Desde Barcelona

UNO Rodríguez promete que en lo que sigue –por no tropezar y caer en el lugar común– no se invocarán las muy célebres y tan admiradas y hasta discutidas primeras líneas de Anna Karenina. Así que va a optar por algo que escuchó en el metro, en el momento en que se abrían la puertas del vagón. Ahí, un anónimo filósofo le dijo algo a su desconocido discípulo. Le dijo –casi como si fuese uno de esos finales de capítulos del gran  J. P. Donleavy (R.I.P.) con haikus brooklyn-irlandeses– que “Una buena familia / es una familia que alguna vez / fue más buena de lo que ahora es”.

Y Rodríguez se dejó llevar por las escaleras mecánicas rumbo a la superficie de un planeta cubierto de fuego familiar, que no es el calor de hogar y que sí es la versión hardcore del fuego amigo. 

DOS “La familia es una máquina de producir ficción sobre sí misma”, lee Rodríguez en los últimos diarios de Ricardo Piglia. Y la entrada en la Wikipedia para Familia es casi tan larga como novela decimonónica. Allí, etimología latina, tipos y variedades, modelo matriarcado y modelo patriarcado, nuclear o expandida, variaciones según etnia y religión, las todos-con-todos y las todos-contra-todos. Pero, a la hora de intentar comprender “lo familiar” (la familia definida tantas veces como “la base de la sociedad” pero que en verdad es arenas movedizas) Rodríguez siempre se apoyó en la sabiduría de lo ficticio para explicar lo real. Así, los mafiosos Corleone, los amarillos Simpson, los solitarios y centenarios Buendía, los frágiles Glass, los quebrados Buddenbrook, los locos Addams, los náufragos y suizos Robinson, los “extendidos” y payasescos Swain, los ardientes y antiterrestres Van Veen y, en el principio del todo, los enredos entre las ramas del frondoso árbol genealógico de los dioses grecorromanos y ese “Abraham engendró a Isaac, Isaac a Jacob, y Jacob a Judá y a sus hermanos; Judá engendró, de Tamar, a Fares y a Zara y a Mango y a Custo” y así hasta “engendró a Rodríguez”.

TRES Y Rodríguez, en el calor de agosto y más solo que Travis Dean Stanton (R.I.P.), encendió el televisor para no prender la luz en su desfamiliarizado departamento. La familia lejos, de vacaciones con familiares, en una playa que, de estar allí Rodríguez, para él sería como Dunkerque: sáquenme de aquí y llévenme de vuelta a casa, lejos de todos estos krauturistas. Y Rodríguez sintonizó una serie documental de la CNN sobre la historia de la comedia norteamericana. Y ahí, claro, la familia como piedra fundamental de sitcoms desde el principio de las emisiones. Primero, la familia pasteurizada. Y, luego, el reconocimiento allí dentro de que todos los que se sientan a ver juntos la tele por lo general no se soportan entre ellos y la miran porque no pueden verse. Así, de pronto, la familia como mueca transgresora y arma arrojadiza y ahí –entrevistados– varios tipos que, piensa Rodríguez, deberían haberle tocado como hermanos o primos, pero no. Larry David: “¿Qué otro lugar hay a donde ir a buscar humor que no sea la familia?”. Jerry Seinfeld: “No hay nada en la vida que sea ‘diversión para toda la familia’. No existen los salones de masaje que sirvan helados y vendan joyas”.  Y Louie Anderson: “Luego de pisar algo te preguntas ‘¿Qué fue eso?’ Y eso que pisaste, amigo, es la familia”. 

CUATRO Tarea para el hogar para hacer entre padres y madres e hijos: ¿Por qué las personas que pueden permitirse el dejar de trabajar para “pasar más tiempo con su familia” al poco tiempo vuelven al trabajo con “renovado entusiasmo”?

Responder con “Family Life” de The Blue Nile sonando de música de fondo, en la habitación al fondo.

