“Este es un tipo de marxismo que se posiciona no solo en contra de la explotación de clase y demás sino también contra el desencanto de un cierto tipo de racionalidad fría y abstracta”. China Miéville

I

Uno de los cuentos más perturbadores de China Miéville se llama “Cimientos” y trata de un hombre al que “le susurran las casas”. Es algún tipo de trabajador, no un inspector de obra o un ingeniero civil, pero alguien que cobra por escuchar los cimientos de las construcciones y dar un diagnóstico sobre fallas estructurales en los muros. El hombre dice qué problema es menor y qué problema debe atenderse bajo peligro de derrumbe. Las inmobiliarias y los consorcios lo contratan porque nunca se equivoca. Pero lo que el hombre escucha, en verdad, son las voces de los muertos, una voz colectiva que habla desde debajo de la tierra, un “arroyo de muertos” sobre el que está construida la ciudad entera y que, además de susurrar sobre las construcciones que pesan sobre ellos, dicen tener hambre. Miéville imagina un personaje que vende como mercancía lo que no es otra cosa que un evento fantástico.

En esto sigue a Philip K. Dick cuando propone telépatas y precognitores en Ubik, que se dedican al espionaje empresarial. O a los mecánicos que en la primera escena de Alien, cuando la nave los despierta del sueño criogénico porque hay un pedido de auxilio, preguntan si van a cobrar un bono por el tiempo extra que lleve el rescate. Creo que no hay síntoma más brutal del realismo capitalista que la imaginación de un futuro que propone la irrupción de un evento maravilloso (escuchar las voces de los muertos, encontrar vida alienígena) y, al mismo tiempo, personajes que discuten paritarias o venden sus dones extraordinarios en el mercado de trabajo.

Pero el personaje de Miéville vive mal, tiene pesadillas, pánico, depresión. Un día decide dejar caer un edificio. Los cimientos le advierten que va a derrumbarse, pero él no transmite la información al consorcio, y unos meses después hay decenas de muertos por la caída de un muro. Ahí tienen, dice el hombre a los muertos, ahora coman. En ese punto, Miéville decide que su narración gire hacia el pasado: el hombre “ayudó” a construir los cimientos; fue durante una guerra en 1991, cuando los vencedores hicieron fosas comunes y, sobre esa estructura de cadáveres, reconstruyeron la ciudad en ruinas.

La escena hace pensar en los fantasmas renderizados de los que habla Hito Steyerl, una ciudad que podría localizarse en Siria o en Iraq, donde se proyectan imágenes virtuales de la reconstrucción mientras todavía dura la guerra. Los felices patios de juego del futuro se superponen al presente de la ciudad devastada. “La construcción —dice Steyerl— se transformó en la continuidad del conflicto armado por otros medios”.

El problema es que el hombre cometió un error. Los cimientos no querían castigarlo ni ser vengados. El día después del derrumbe los muertos siguen murmurando las mismas cosas sencillamente porque todo lo que rodea al hombre fue construido sobre ellos. No esperan nada. Y, por eso mismo, nunca se irán.

La paradoja que plantea Miéville es trágica en el sentido clásico. El hombre es un mal médium, alguien que escucha los ecos fantasmales del pasado pero no sabe interpretarlos y, por eso mismo, ocasiona la desgracia.

II

En el fondo, el relato de Miéville no hace más que reutilizar un tópico de la literatura gótica: la casa embrujada. El castillo de Otranto, novela con la cual Horace Walpole inicia el género gótico en 1764, narra la ocupación de una misma propiedad por una familia a lo largo de generaciones, y es el pasado que reverbera lo que parece producir la aparición del espectro. Podríamos decir que es el retorno de lo reprimido, del evento traumático, en tanto síntoma de una familia que intenta resistir a la evolución social general y permanece aferrada a una edad dorada pero muerta.

¿No es acaso el castillo europeo —o la mansión sureña en Estados Unidos— el lugar privilegiado para la aparición espectral? Son esas familias aristocráticas que han sido despojadas y vencidas por la burguesía las que sostienen una relación melancólica y enfermiza con el pasado de la que surgen los fantasmas. Espectros que rondan las ruinas de un proyecto político y económico que se extinguió. El cementerio indio debajo del Hotel Overlook que añade Kubrick a la novela de Stephen King en El resplandor no es más que una variante de la misma lógica. El pasado que se niega a retirarse.

