Mañana, en el Museo de Arte Moderno (Mamba), se       inaugura una exposición panorámica de Sergio Avello (Mar del Plata, 1964-Buenos Aires, 2010) quien, además de un talentoso artista visual, fue disc-jockey y escenógrafo. La muestra, curada por Sofía Dourron –coordinadora de Curaduría del Mamba– incluye pinturas, obras lumínicas, objetos, música, documentos de época y registros audiovisuales, realizados entre 1984 y 2010, año de su muerte temprana.

La exhibición también da cuenta de ese universo a la vez disperso y concentrado que caracterizó a Avello. Como explican los organizadores, aquí también hay registro de “la música, la noche y los amigos que dinamizaron su práctica artística desplegada en fiestas, muestras y recitales”. El título de la exposición, “Joven profesional multipropósito”, busca sintonizar con el abanico de intereses y prácticas del artista. En su pródiga dispersión, Avello dejó un cuerpo de obra relativamente escaso. La exposición presenta el itinerario de alguien que en vida fue un artista de culto y a la vez un módico e involuntario pionero del redescubrimiento local del abstraccionismo geométrico que fue una de las señas locales del arte de los años noventa.

Nacido en Mar del Plata, vino a vivir a Buenos Aires a comienzos de los años ochenta. Fue habitué y protagonista de la movida underground nocturna ochentista y realizó, en 1989, su primera muestra individual Arte Decorativo Argentino-Nuevo exponente, en la galería de Adriana Rosenberg –la primera en advertir el talento de Avello– donde expuso nuevamente al año siguiente. Otro que supo ver fue Gumier Maier, curador de la galería del Rojas, quien lo invitó a exhibir sus obras en ese espacio, en 1992 y, cinco años después, lo incluyó en la recordada exposición El tao del arte, una suerte de sinopsis del arte y los artistas del Rojas, presentada en el Centro Cultural Recoleta. Tiempo después, Adriana Rosenberg, directora de Proa, lo llevó allí desde la etapa inicial de la Fundación, donde Avello estuvo a cargo del área de montaje.

El artista siempre demostró una gran coherencia y sinceridad en su obra, privilegiando el (paradigma del) diseño, el color, el valor de lo mínimo (y de lo pequeño y fácilmente transportable), la elocuencia del marco y el valor del humor. Con todos esos elementos generó una delicada resistencia contra algunas claves densas de la tradición argentina, tales como la reivindicación del sacrificio, la seriedad ampulosa, la voluntad narrativa, la pretensión heroica y demás intenciones muchas veces aparatosas, contra las cuales, desde su obra antinarrativa, Avello sonreía. 

La mayor parte de sus obras no llevan título. Esa ‘mudez’ léxica funciona como sintética declaración de principios: nombrar lo menos posible, alejarse del aspecto clasificatorio del lenguaje.

Avello era un nómade, que necesitaba poco (era, literalmente, un desposeído) y su nomadismo ayudó a diluir y ensanchar el concepto tradicional de artista dedicado ‘exclusivamente a lo suyo’.  Su práctica estaba en sincronía con lo que Nicolas Bourriaud propone en su célebre libro Postproducción, donde caracteriza el arte de los años noventa como una amplificación del concepto de ready made, porque tomaba una fuente “tercera” y las obra surgían a partir de materiales preexistentes, generando sentidos gracias a una selección y combinación de elementos heterogéneos ya dados. A tal punto llega la coincidencia que, según el teórico francés, el modelo de artista de los noventa podía emparentarse con la tarea del disc-jockey; a propósito: otra de las profesiones de Avello.

Por otra parte, la mayor parte de la obra de Avello, de formato pequeño, era lo contrario de grandilocuencia. Del mismo modo, su decisión inicial de exhibir en lugares no tradicionales permiten pensar que no construyó una ‘carrera’ sino un camino de intereses diseminados. 

Las obras de mayor tamaño y las realizadas con luz son las más notorias de la muestra, pero es difícil destacar una pieza del conjunto, más allá de la elocuencia de la escala y la luminosidad.

Lo que más allá de toda narrativa resulta evidente es la relación entre fracciones de color y facciones de pertenencia (deportivas –por los colores de clubes de fútbol– o nacionales –la bandera argentina; la norteamericana–). Allí aparece también lo político: la bandera argentina comienza a aparecer insistentemente en la obra del artista luego del estallido de la crisis del país en 2001. Mientras que la bandera norteamericana aparece, por ejemplo, completamente negra, como cubierta por petróleo. Está además aquella pieza titulada: Argentina hay quien te ama y hay quien te USA, realizada en cuerina cosida en 2006.

Hay homenajes a Sol LeWitt (el artista tiene toda una serie dedicada al artista norteamericano –LeWitt exhibió en Proa, mientras Avello era jefe de montaje–), a Rogelio Polesello y a Pérez Celis (en la larga serie Polecelis).

Pero hay más obras referidas a la política, tales como Comunisti (2003 y 2004; y Anarquista, de 2004). Sin embargo, una de las obras más curiosas en cuanto a su grado de politización es una bandera argentina que muta en bandera boquense (o viceversa, según cómo se mire). Esta pieza –véase la foto– es de 2008, cuando hacía poco el ex presidente de Boca se había vuelto jefe de gobierno. La obra lleva el particular título de Mediocre, tal vez por la inclusión del ocre al medio. O tal vez no.

Podría decirse que mientras desde el arte se propone una ética del color, desde el poder se la elude, dado que la facción política que se apropió del amarillo como color partidario, impuso también ese color para la publicidad y la difusión de la obra de gobierno, unificando partido con gobierno.

La Asociación de Amigos del Museo de Arte Moderno, sin embargo, sí se contagió del espíritu positivo de Avello, al organizar el miércoles pasado “El Museo soy yo”, segunda Gala para recaudar fondos para el Mamba, en la que reunió cuatrocientos invitados del mundo del arte y alrededores, con la presencia del Jefe de Gobierno y varios funcionarios de la Ciudad. La celebración, para la cual Gachi Hasper realizó una muy impactante intervención artística de 85 metros, y la voz experta de Victoria Noorthorn, directora del Museo, ofreció un pormenorizado resumen de gestión, incluyó la visita preinaugural de la muestra de Sergio Avello.

La feliz producción de Avello solicita del espectador, entre otras cosas, una mirada tan delicada como detallista y desprejuiciada, que se sumerja en el color, la textura, la trama, el valor (–una ética– del color), la tonalidad y la luz.

* Desde mañana, en el Museo de Arte Moderno, en Avenida San Juan 350.