A principios de año, cuando Damián Masotta llegó a Guatemala con la idea de conocer Chichicastenango, una mujer le dijo: ‘a nosotros lo que nos salva es el color’. Esa vivencia del color como una fuerza redentora late en Placa Madre, una exuberante muestra de pinturas que Masotta comparte con Jorgela Argañaras. Curada por Miguel Ronsino, las obras de Masotta y Argañaras tiene algo salvaje, visceral y liberador, que, como ellos mismos cuentan, coincidió con un hecho trágico pero fructífero. 

Dice Jorgela: “A Damián y a mí nos pasó que se nos murieron nuestras madres casi en simultáneo. Y creo que esa situación nos liberó de ese juez tremendo que de alguna manera siempre uno siente cuando pinta, sobre qué hay que hacer y qué es lo que no se puede hacer”. Sigue Damián: “Creo que fue algo que estuvo más allá de nuestra voluntad, y que incluso  hasta nos superó. Cuando te pasa algo así la realidad es que después ya no te importan nada un montón de condicionamientos: todos los prejuicios plásticos que puede tener un artista, o las modas o complejos sociales”. Si fue la muerte la que los sacudió, la reacción de ambos son obras rebosantes de vida, vitales y coloridas.

Memoria Estelar, 2016, de Jorgela Argañarás

Todos rasgos en los que coinciden con un artista como Miguel Ronsino, otro pintor salvaje que no le teme a dejarse arrastrar por los elementos y animarse a salirse de las convenciones. “Me alegra que esta pintura que hacen Jorgela y Damián, tan gestual y colorida, tenga una visibilidad”, dice Ronsino. “Ellos llegan a la muestra después de haber recorrido un largo camino”. Por cierto que los cruces previos entre estos tres artistas propiciaron un encuentro en el que hay algo de manifiesto: Damián Masotta viene de una fructífera experiencia como galerista en Masotta-Torres, donde también expuso Ronsino, que por su parte hizo la curaduría de una exposición anterior de Argañaras, que también expuso en la galería que Masotta supo tener hasta hace poco en San Telmo.

Cuenta Miguel Ronsino: “Fuimos convocados por Teresa García, que además de ser diputada es la presidenta de la Comisión Administrador del Congreso General de la Nación; allí no solo está el Bar Piglia, que abrió recientemente, sino que también hay una sala de exposición muy buena”. Ronsino hizo ahí también Cardo, una muestra que reunió obras del Colectivo Periférico, integrado justamente por artistas de la periferia del oeste y noroeste del gran Buenos Aires que asisten a sus célebres talleres: “Esta muestra no surge por una invitación a exponer, si no que se fue desarrollando en el contexto de relaciones muy hermosas que enlazan un montón de cuestiones. Por eso cuando me volvieron a llamar pensé que ellos también están cerca de esa idea de una construcción colectiva de la plástica. Y hay una cuestión conceptual de fondo, que es la posibilidad de no quedar atrapados en un planteo reduccionista con respecto a lo que se produce en la escena contemporánea. Lo conceptual en la muestra para mí es un elemento que se funda, se hace y se deshace en la obra, y se refunda en esa unión, en esa amalgama. Le pusimos de nombre a la muestra Placa Madre porque es eso lo que quisimos presentar: una placa bien porosa que contiene toda esa coloratura. Es importante que dentro de la Biblioteca del Congreso se haya abierto esta posibilidad de hacer una muestra y empezar a mostrar la producción de artistas que son contemporáneos y que están pensándose también en función de su comunidad, que está en su lugar y que tiene en cuenta esos elementos de su ciudad. Son dos artistas que están totalmente por fuera del mundillo del arte contemporáneo, que es muy chiquito”.

Dice Jorgela: “Aunque realmente creo en eso de encerrarse a producir, la sensación que tenía es la de esos perros que capaz que se muerden la cola a sí mismos porque están encerrados todo el día y se terminan volviendo locos. El hecho de encontrar a alguien como Miguel fue muy importante para los dos”. Y agrega Damián: “Siempre se dice que el artista trabaja solo, y en cierto sentido es verdad, pero también esa idea es algo moderno. En la Edad Media, antes de la llegada el humanismo el artista no trabajaba solo, si no que trabajaba en un gremio, siempre era parte de algo colectivo al punto que no se conocía el nombre de ningún artista. La idea del artista romántico que se destaca como individuo coincide con el surgimiento del capitalismo. Pero también creo que hay otro tipo de posibilidades, como esto que hacemos ahora nosotros, o lo que hace Miguel con sus talleres con el Colectivo Periferia. Quizás la afinidad tenga que ver con el modo en que encaramos la experiencia como galeristas en Massota-Torres, que fue desde un primer momento bastante comunitario”. Agrega Miguel Ronsino: “El Colectivo Periferia también tiene un poco de esos climas que se generaban ahí en la galería; de repente sucede que te juntas con 6 o 7 artistas y se genera un intercambio y un clima de discusión que después siempre termina cristalizándose en algún proyecto”.

