Presentar un primer libro el 7 de septiembre a las 7 de la tarde es muy coherente con el plan del poemario Sermón del tiempo, con el que Santiago Hernández Aparicio fue finalista en la Convocatoria 2016 para poesía del sello Baltasara Editora. El libro, que se presenta el jueves en el espacio cultural Rubén Naranjo de la librería Mandrake (Rioja 1869), está dividido en cinco secciones de siete poemas.

Los poemas fueron escritos en cinco años, entre septiembre de 2010 y el de 2015, acaso bajo la advocación "del sietemesino Apolo, nacido un día siete". Así escribe el autor en una de sus notas al pie, que funcionan no tanto como data erudita sino como andamiaje para la resonancia de algunas imágenes. De comentar el libro se encarga con amplia solvencia Héctor Piccoli, en un estudio "a modo de epílogo".

Santiago Hernández Aparicio nació en 1990 en la ciudad de Salta, a donde suele regresar y donde se inspira (y/o de donde huye) parte de este libro. Vino a estudiar y se graduó en Letras en la Facultad de Humanidades y Artes de la Universidad Nacional de Rosario. Colabora en las cátedras de griego antiguo en su carrera de la UNR y es becario del Conicet con una investigación sobre Hölderlin y las tragedias de Sófocles. Con ese bagaje, no podía producir una obra chata. Cada verso no sólo resuena con la belleza de la musicalidad del verbo, sino que resplandece bajo una doble serie de tradiciones donde la herencia clásica, modernizada por la poesía del Romanticismo y ésta a su vez por el expresionismo, se cruza con coplas y leyendas del Noroeste.

El libro se abre con una estampa de Salta por Liliana Bellone: "Tiemblo al escuchar las campanas de las iglesias. Siento que vivo en un lago dormido donde están Salamanca y Toledo también dormidas". El epígrafe sienta posición política. La Salta de este poeta novel no es mansamente católica ni exóticamente aborigen. Es familiar y siniestra, cruel y feudal: un espectro ancestral con el que acaso sería posible pactar acudiendo a la mediación de la corriente europea más nocturna dentro de la pintura y de la poesía. Georg Trakl y Thomas Mann vienen al rescate como lecturas que lo asisten en la creación de un espacio.

En ese espacio es posible reconstruir el delicado fósil vivo de la experiencia poética. Hernández Aparicio recomienda leer cada ciclo como un anillo, donde el segundo poema resuena en el penúltimo, el tercero en el quinto, el cuarto ocupa el centro y el último se toca con el primero para retomar el tema ampliado tras todo el recorrido. Tanto control le es imprescindible para navegar un fondo de emoción.

Este sermón es un coro de voces ancianas y niñas, de cultura y naturaleza, de liturgia y zamba. Se repasan los estadios de una vida a través del "viento de los años", desde el origen hasta "el oro verdoso de un amor cegado en el vientre". La polifonía de formas arma un variado mosaico expresivo, que no reniega del verso libre ni del soneto rimado. Marca de contemporaneidad, el sentido no está dado de antemano. "¿Dice algo todo esto, este bailar y bailar/ sin rumbo? A veces desearía que la mujer/ del vestido rojo me dijera dónde hay oro,/ dónde hay oro en todo esto". Sin embargo, aquí el reencantamiento del mundo triunfa por sobre el tedio. "¿Pero es eso posible/ sin que mi voz de ahora, de este día lluvioso y ruin,/ sea también misterio, voz ángel, beso de oro,/ ante cuyo asombro replicar con lo vivido?".