La diferencia en “Cimientos” es que no se trata de una familia sino de toda una ciudad que fue derrotada en la guerra, y por eso mismo su voz no es individual, sino colectiva: es un ejército fantasmal que habla como legión.

III

Mark Fisher definió como hauntología a una forma de reflexionar sobre el carácter espectral del pasado (lo que ya no es) y también del futuro (lo que todavía no es) y sus efectos sobre el presente. Intentó establecer así una ambigüedad ontológica en el presente, que no puede reducirse a lo materialmente existente en el ahora, sino que también se compone de todo aquello que ronda la actualidad fantasmagóricamente. Podríamos decir que “Cimientos” es un cuento hauntológico en la medida que está indagando en cómo actúan sobre el presente las presencias espectrales. El hombre que “ayudó” a construir los cimientos revive la escena como evento traumático del que no se puede liberar. Una tesis del propio Marx podría ayudarnos a revisar esta causalidad; se trata del conocido pasaje del 18 Brumario: “La tradición de todas las generaciones muertas oprime como una pesadilla el cerebro de los vivos”, porque es ahí donde percibimos que el presente, tanto para Fisher como para Marx, es susceptible de posesión por los espíritus del pasado. Hay, entonces, una actualidad embrujada, un acecho de los muertos sobre los vivos. Pero en el otro extremo del presente, al otro lado de la temporalidad, está lo que “todavía no es”, que en Fisher funciona como un atractor, es decir, como un evento virtual capaz de atraer eventos materiales hacia sí. Y ahí tenemos que recordar una segunda aparición del espectro en Marx: “Un fantasma recorre Europa: el fantasma del comunismo. Todas las fuerzas de la vieja Europa se han unido en santa cruzada para acosar a ese fantasma”. No solo los fantasmas del pasado sino también los fantasmas del futuro acechan el presente. Lo que se percibe como inminente, lo que parece estar a punto de suceder, modifica de manera radical nuestras vidas cotidianas. Y esto solo significa que el presente está condicionado por agentes virtuales que lo delimitan y le dan forma.

China MIéville

IV

Todavía quedaría una tercera forma del fantasma en la teoría marxista. Este espectro aparece en el capítulo sobre la mercancía de El capital: “Lo misterioso de la forma mercantil consiste sencillamente, pues, en que ella refleja ante los hombres el carácter social de su propio trabajo como caracteres objetivos inherentes a los productos del trabajo, como propiedades sociales naturales de dichas cosas, y, por ende, en que también refleja la relación social que media entre los productores y el trabajo global, Para lo que podríamos llamar el “caso argentino”, es interesante revisar las tesis de Elsa Drucaroff en Los prisioneros de la torre, (Buenos Aires, Emecé, 2011) donde repasa la relación y el conflicto entre generaciones en la escena literaria de posdictadura. como una relación social entre los objetos, existente al margen de los productores. […] Lo que aquí adopta, para los hombres, la forma fantasmagórica de una relación entre cosas, es solo la relación social determinada existente entre aquellos”.

Miéville analiza con lucidez lo que esto significa en términos políticos y también en términos literarios en su ensayo “Marxismo y fantasía”. Porque si son los sueños y las quimeras de las mercancías las que reinan, la vida real en el capitalismo es una fantasía, y el realismo, en rigor, una representación realista de un absurdo que es verdad. Por eso, dice Miéville, lo fantástico puede ser de especial interés a los marxistas, dada la extraña composición de la realidad social y de la subjetividad moderna. Porque toda la realidad vivida en el capitalismo es, en último término, fantasmagórica.

V

En una conferencia de 2013, China Miéville decidió emprender una defensa de la celebración de Halloween. La charla tuvo lugar en Estados Unidos, y sus argumentos se expandieron en una defensa ardiente del terror y de la fantasía como elementos revulsivos para la lógica del capital. Miéville dijo estar interesado en “una tradición alternativa del marxismo que gira alrededor del surrealismo y otras corrientes fantásticas, que a veces es llamado marxismo gótico”. Esa fue la primera noticia que tuve sobre una forma del marxismo capaz de reflexionar sobre el significado social de vampiros, fantasmas, territorios encantados y eventos maravillosos. Pero no fue Miéville el primero en hablar del marxismo gótico, sino Margaret Cohen en su libro Iluminación profana, de 1993. Ahí lo define como “una genealogía marxista fascinada por los aspectos irracionales del proceso social, una genealogía que intenta estudiar cómo lo irracional penetra la sociedad existente, soñando con utilizarla para efectuar el cambio social”.

