Voy a comenzar con una metáfora socorrida pero didáctica: un viaje en subterráneo es una experiencia por las entrañas de una ciudad y por extensión, de un país. Hay toda una literatura y una cinematografía al respecto, relatando historias que atrapan con esa atmósfera de encierro, de microcosmos replegado sobre sí mismo, poblado por una fauna particular y reconocible. Pasajeras y pasajeros ensimismados en sus pantallas, acunados por el traqueteo del tren; buscas aguardando su oportunidad; pungas queriendo que se produzca algún descuido; vendedores ambulantes de una parafernalia de inutilidades; personas excluidas en modo mendicante; turistas desorientados tratando de pasar desapercibidos; gente que se mezcla en un vagón, reunidos simplemente por el viaje. De repente, una mujer, una piba casi, de tan jovencita que se la ve, se para en el vagón del subte. Luce sencilla, parecida a cualquiera de las que viajan todos los días a trabajar, a estudiar o simplemente a pasear. Y con voz embargada por la emoción, confiesa que está muy nerviosa porque nunca se imaginó haciendo eso en ese lugar. No vende ni pide nada. Solo un poquito de atención de los pasajeros. Dice que se animó porque está preocupada. Y comienza a desgranar un testimonio que suspende el viaje, el tiempo y la distancia y atraviesa la indiferencia, la hostilidad y el desánimo de los y las presentes, circunstanciales compañeros y compañeras de viaje, obligados a escucharla. 

En poco más de minuto y medio la piba resume una historia familiar trágica que hunde sus raíces en la época de la dictadura cívico-militar y se conecta, en poco más que un viaje entre dos estaciones, con la actualidad que presagia una fuerza política y un candidato que reivindica las peores prácticas genocidas. Pero resulta que no es una lección de historia reciente, no es una performance artística, es un testimonio, es su testimonio, dicho valientemente, en primera persona, con la voz quebrada, los ojos húmedos y la sinceridad a pleno. Resume una vida que va desde una abuela que buscaba a su madre, una madre que estaba embarazada de ella, su hija, e hija y madre ella misma, que ama este país y no quiere violencias para sus hijos.

Cierra con una declaración que toma la forma de un ruego: nunca más violencias, nunca más miedo, nunca más secuestros tortura y vuelos de la muerte, por favor, por la democracia, NO voten a Milei. Y el vagón estalla en aplausos. Superando la media de la indiferencia, ella contará después que algunos hasta se acercaron a saludarla. Y al ver y volver a ver el video que se hiciera viral, uno siente que le hubiera gustado estar ahí, para devolverle en un abrazo, toda la dignidad, el coraje y la vida que ella puso en juego en ese viaje a las entrañas de la Argentina.