Cómo se puede apreciar el título es una paradoja. Siempre y lo nuevo no son términos que puedan ir juntos. Pero el peronismo está constituido desde sus inicios por paradojas. Es lo que le otorga una permanencia histórica difícil de explicar conceptualmente. Si días atrás muchos se interrogaban por su final, ahora la música peronista vuelve a estar marcando el ritmo del país (especialmente en el conurbano bonaerense donde la figura de Kicillof se va proyectando hacia un futuro crucial) .

En esta coyuntura, al peronismo le toca encarnar un principio de normalidad democrática frente al neofascismo, que independientemente de quien sea Massa y de sus lógicos méritos en sostener la parada, interpela al resto del arco político. No valen las ambivalencias en una situación tan grave y urgente. Es penoso que la Unión Cívica Radical y sus allegados de Juntos por el Cambio, pretendan que solo basta la neutralidad, que llegando incluso a admitir que Milei es un fascista insistan de un modo torpe con su supuesta neutralidad; algunos con el mantra "ni Massa ni Milei", otros diciendo con la boca chica que no votarán al cruel libertario.

La historia algún día le pasará factura a esta cobardía moral traducida en una dimisión política de primer orden.

Es la hora de una definición precisa y sin vueltas, e ilustra mucho a la escena política actual y su estremecedora debilidad democrática que muchos de sus actores políticos y mediáticos se escondan con coartadas ridículas. Solo le faltaba esto a la derecha argentina en su larga historia de infamias: imaginar una neutralidad que es pura complicidad con lo peor de la condición humana.

Por respeto histórico hacia sus luchas, es de esperar que la izquierda reflexione seriamente sobre esta coartada "neutral" y no se sume al "los dos son lo mismo" que practican quienes dicen que el libertario es un abismo y luego guardan con mezquindad su posición de mirar para otro lado. El balotaje no le daría solo el triunfo a Massa, también se mostraría que aún existe una memoria nacional y popular a la que ahora le toca, una vez más, sostener con decisión el principio que establece los límites de la democracia.