De esos encuentros surgió un viaje que los tres coinciden en señalar como clave. La explica Miguel: “Jorgela es dueña de una casa increíble que tiene en La Lobería, en una reserva cerca de Viedma y los dos hemos ido ahí; más allá de las experiencias previas que tuvimos lo más impresionante es que esa casa está puesta arriba de una pared de piedra sedimentaria que deja al aire millones de año de historia del planeta. La casa está sobre un acantilado, y cuando bajás a la playa te encontras con eso. Hay obras que se parecen a esa pared en que dejan al descubierto y a la vista muchas cosas, muchas marcas no solamente de lo que se está intentando resolver en el marco de la tela, si no todas las marcas, todas las asociaciones que surgen de esa secuencia de pintar después de tantos años y años de pintar; y por eso hablo de la coloratura conceptual. Si vos ves la mano de un pintor cuando está pintando es algo que parece independiente de la persona, a la velocidad que trabaja. Y esa locura de Jorgela de poner en una misma dimensión esos árboles flotantes en contraste con esas galaxias insondables, o esos ríos de color de las obras de Damián que te llevan a lugares insospechados es justamente lo que me encanta de ellos como artistas porque están poniendo en tensión cierta idea del arte que desde un lugar de poder tiende a ser lisito; y cuando más liso y pulido, mejor”.

El caos de colores y formas de estas obras no solo no está exento de belleza, si no que más bien busca y se concibe como una fiesta para los sentidos y, como dice el catálogo, como “un soplo de aire fresco y tierno en nuestro empobrecido panorama contemporáneo, un regalo de nuestra Pachamama”.

Pulso del cielo (verde), 2016, de Jorgela Argañarás

Lo que nos lleva al viaje de Masotta a Guatemala (que en náhuatl significa ‘lugar de muchos árboles’): “En el país hay 21 lenguas mayas distintas que aún se hablan, y en cada uno de sus pueblos las mujeres visten con colores distintos, con unos textiles maravillosos. Por ejemplo, los tzutujiles, que son un pueblo de los Andes guatemaltecos, capaz que apenas quedan solo 3000 en todo el país, pero las mujeres todas visten de violeta, azul y gris. Pero vas a Chichicastenango y ya son otros colores, mas flúo. Yo quería ir a Chichicastenango, que es el mercado de telas más grande del mundo desde la primera vez que vi unas fotos del lugar en la National Geographic, pero ni bien llegué me enfermé y ni me podía levantar de la cama. Y de la nada apareció una señora maya que no hablaba español y me dio un té. Y lo tomé todo el día y me curé, y al otro día fue al mercado de Chichicastenango lo más bien. Lo que nos lleva de nuevo a pensar en que hay un colonialismo mental muy fuerte, que también lo ves con el trato tan frívolo y cruel que se le dio al aceite medicinal de cannabis. Las ideas de la Ilustración aún siguen presentes, todo lo que no está claro y distinto, como quería Descartes está mal. Y en el arte eso lo ves en ese arte pulido, claro. Y cuando viajás por el mundo y vas a los museos ves que realmente son: shoppings. Vos consumís a Jeff Koons, consumís a Santiago Serra, más allá de que eso te cuestione algo o no. Y creo que nosotros nos cansamos realmente de eso, porque te hace sentir que lo que hacés no vale nada. Pero la verdad es que esa visita a Guatemala me resultó igual de estimulante que la muerte de mamá. A mí me fastidian todas esas modas que no tienen nada que ver con nuestro entorno, todos esquemas categoriales importados: veo esos artistas que se fijan en cómo se pinta en la Bienal y después se pone a imitar eso y pienso: ¿Qué hace este pibe? ¿Es del Norte de Alemania, o de Noruega? ¿Por qué usa los colores si la pintura es color?”.

Agrega Miguel: “Creo que hay un juego de poder que nos lleva a un reduccionismo que deja afuera a un montón de gente, a un montón de corazones, un montón de miradas y experiencias. Y este arte no es prolijo, no es políticamente correcto: nosotros arrugamos los manteles, las camas, las ropas, arrugamos todo: cuando más puesta en tensión haya, mejor. En una primera mirada parecería ser todo un gran caos y quilombo, con todos esos colores; pero en una segunda mirada te das cuenta que hay elementos de dibujo, en los árboles que dibujó Jorgela o en las guardas que aparecen en las obras de Damián, que son elementos contenedores que facilitan esa relación entre toda esa gran masa”.

“Estamos de acuerdo en un montón de cosas y en lo que no estamos de acuerdo, lo bueno es que cuando hablo con ellos me queda en la cabeza un signo de pregunta gigante”, explica Jorgela. “¿De qué sirve el arte? ¿Para qué pintamos? Yo pinto para evitar volverme loca y que me pongan una camisa de fuerza y no matar a nadie. Pero también creo que gracias a esta catarsis de la pintura puedo evitar volverme loca: pintar me hace mejor persona; y si no pinto me pongo mala”.

Placa Madre se puede visitar de lunes a viernes, de 9 a 20.30, en la Biblioteca del Congreso de la Nación, Alsina 1835. Hasta el 22 de septiembre.

El amor es algo confuso pero siempre gana, 2015, de Damián Massotta