CINCO Y de ahí al último episodio de la temporada de la gran serie familiera del momento: This Is Us. Allí no se pisa sino que se acaricia y, ya se sabe: como la vida misma y risas y lágrimas. Y lágrimas. Y más lágrimas. This Is Us es el gran boom sentimentaloide e hiper-sensible que hace que Rodríguez extrañe aún más a Twin Peaks. Cumbre del buenismo buenrrollista y –descendiendo más o menos directamente de aquella entrañable Family y de The Waltons y de la en su momento tan innovadora Thirtysomething– This Is Us tiene como objetivo un incremento masivo de la deforestación de la jungla amazónica para poder hacer frente a la creciente demanda de pañuelos de papel junto al control remoto. Y Rodríguez detesta a This Is Us, pero no puede dejar de ver las idas y vueltas de los Pearson. Y de preguntarse cómo cuernos es que murió el buenazo y springsteeniano Jack, marido de la insoportable y abnegada Rebecca, y padre del actor histérico Kevin, de la gorda y volátil Kate, y del adoptado y tenso y “de color” Randall. Todos arropados entre canciones felizmente tristes de Nick Drake y Cat Stevens y Jackson C. Frank y Ryan Adams. Y hay infidelidades y drogas y sida y cáncer y obesidad y alcoholismo y problemas en el trabajo y homosexualidad y el inevitable capítulo navideño y adicción al flashback como sustancia iluminadora. Y todos se pelean, sí; pero lo hacen sólo para poder amigarse. Y para enseguida y constantemente emitir (en This Is Us nadie dice banalidades como “Tengo ganas de ir al baño” o “Pásame la sal” o “¿Qué hora es?”) sentencias epifánicas de esas que te cambian la vida y que, si se puede, conviene pronunciarlas frente a la lápida de la tumba de un ser querido o en el momento exacto en que comienza a nevar. En This Is Us hasta la cajera del supermercado es una filósofa que, aunque no lo sepa, podría ser gurú de auto-ayuda. Y el esquema es el siguiente: todos hacen algo mal para que luego comprendamos que estaba muy bien hecho eso que hicieron mal, porque da la oportunidad de llorar y de abrazarse y hacerlo un poquito mejor la próxima vez, pero no del todo bien, porque si no no hay motivos para volver a pelearse y amigarse. Es decir: eso que no va a pasar con brexits y catalexits; que a Rodríguez le recuerdan a esos hijos adolescentes (y a su in/dependiente hija que ya no es teen pero lo sigue siendo) quienes entienden el irse a vivir solos como algo a ser financiado por los progenitores desde el alquiler y comida hasta el lavado y planchado de la ropa. Mientras tanto, el pasivo-agresivo Papá Rajoy, interviene las cuentas y advierte que “nos van a obligar a llegar a lo que no queremos”. Es decir: a la cama y sin postre. 

Rodríguez sí quiere que llegue el 2 de octubre (para que así haya pasado el 1 de octubre, que es el demasiado familiar día del que todos discuten todo el día y todos los días en familia) y...

SEIS ...mientras tanto ve This Is Us y extraña tanto a los Soprano, a los White de Breaking Bad, a los hermanos McGill de Better Call Saul y a los Solloway de The Affair: series en las que sus protagonistas afirman hacer todo por la familia, pero lo único que en realidad desean es deshacer la familia. Por suerte, Ray Donovan ya está de regreso con su parentela moliéndose amorosamente a patadas para descontar un round sabiendo que aquí viene otro, que no hay tregua ni paz y sí hay guerra. Y que –lo siento, Rodríguez no cumplió– todas las familias felices se parecen unas a otras; pero cada familia infeliz es infeliz a su manera. Y que, claro, enseguida se pone a discutir acerca de cuál es la manera más feliz de descarrilar esa infelicidad en las siguientes cientos de páginas que aquí llegan, como una familiar locomotora que no se va a detener ante nada ni nadie.

Bienvenidos al tren. Al tren que te va a pisar primero y que recién después se preguntará “¿qué fue eso?” pero sabiendo perfectamente cuál es la familiar respuesta:

R.I.P.