Como ocurría en Tan de repente (2002), ópera prima de Diego Lerman y obra seminal no del todo canónica del Nuevo Cine Argentino, en Una especie de familia es también un viaje el que le da contexto y fuerza a la historia. Pero las protagonistas ya no son tres chicas jóvenes que apenas si han dejado de ser adolescentes sino una mujer que se acerca a sus cuatro décadas de vida. Y el derrotero no tiene la forma de una aventura con destinos vagos, siempre abierta a las bifurcaciones de cualquier naturaleza, sino que está delimitada por una búsqueda concreta y esperanzada. Aunque aquí y ahora también se siente la presencia, casi desde un inicio, de la incertidumbre: la posibilidad de que esa línea recta imaginada como ideal se transforme en un recorrido zigzagueante, de idas y vueltas, de calles sin salida aparente y regresos al casillero cero. A punto de estrenarse comercialmente en nuestro país, al tiempo que se presenta en la Competencia Oficial del Festival de San Sebastián, el quinto largometraje de ficción de Lerman continúa investigando la posibilidad de narrar historias con temáticas complejas e incluso urgentes con una mirada personal que nunca se deja subordinar a ellas. La primera imagen de la película, un primer plano de Malena, se ve enmarcado por los fulgores de autos, las señales de tránsito y el alumbrado al costado de la ruta que la lluvia refleja de maneras casi fantásticas, primer atisbo de un estilo de registro visual impresionista que la película alternará con otro mucho más seco y realista, cortesía del director de fotografía polaco Wojtek Staron, quien ya había colaborado con el realizador en la anterior Refugiado. El rostro de Malena es el de Barbara Lennie, actriz española de padres argentinos en quien el realizador parece haber encontrado a la figura ideal para encarnar a su protagonista: bastante conocida en España gracias a una presencia constante en pantalla, para el gran público local resulta una perfecta desconocida. Y lo que transmite ese rostro –al unísono, como si fueran distintas capas de una misma máscara– es anhelo, angustia y confianza en el futuro. Pocos minutos reales después, el espectador sabrá que unas horas antes, en la ficción, hubo un llamado telefónico importante: su futuro hijo, todavía en el vientre de otra mujer, está a punto de salir al mundo.

“No tenía muy en claro como era el tema de la adopción hasta que comencé con la investigación para escribir el guion, que me llevó aproximadamente un año”, afirma Diego Lerman mientras ceba un mate en su oficina del barrio de Chacarita. Su nueva película se estrena apenas algunos meses después de que el tema de la maternidad subrogada estuviera presente en casi todos los programas de televisión locales, los más o menos serios y también los vaporosos. Pero en Una especie de familia todo gira alrededor de algo mucho menos complejo a nivel genético: el futuro hijo de Malena es, en realidad, hijo biológico de otra madre y otro padre distinto a su marido, un caso clásico de adopción por carriles alejados de la ley, pautado de antemano durante los primeros meses del embarazo. Lerman entrevistó a una gran cantidad de personas antes de comenzar a escribir siquiera la primera línea de la historia. “En general, los testimonios eran de parejas de clase media de Buenos Aires que habían adoptado; personas con experiencias muy distintas, algunas con final feliz y otras muy traumáticas. También visité algunos lugares en las ‘zonas calientes de la adopción’, por llamarlas de alguna forma. Una de ellas es Oberá, en Misiones, donde me entrevisté con jueces, médicos, enfermeros y mujeres que vendieron a sus hijos. Lo más difícil al comenzar a escribir el guion junto con María Meira fue vencer nuestros preconceptos, que durante la investigación se pusieron en crisis. El poder ver que, en realidad, todo es mucho más complejo de lo que uno puede percibir en un primer momento. Porque lo que termina pasando es que todas esas prácticas surgen a partir de la falta de regulación, de un Estado ausente. En el hospital donde estaba haciendo la investigación, una semana antes de empezar a filmar, el lugar fue allanado. Incluso durante el rodaje nos pasó que nos detuvo Gendarmería porque estaban buscando a un bebé. Pero no es nada nuevo, es realmente vox populi. A nivel temático todo eso plantea interrogantes y eso es lo que me interesaba. Es un tema tan sensible el de la maternidad y la paternidad sumado a la necesidad concreta de algunos de esos bebés y, finalmente, al tema de que se trata de mujeres muy carenciadas. Por otro lado, el aborto es ilegal, y lo que está detrás de cada una de esas decisiones es una instancia moral, individual por un lado y como sociedad por el otro. Mi intención esencial fue que la película se hiciera eco de esa complejidad”.

