Son las 7 de la mañana en la estación de trenes de José León Suárez. Y bajo una lluvia persistente, allí, en el norte del AMBA, Gabriel Katopodis se sube a un tren que comienza su trayecto a Retiro. Tiene pocos minutos. Saluda a la gente que se acomoda en los asientos. Entrega volantes. Y arranca: “El 19 votamos, les pedimos un esfuerzo más, él último: que nos ayuden a buscar a quienes no votaron en estas elecciones”. Lo escuchan y él propone: “El que no voto a Massa ni a Milei ¡tiene que ser nuestro!”.

Gabriel Katopodis, el ministro de Obras Públicas de la Nación, no es candidato en esta campaña. Su prédica política responde a una convicción, la de sostener ahí en el pasillo de un tren, el “cara a cara con la gente”. Como lo hace en subtes, bondis, fábricas, puertos o merenderos. Y aunque cultiva un bajo perfil su presencia crece desde la empecinada obstinación por estar “cerca del votante”. Por eso en esta estación, epicentro del movimiento “de gente que labura, que hace el esfuerzo”, invita con entusiasmo, a compartir la defensa democrática en las elecciones que se avecinan.

Transmite certezas Katopodis. “Es el último esfuerzo antes del 19”, le dice a una mujer cuando le entrega un volante de Massa. “¿Tomamos mate?” le pregunta a un joven con matera. “¡Fuerza, a no aflojar! Faltan 15 días y tenemos que poner todo para que no gane Milei”, insiste y baja del tren que se pone en movimiento.

El andén vuelve a llenarse. “La gente va a laburar. Eso vale oro. Podes llegar a fin de mes o no, pero hay trabajo” razona. “¿Vas a trabajar?” le pregunta a una joven de pelo al ras. A un taller de chapa y pintura, en Devoto, le cuenta Jésica. “¿Cómo aprendiste?” quiere saber Katopodis. “Aprendiendo”, le contesta ella que viene de La Carcova, tierras del Padre Pepe Di Paola, un barrio muy humilde de José León Suárez, y le pide una foto.

Campaña de a pie

En épocas de comunicación hipervirtual, Katopodis recupera el espacio público. “Subo a los trenes para hablar, porque la gente quiere verte, no aceptan intermediarios. A veces hay algún reclamo –concede-, pero este cuerpo a cuerpo es algo distinto a la política tradicional. Es una campaña que se basa en hablarle al votante. Porque a cada uno le aprieta el zapato en un lugar distinto, la economía o la seguridad, pero todos queremos estar mejor, y el esfuerzo de frutos”, analiza.

“¿Va a trabajar, a laburar? No me diga que tiene frío?”, bromea con una vecina que espera en el andén. Allí, y aunque muchos no lo reconocen, quizá por la falta de bambolla y por lo austero del acto que realiza, Katopodis habla con los vecinos para “explicar lo esencial”, afirma ante la consulta de Página/12. “La gente está informada” reflexiona en el andén. Pareciera que la lluvia no lo incomoda. Su foco está en los vecinos. “La clave es que te vean todo el tiempo, esto no es un 0800, es con el cuerpo, no es un teléfono”, sostiene.

“Hay reclamos, no está todo bien y la mecha está corta”, advierte. “Si yo apareciera una semana antes de las elecciones sería distinto. Pero si apareces con el volante, siendo ministro y habiendo sido intendente y hablas, se sienten cerca. Y el intercambio es amigable, no putean”. Nadie pide milagros, la gente tiene sentido común, razona. “Piden señales de alivio, en los próximos meses tiene que haber señales, el horizonte es corto. El gobierno de Sergio Massa va a ir de trimestre en trimestre, con medidas concretas, como lo del Impuesto a las Ganancias que fue concreto, un hecho”, evalúa. 

Micromilitancia

En estos microencuentros a los que se arriesga Katopodis, sistemáticamente se pone en juego su credibilidad. Lo sabe. “Lo hacemos cómodos, no es forzado, y eso te carga” comparte. En la campaña de Massa, Katopodis reconoce justamente el momento en el que “Sergio comenzó a hablarle a la gente, eso lo transformó y comenzaron a verlo como líder. Porque esto te interpela, te da foco, te pone en sintonía, te va armando”.

