. A diferencia de la convertibilidad, que disparó un boom de ventas minoristas entre 1991 y 1994 por el freno a la inflación, el atraso cambiario y la aparición del crédito, el nuevo experimento neoliberal no ha hecho más que hundir el consumo de manera ininterrumpida desde enero de 2016. Todavía no aparecen en este terreno ni siquiera los rebotes estadísticos que le permiten a la industria maquillar los problemas estructurales que amenazan su sustentabilidad. La escasa recuperación del poder adquisitivo del salario de los trabajadores formales, en términos agregados,  de las jubilaciones y los planes sociales en 2017 no alcanzó para revertir la curva de caída de la demanda que se consolidó con fuerza el año pasado. La batería de aumentos autorizados por el Gobierno para este mes  –prepagas y colegios privados – y especialmente para después de las elecciones de octubre  –luz, gas y combustibles, más el 50 por ciento de las facturas de gas del período invernal desdobladas en cuatro cuotas – conspirarán contra un repunte del consumo en la última parte del año. No mucho más adelante llegará el incremento en los boletos de trenes y colectivos, según dejaron entrever funcionarios del Ministerio de Transporte, quienes reconocieron el impacto negativo que tendría ahora esa medida para las necesidades electorales del oficialismo. La finalización de Fútbol para Todos también aspirará recursos de los fanáticos del deporte en beneficio de un puñado de empresas, en otro ejemplo de cómo se desarrolla la distribución regresiva del ingreso. La riqueza no derrama, se concentra en una cúpula por las decisiones del gobierno.

  Otro factor determinante que explica la realidad del consumo es la inestabilidad laboral, en especial en los sectores industriales. El empleo fabril  es el segundo más importante del ranking de actividades de la producción y los servicios. Alcanza a 1 millón 218 mil personas de manera formal, según datos del Indec para 2016. Solo lo supera la contratación del comercio mayorista, minorista y las reparaciones, con 1 millón 234 mil personas. Muy por detrás quedan la construcción, con 402 mil; la agricultura, ganadería, caza y silvicultura, con 330 mil, y la intermediación financiera, con 223 mil. No es menor entonces que siete de los doce bloques industriales todavía presenten variaciones interanuales negativas en la comparación del período enero-julio. Los que siguen cayendo contra el año pasado son los rubros alimenticio (-0,1 por ciento), tabaco (-4,5), textil (-12,9), papel y cartón (-2,8), edición e impresión (-3,6), refinación de petróleo (-1,9) y sustancias y productos químicos (-1,4). Del otro lado, los que pasaron a terreno positivo son productos de caucho y plástico (1,0 por ciento), minerales no metálicos para la construcción (2,7), metálicas básicas (3,4), automotriz (5,8) y metalmecánica (6,8). 

   Esa evolución de la producción se tradujo en la destrucción de 2800 puestos de trabajo fabriles en junio con relación a mayo, según informó el Ministerio de Trabajo en base a los aportes al sistema previsional (SIPA-Anses). La pérdida respecto de junio del año pasado todavía asciende a 33 mil empleos, mientras que en comparación con igual mes de 2015 escala a 65 mil. Uno de los rubros más golpeados es el textil. Fuentes del sector advierten que así como el Gobierno está postergando aumentos de tarifas para después de las elecciones, la Secretaría de Comercio tiene a la firma solicitudes de importación de prendas que liberaría en forma acelerada pasados los comicios. Entre los empresarios existe preocupación por una nueva ronda de ingreso de bienes finales que desplace artículos de confección nacional, en un contexto en el cual la demanda no repunta. Según afirman en una de las cámaras, varios importadores ya tuvieron un guiño de las autoridades para que esperen hasta noviembre y los meses de verano.

  “En el segundo trimestre hubo una leve reactivación de la actividad por reposición de stocks de los proveedores de canales comerciales, pero el problema es que el mostrador no tracciona. El consumo sigue desplomado. El segmento ABC 1, de mayor poder adquisitivo, se va a comprar a Chile o a Miami. De hecho, los shoppings con peores resultados son Paseo Alcorta y Unicenter porque pierden mucho público, mientras que las marcas de indumentaria dicen que en Alto Avellaneda les va un poco mejor. Pero el canal minorista en general sigue sin reacción”, explica un empresario textil, quien asegura que entre sus colegas existe desánimo sobre las posibilidades de desarrollo a mediano plazo con las políticas oficiales.

  La Unión Industrial Argentina, sin embargo, acompaña al Gobierno con la misma convicción que lo hizo hace dos décadas con el menemismo. “Hay una mirada de clase. Defienden el activo, no el flujo. Mientras más se aleja la figura de Venezuela, del populismo, el riesgo de que un gobierno pueda amenazar el capital acumulado, más tranquilos están. Sienten que Macri les protege el activo. No les importa tanto ganar menos ahora, lo que quieren es consolidar un patrón de distribución del ingreso que les sea favorable y se sostenga en el tiempo”, analiza un integrante de la central fabril con mirada crítica sobre sus colegas. A eso se refiere Macri cuando dice “si se puede”.