La radio, como medio de comunicación, instaló su poder durante décadas. Antes que la teve concitó la reunión familiar alrededor de  determinados programas y avanzó en la especulación de los avisos y publicidades; algunos de los cuales se hicieron famosos, se tarareaban –y continúa sucediendo– como melodías pegadizas que ilustran la cotidianidad. Despues de tantos años, alrededor de la radio y penetrando en ella, se advierten fenómenos sociales y psicológicos que desbordan la relación “radio” y “público”. Por ejemplo, la frase que, emitida por un oyente, “sale al aire” diciendo en plural “Siempre los sigo”, como si el programa fuese un líder o un ser divino  al que se le brinda lealtad y consecuencia.

De este modo la subjetividad del día a día se socializa y adquiere la plenitud de aquello que se logra exitosamente: acercarse a quienes realizan un programa radial. El llamado al teléfono de la radio se convierte en una oportunidad que posiciona a la persona que llama en un protagonista y establece una relación entre subjetividad y ciudadanía. Quien interviene de ese modo, si bien por una parte se expresa como “seguidor”, al mismo tiempo logra introducirse en el aire del programa y con su propia voz instalar un campo ciudadano nuevo que se caracteriza por la oportunidad para opinar mediante el beneplácito hacia quien conduce la programación. Lo hace en ejercicio de una subjetividad que lo autoriza, como ciudadano, a formar parte de un mecanismo identificario: se identifica con quien conduce determinados contenidos. Fenómeno interesante porque permite expresar una opinión mediante una síntesis concreta: “Pienso igual que quien conduce el programa”. Es decir, emite un voto de confianza, ejerce un particular derecho al voto para lo cual solamente precisa un teléfono que lo conecte con la radio.

La reiteración de la frase la torna entrañable y una vez pronunciada genera un cálido mensaje de apoyo al mismo tiempo que respalda a quien emite el programa. Se constituye un interesante mecanismo de irrupción de la subjetividad del radioescucha que habla como un ciudadano con derecho a una palabra que no precisa permiso para ser emitida y escuchada.

Puede suponerse que quien así procede queda satisfecho con su intervención, especialmente cuando se escucha a sí mismo “saliendo al aire” con su voz. Cuando reconoce su derecho como ciudadano participante de un circuito que siendo cotidiano es, sin embargo, ajeno. Ya que no forma parte de los empleados de la radio.

Para quien deja ese mensaje no caben dudas acerca del efecto que se supone  producirá esa frase en quien la recibe, como satisfacción narcisista de quien es “seguido”. A quienes se “sigue” es a los componentes del programa, a los sujetos del habla que se dan a conocer por sus palabras ordenadas canónicamente según la producción que organiza la salida al aire; es decir, existe una intermediación y quien conduce no solamente se expresa a sí mismo, también reproduce la mediación de quienes son los dueños del programa. Pero esa realidad resulta sobrepasada por la necesidad de  hacerle saber a quien conduce que cuenta con un público leal.

También sugiere un cierto orgullo por parte de quien se habilita a sí mismo para existir como radioescucha comprometido respaldando a determinados conductores. La frase se convierte en una afirmación de derechos, opinar y hacerse escuchar al mismo tiempo que reclama la decisión de llamar por teléfono, esperar ser atendido por la producción del programa y seleccionado para ser escuchado. O sea, una subjetividad que busca satisfacerse entrometiéndose en un ambiente del cual no forma parte. Hasta que se escucha a sí mismo valorizando a alguien a quien respalda. Y ese respaldo le parece sumamente importante. Sin duda así es para quienes conducen los programas y se saben “seguidos”.

“Siempre los sigo” es una afirmación que ha ingresado en el aire radial para decir mucho más que lo que afirma: un ejercicio de subjetividad ciudadana que mediante un proceso de identificación logra opinar como público presente. Saberse público presente constituye un paso gigantesco desde aquellas primeras transmisiones del año 1920, cuando la familia rodeaba al aparato de radio para escuchar las novelas o el fútbol. “Siempre los sigo” supera la trivialidad de la observación coyuntural: se trata de un circuito que enlaza la subjetividad con la ciudadanía y la opción de opinar. Es probable que no se conceda importancia al fenómeno, pero es interesante darse cuenta que uno mismo se introduce en las mediciones de audiencia, es decir en el éxito o fracaso de un programa que, comercialmente, está evaluando si continúa sosteniéndolo o no.