Katopodis sostiene esta práctica –que no muchos podrían- desde que en 2011 se postuló a intendente y ganó. San Martín es su pago chico. Se mueve con destreza. Sube a otro tren, saluda. Busca y consigue la atención de los vecinos en esta mañana de lluvia, inusualmente fría. Lo conocen, fue el intendente hasta que en 2019 asumió la gestión ministerial, hoy reconocida por el oficialismo y la oposición.

“Milei es la venta de órganos, la destrucción del Estado, no necesitamos que se fanaticen con Massa, necesitamos un voto de confianza, y que el 10 de diciembre estén ahí para que cumplamos el contrato, controlando ese voto que nos dieron”, propone. Y participa a los vecinos, a recuperar la confianza en la vida democrática. Habla con firmeza, no minimiza que sea desde el pasillo del tren, sino todo lo contrario: lo valoriza.  

El foco en lo que le interesa a la gente

Utiliza una metáfora futbolera y establece la relación del DT que le habla a un goleador antes de salir a la cancha: “Hay que hacer foco en lo importante, son 30 segundos, en ese tiempo hay que transmitir lo esencial, como cuando (Marcelo) Bielsa le decía a (Ariel) Ortega lo esencial, en 30 segundos. Lo que va a quedar. Lo mismo para un concepto político. Hacer foco en lo que nos interesa y le interesa a la gente” se entusiasma.

“Se activó la micromilitancia, cada uno se hace cargo de un compromiso, y la acción pasó del anillo del activismo al del ciudadano de a pie”, añade sobre esta práctica de campaña singular, audaz y austera. Investida sin embargo de un compromiso mayúsculo que refuerza el contrato entre los votantes y la dirigencia política.  

“¡Gabriel, capo!”, le grita un guarda. El ministro vuelve a subir al tren. El cara a cara humaniza la política. Pero el contacto personalizado es una maniobra que no todos pueden atravesar con soltura. Katopodis lo sabe. Y sabe que “la gente, necesita saber que uno está, y que estamos poniendo también, todo el esfuerzo posible”, sintetiza. 

Subirse al tren de la realidad

La mañana avanza. El ministro vuelve a subir al tren. Ese ritual que tan bien conoce y que revitaliza la vida democrática en la Argentina: da la palabra, estrechar una mano, comprometerse "a un contrato", define Ketopodis. Eso necesitamos, dice: "Creer, porque tenemos que estar mejor, y hay que explicar lo que cada uno puede hacer, y explicarlo claramente", detalla. Y vuelve a lo suyo.    

“Buenas, buenas, el 19 votamos…”, le dice a un joven y le da un volante. “Claro, fui presidente de mesa”, le responde Claudio, va a trabajar a una fábrica. “Ganate a uno hoy” le propone Katopodis. Carolina va a estudiar, al ISER. “A defender al ISER y a lo público”, la anima. Carolina asiente y sonríe para su selfie con el ministro, que es un vecino en San Martín, donde vive desde hace 35 años.

Katopodis camina el pasillo. Saluda y conversa. Habla claro. Hace foco. Le preguntan algo, se sacan una foto. Alguna voz en contra suena por lo bajo: “Vaya a mentir a otro vagón, acá no le cree nadie”, dice una mujer, pero el resto del pasaje no parece darle la razón. Quieren hablarle, saber qué dice “Kato” como lo llaman dos jóvenes que lo saludan con cara de sueño. “¿A laburar? Vamos a andar mejor ¡confiemos!”, anima a dos mujeres que van a trabajar.

“¿Qué dice la gente, ganamos?”, pregunta. María le responde que “desgraciadamente la gente está dividida”. Vive en Villa Hidalgo, un barrio lindero al Ceamse. “Pero muchos que votan a Milei no quieren que cierre el jardincito, o que haya que pagar más caro los trenes” se interesa por esa respuesta el ministro, y avanza: “Hay que ir voto por voto, buscar a cada uno, yo no voy a poder hacer nada por vos, si no tenemos el esfuerzo de todos”, se explaya. Explica Katopodis. Enseña a pensar la política en estos microencuentros. “Ojala” lo bendice María, que lo mira agradecida. 

Antes de bajar, Katopodis saluda a un hombre que está con dos niños de escuela, guardapolvos y mochilas.

—¿Va a trabajar?

—No, trabajo de noche —responde Pedro—. Ahora llevo a los chicos a la escuela. Elisa va a cuarto grado y Pedro a quinto.

Los niños miran vivaces el intercambio de su padre con el ministro. Hacen puñitos. Lo miran bajar. Se escuchan sus risas niñas antes de que se cierren las puertas del vagón.