A mi abuelo Julio, viejo militante radical y a mi papá con su añoranza de justicia
La antropóloga Margaret Mead solía contar una anécdota referida al nacimiento de la civilización. Para ella el hecho fundacional de la misma no fue un gran acontecimiento épico y magnífico, sino algo que a los ojos de los grandes tratados puede pasar desapercibido. Lo que nos permitía identificar el paso a la civilización es la existencia de un fémur fracturado y sanado decía la buena Margaret. Ello debido a que un fémur roto sin un grupo que te cuide, sin una comunidad que te sane, sin un colectivo que te contenga era el camino seguro a la muerte. La sanación mostraba la presencia de esa comunidad, del cuidado sobre uno de sus miembros, del afecto. El hecho se relata como una anécdota en respuesta a una pregunta de un estudiante, pero mientras éste esperaba una respuesta que apuntara al manejo del fuego o la invención del arado, aquello que un ginebrino del siglo XVIII supo mencionar en uno de sus discursos, o la existencia de la olla de barro o el anzuelo para la pesca, Mead los sorprende con su respuesta.
Si un animal se fractura una pata, muere, al no poder procurarse ni alimento, ni agua, ni enfrentar el peligro. Si hay un fémur sanado es porque alguien se quedó a su lado, le procuró alimento, agua y seguridad. En otras palabras, lo cuidó.
Es verdad, también Freud supo decir que reconocemos la existencia de civilización cuando puedo insultar a otro y mandarlo a freír churros sin llegar a matarlo. El insulto como la forma de exorcizar el asesinato para tramitar conflictos interpares. En clave política, Maquiavelo unos siglos antes refería la existencia de política cuando hay instituciones capaces de canalizar el conflicto a partir del cual se generan las mejores leyes, canalizarlo, no eliminarlo. Porque el conflicto no es eliminable desde el momento que vivimos en sociedad. En una familia hay conflicto, en un barrio también lo hay ¿cómo no habrá en una gran sociedad? El problema está cuando no se habilita el conflicto, cuando se lo demoniza, cuando se lo condena. Cuando pasa a ser una mala palabra y no un componente propio de la vida en sociedad. Demonizarlo abre la puerta a las peores formas de violencia. Eso construye un mar de fondo que explota en todas las expresiones de intolerancia y de odio, cuyo ápice en nuestra historia reciente fue el intento de asesinato a la vicepresidenta.
Volvamos por un momento a Mead. Frente a las grandes teorías que nos explican la existencia de la sociedad a partir de un contrato, Mead nos remite a un hecho minúsculo pero de gran trascendencia: una comunidad de afectos que reconoce a sus miembros y los cuida. No es una fantasía, es un hecho histórico de gran trascendencia. Existe civilización y existe sociedad a partir del cuidado entre sus miembros. Ello no obsta a que nos insultemos en cualquier momento, pero al menos, evitamos matarnos.
Si hace unos años me resultaba tentador hablar de los mecanismos de control social que evitan que nos matemos entre sí, ahora quisiera atender a otro mecanismo. Este es una de las maneras en que se construye sociedad, se produce lazo social y con ello afecto, no desprovisto de dosis de conflicto por cierto. Me refiero a los sistemas de aseguramiento, al sistema público de seguridad social, de educación pública, de salud pública, el sistema científico tecnológico. ¿Es una forma pública de garantizar un bien, perdón, un derecho? Sí, pero es muchísimo más que eso. Es una manera de construir sociedad. De acuerdo, se trata de un sistema que produce solidaridad más allá de la buena voluntad de las personas, una solidaridad construida indirectamente sin preguntarle a uno por uno si quiere ser o no solidario con sus pares. No obstante, este esquema produce efectos de igualación objetivos y subjetivos: compartir espacios de socialización entre diferentes sectores sociales, espacios de aprendizaje, etc. Si este esquema entra en crisis es por la avanzada de racionalidades que lo ponen en jaque, concretamente el neoliberalismo que fractura los sentidos comunes, alienta el individualismo, se jacta de las diferencias, fomenta y celebra la desigualdad. Pero ello no debe hacernos olvidar en el esquema asegurador como proyecto social deseable y posible.
Decía que el esquema asegurador no es simplemente y sólo una manera de resolverle problemas específicos a personas con dificultades económicas, por ello no se reemplaza ni se hace más justo sustituyéndolo por una herramienta que sólo se dirija a quienes estén necesitados. En este mecanismo que reconoce y garantiza derechos está contenido el germen de un modo de sociabilidad.
Raúl Alfonsín no dejaba de insistir en que con la democracia se come, se educa y se cura. No invalida el principio de este enunciado las contradicciones presentes en la vida social del país que imposibilitaron su plenitud, sino que lo pone en tensión con las fuerzas que pujan por desacreditarlo. Hoy asistimos a una réplica de aquellos '80. El anti-alfonsinismo confeso del candidato es la expresión de su desprecio a la justicia social, a la solidaridad como principio normativo de las relaciones entre las personas, a la democracia como algo más que un mero método de selección de autoridades y, como corolario de ello, su pleitesía a la competencia entre los hombres y el despedazase entre sí como una manera de ser y estar en el mundo.
Por todo ello es que insistimos en que el esquema asegurador público-estatal no se trata sólo de un modo diferente de distribuir los recursos (más equitativo que el mercado sin duda), sino un piso de valores compartidos constitutivo de nuestro sistema democrático. Atentar contra ello es atentar contra la democracia misma, vaciarla de su contenido sustantivo.
En ellos se proyecta una sociedad de iguales, solidaria, de cuidado mutuo, de sentirse seguros socialmente. Por ello, el sistema público de aseguramiento es nuestro fémur fracturado y sanado, nos permite poder vivir con ciertas certezas necesarias para no desbarrancar en la desesperación, cuidémoslo. Su naturalización al punto de no reconocer su importancia o su existencia, nos obliga a ser explícitos en la gravitación que tiene en un proyecto de sociedad vivible y habitable, por ello la importancia de pedirles a todas las fuerzas políticas comprometidas con el Estado democrático de derecho que salgan en su defensa.