La extraña

Malena es médica y lo primero que hace al llegar al hospital del pueblo es visitar a Marcela (Yanina Avila, en su debut como actriz no profesional). Revisarla con la mirada, cerciorarse de que todo esté bien. Al día siguiente insistirá tanto que, un poco a regañadientes, la dejarán asistir al parto. La presencia del doctor Costas (Daniel Aráoz), el médico a cargo de la institución, la reconforta. La cámara adopta durante esos primeros minutos, de manera casi excluyente, el punto de vista de la extraña que llega para conocer al recién nacido. “Supongo que habrá espectadores que se identificarán más con determinados personajes. Siempre es más fácil identificarse con la ‘víctima’, entre comillas, en este caso Marcela. Pero es muy complicado: en el barrio suele ser ‘la que vendió al hijo’. Hay un lugar de necesidad, también de querer que sus hijos crezcan en un hogar con determinadas condiciones, con todo lo que significa el desgarro de la separación. Hay otra zona muy interesante para investigar, que es la microindustria armada alrededor, que en una época tuvo su apogeo. Llegó a haber clínicas privadas construidas especialmente, remiserías. Ahora todo está un poco más oculto, pero sigue existiendo. Incluso me hice pasar por alguien que quería adoptar y seguí los caminos indicados hasta que me hicieron una propuesta económica. Esas micro mafias operan un poco así: hay un bebé y diez posibles clientes, todos pagan una mensualidad durante el embarazo, pero finalmente el bebé es uno solo. Muchos abandonan porque no pueden exponerse a esa manipulación. El gran trasfondo, insisto, es el agujero del Estado, la falta de regulación que habilita toda esta clase de situaciones. Pero bueno, más allá del tema, la cuestión era dónde estaba el cine en todo eso. Lo que me interesaba era la peripecia moral del personaje central y desde dónde sostener un verosímil dramático. Quería que fuera una película viva, que el punto de vista del personaje fuera también un poco impredecible. ¿Qué límites estaría uno dispuesto a cruzar o no?”. El límite aparece luego del accidente de un familiar de Marcela del otro lado de la frontera, en Brasil, con el consiguiente pedido de dinero extra, de los abogados que acuerdan reuniones entre las partes, del llamado a Buenos Aires para hablar con ese marido (Claudio Tolcachir) que parece decidido a ponerle un freno a los acontecimientos.