Ya se dijo en varios lugares que el marxismo es un hijo legítimo de la Ilustración y que, como tal, arrastra los mismos vicios y las mismas zonas de corrupción que la razón iluminista. Lo que intenta Cohen en su libro es mostrar que existe, también, un Marx gótico que es capaz de pensar el capital como un vampiro o servirse de la figura del fantasma para describir el proceso de producción. El marxismo contó, entre sus filas, con distintas líneas —casi siempre subterráneas, minoritarias, no oficiales— que intentaron conquistar para el campo de la revolución esos eventos extraños que surgen de las mismas. El mismo año en que Derrida publica Espectros de Marx e inicia lo que se conoce como “giro espectral” en las ciencias sociales.

Como me hizo notar Facundo Nahuel Martín, tal vez haya que leer este emergente como un síntoma del breve período entre la caída del bloque soviético y la aparición del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (ezln) en México como nueva hipótesis política para la izquierda radical. Jack Halberstam también trabajó sobre este tema en su libro SkinShows: Gothic Horror and the Technology of Monsters (1995): “El mismo Marx —dice— enfatizó la naturaleza gótica del capitalismo […] al emplear la metáfora del vampiro para caracterizar al capitalismo […] Si bien es fascinante observar la coincidencia que aquí se da entre la descripción que hace Marx del capital y los poderes del vampiro, no es suficiente decir que Marx utiliza metáforas góticas. De hecho, Marx está describiendo un sistema económico, el capitalismo, el cual es positivamente gótico en su habilidad para transformar la materia en mercancía, la mercancía en valor, el valor en capitalismo”.

Walter Benjamin, para pensar en un caso paradigmático, reivindicó el movimiento surrealista como una corriente capaz de sumar a la revolución las fuerzas de la embriaguez. Benjamin parte de la tesis que afirma que el lenguaje está embrujado. Conviven en él los usos actuales de las palabras con antiguos y remotos significados que todavía son capaces de manifestarse, como espectros, en la medida que las palabras puedan alcanzar cierto grado de extrañamiento. Michäel Löwy, en un comentario a este ensayo de Benjamin sobre los surrealistas, dice: “El marxismo gótico, común a ambos —Breton y Benjamin— sería, pues, un materialismo histórico sensible a la dimensión mágica de las culturas del pasado, el momento ‘negro’ de la revuelta, a la iluminación que desgarra, como un relámpago, el cielo de la acción revolucionaria”.

Si aceptamos que la Era Moderna y el capitalismo se caracterizan, como ya señaló Max Weber, por promover el desencantamiento del mundo, la visión romántica (de la que el surrealismo es la “cola del cometa” según Breton), se apoya, sobre todo, en la aspiración —a veces desesperada— de un reencantamiento del mundo. Aunque lo que distingue al surrealismo de los románticos del siglo xix es, como bien comprendió Benjamin, el carácter profano y post-místico de sus fórmulas de encantamiento.

El marxismo gótico piensa la realidad social como un campo cargado de pulsiones, deseos, terrores y objetos libidinales. Por eso le parece que el proceso social es irreductible a las lógicas abstractas del capital. Desde este punto de vista, las prácticas revolucionarias no pueden reducirse a las tareas que apelan a la conciencia de las mayorías oprimidas —como la propaganda, por ejemplo—, sino que debe entrar en contacto con esos restos espectrales de la producción social.

VI

El marxismo gótico es un campo político capaz de hacerse cargo de los desechos que viajan hacia nuestro pensamiento político desde galaxias remotas. La función gótica atrae una serie de criaturas y estados de ánimo que no podríamos decir que conecten con facilidad, en principio, con la tradición marxista. Por eso lo gótico es una prótesis para el marxismo, un nuevo campo que se acopla y permite la exploración de mansiones embrujadas, demonios, cementerios, hombres lobo, brujería, fantasmas y doppelgänger. Un lenguaje del terror, como lo llamaba Fisher, que necesita ensamblarse con conceptos como trabajo muerto en Marx o cuerpo sin órganos en Deleuze y Guattari.

Si lo que conocemos como marxismo científico es una larga noche de insomnio, una noche blanca de paranoia y ansiedad donde nuestra razón no encuentra salida al loop temporal que llamamos capitalismo tardío, lo que viene a ofrecer el marxismo gótico es trabajo onírico al servicio de la revolución.