La marcha fue un éxito. No es expresión de deseos, ni negación de las grietas y tampoco es una novedad. La marcha del orgullo siempre es un éxito, es una fecha con adrenalina, un cumpleaños feliz y es muy tarde para que no lo siga siendo. De la valentía que se necesitaba en las primeras marchas a comienzos de los 90, de la precariedad con que se empezaba a pensar sobre el otro dentro del otrx, se ha pasado a una energía de cuerpos que vienen de todas partes, que hacen una cita en la plaza sin formularse grandes preguntas ni prestar gran atención a las consignas que elige la comisión organizadora, ya no levantan la presión de años atrás ni los históricos abucheos. La marcha empieza muy temprano, casi como un pic nic de cerveza, empieza antes de que empiece, cuando cada uno fantasea en cómo se va a montar, qué se va a poner o qué va a encontrar en los puestos, cómo hacer que su carroza autogestionada suene más fuerte que las profesionales. Vienen a emborracharse, y qué. Vienen a levantar, a bailar al aire y gratis, a ver gente más rara que ellxs, a ser más rarxs que otros días de la semana. Cada año baja el promedio de edad, hay una selección sub 20 con carroza propia y también sin ella que se ha vuelto una atracción de futuro para viejas y viejos. El escenario del final, es la llegada, la dispersión. Se ve, por una cuestión de perspectiva como algo que ocurre lateralmente, cuando el calor, los calores y el baile han dejado su buena marca. Sigue siendo el momento del beso a mansalva. 

Este año se dijo que había que tener cuidado porque venía politizada. Por fin. La politización podría ampliar la mirada, salvar del peligro de morderse la cola en el peor de los sentidos. Politizar es discutir, crear problemas donde hay problemas. Y la marcha es un éxito porque el orgullo que parecería una categoría perimida cuando se asume que lo cuir no quita lo facho, en muchas zonas todavía es la herramienta necesaria, la coraza y el alimento para mantenerse vivo. Es un éxito ir de carroza en carroza, eligiendo qué ritmo o qué movida, incluso o en especial cuando esa movida es una contramarcha. Este año, el espectáculo del final en el escenario fue interrumpido a huevazos y botellazos por personas que no son el enemigo. Y las que recibieron la agresión, tampoco son el enemigo. No hubo represión, no hubo heridos, no hubo caza de brujas. Arriba del escenario, abajo y al costado, había personas que escriben en este suplemento, son colaboradorxs, han participado de alguna nota o con alguna opinión. Había gente que seguramente estará en estas páginas o que no querrá estar nunca. Si eso es politizar, politicemos más hondo. En este número escribe Franco Torchia, colaborador de este suplemento que estaba cumpliendo su trabajo de presentador arriba del escenario. En redes sociales se solicitó al día siguiente si alguien de los que se manifestaron estaba dispuesto a atribuirse la acción. No confundir con actitud macartista, ni caza de brujas, reconocer una acción no es incriminarse así como no reconocerla no siempre es esconderse. Escribe también una voz imprescindible del activismo trans, Marlene Wayar, que no estaba presente en la marcha por razones que exceden su deseo, pero que hace una interpretación a través de los relatos y una historia conocida. La discusión continúa.