En Refugiado, la protagonista escapaba de su casa junto a su pequeño hijo luego de un nuevo arranque de violencia de su pareja, buscando un refugio donde ampararse y dando los primeros y necesarios pasos del desmembramiento del clan. Una especie de familia (el realizador mantuvo ese título de trabajo como el definitivo al no hallar uno más apropiado), de alguna manera, opera en un sentido inverso y el viaje tiene como fin último la conformación de una familia. Para Lerman, “estaba esa idea de sentidos contrapuestos y ambas comparten una forma de trabajo que me gusta, una búsqueda, donde en el rodaje se hacen muchos cambios”. Nuevamente, asimismo, la película requirió del apoyo económico de diversos países coproductores: Polonia, Francia, Brasil y Alemania. Irónicamente, España está ausente de la lista, confirmando que la elección de Bárbara Lennie no tuvo absolutamente nada que ver con las usuales imposiciones del mercado. Y que incluso le sumó una pequeña dificultad extra a la creación del personaje: el acento español de la actriz, que fue pulido y moldeado en un perfecto porteño luego de mucha práctica y ensayo. Lennie, que por estos días se encuentra filmando en España Todos lo saben, el nuevo largometraje del iraní Asghar Farhadi, junto a Ricardo Darín, Javier Bardem y Penélope Cruz, “es una actriz muy profesional y súper completa, de muchos matices, aunque el tema del acento era complicado. Muy poco estratégico de mi parte, teniendo en cuenta que no había ningún productor español presionándome (risas). Pero ella entendió perfectamente el desafío, que incluía filmar en un pueblito de Misiones y, por primera vez en su carrera, trabajar junto a no-actores. Fue realmente una cómplice y estuvo siempre dispuesta a probar cosas a medida que iban surgiendo. Yanina Avila, en cambio, nunca había actuado con anterioridad y su historia de vida gira alrededor de la temática de la película. Eso le trajo al rodaje una impronta muy real, concreta. Hubo mucha preparación y aprendió de manera notable cómo es esto de hacer cine. Es realmente increíble ver el potencial durante el proceso de casting y luego poder apreciar todo eso potenciado en las escenas filmadas”.

Por encima de la realidad

Una especie de familia no es un thriller ni un film de suspenso en un sentido estricto, pero la disposición de ciertos elementos de la trama hace que en determinados momentos la historia se desvíe por caminos secundarios e ingrese tibiamente en esos territorios. Ciertos volantazos que ponen a Malena en situaciones inesperadas, algunas de ellas rozando el límite de lo natural, como si el volcán que parece estar a punto de hacer erupción en el interior del personaje tuviera un correlato con algunos de los acontecimientos más inesperados. “Me interesaba que hubiera elementos subjetivos, corridos de cierta idea de normalidad, pero posibles. Esa subjetivación era importante a partir de las experiencias extremas de Malena, es una suerte de traducción dramática. Por otro lado, creo que desde Tan de repente me gusta incorporar cosas inesperadas, incluso lúdicas, y después continuar con la trama. Era un desafío utilizar esa subjetividad y al mismo tiempo mantener cierta distancia, que el personaje tuviera algo inquietante y el espectador se preguntara todo el tiempo en qué posición ubicarse respecto de ella. Tratamos de que la puesta en escena replicara un poco esa idea: hay planos-secuencia crudos, donde intentamos que no se viera la planificación coreográfica, y en otros momentos jugamos un poco con imágenes más elaboradas desde lo fotográfico. Incluso hay una escena con mucha posproducción, que no conviene revelar”. Más allá de los cambios recientes en el sistema de adopción a partir del nuevo código civil, para Lerman las cosas no son tan diferentes en cuestiones de fondo: “Al principio no sabíamos bien dónde íbamos a filmar y estuvimos en muchas provincias. Y en todos lados se repetía más o menos lo mismo. Nos pasó en Catamarca que una mujer con la que hablábamos, mientras veíamos una locación, en cierto momento nos contó que su madre había vendido a su propia hija. A partir de esas experiencias, quería que esté expuesto mi punto de vista, pero también que el espectador tuviera varias posibilidades de lectura. Siempre tuve en cuenta la idea de drama griego, donde hay algo que está por encima de la realidad de los personajes, algo que se les impone. Malena y Marcela no son enemigas, sino todo lo contrario, pero de alguna manera se están disputando algo, con todas las contradicciones e ironías que eso implica. Vuelvo a algo que dije antes: lo importante era pensar qué película queríamos hacer, porque hay muchas otras con este mismo tema. Y seguramente se harán muchas más, teniendo en cuenta que es un tema muy actual. Uno podría pensar que si hay alguien que quiere adoptar y otra persona que quiere dar a su hijo en adopción no debería haber demasiados problemas. Y, sin embargo... está el tema de las diferencias de clase, la manera en la cual está organizada la sociedad. Pero la idea siempre fue correrse de la idea de que hay héroes y villanos y no juzgar a los personajes, sino poner de relieve todas sus contradicciones”.