Quinto largometraje del comediante y realizador Massimiliano Bruno y tercera colaboración con Alessandro Gassman –estrella por derecho propio, más allá del obvio pedigrí–, Beata ignoranza es fiel representante de la línea industrial/comercial del cine italiano contemporáneo, en su vertiente comedia dramática (o drama cómico) apta para todo público. Como tal, en su trama sobre conflictos familiares entrelazada con el enfrentamiento socarrón entre dos métodos educativos (y formas de vida) conceptualmente opuestos, tienen cabida desde la gracia de ocasión hasta la crisis parental profunda, pasando por una obvia “crítica” al abuso de la tecnología y las redes sociales. A pesar de la cal y la arena (o la sal y el azúcar) aplicados en dosis semejantes, el resultado final dista bastante del equilibrio, aunque la gracia natural de Gassman y el aplicado mantenimiento de algo parecido al estoicismo por parte del experimentado actor Marco Giallini logran parcialmente su cometido, especialmente cuando el guion escrito a seis manos se corre un poco de la estructura de lo previsible y lo trillado.

Ernesto (Giallini), profesor de lengua adusto y aplicado –al punto de matar de aburrimiento a sus alumnos con el recitado de poemas–, vive de manera algo ermitaña luego de la muerte de su esposa, lejos de las computadoras y teléfonos celulares (el televisor sólo se prende una vez al año, durante el discurso presidencial de balance). Filippo (Gassman), en cambio, vive pendiente de los likes en su muro de Facebook y utiliza en las clases de matemática una app personalizada que resuelve las ecuaciones de manera automática. Que ambos compartan en el pasado un amor romántico en común es apenas uno de los puntos conflictivos del presente, coronados por la presencia de la hija de ambos (biológica en un caso, de facto en el otro), una joven documentalista dispuesta a llevar a la pantalla la apuesta más inesperada. Y el gancho conceptual del relato: el techie vivirá un tiempo sin tener contacto con el mundo online; el otro deberá obligarse a estar conectado constantemente.

Ese es el punto de partida para varias secuencias cómicas –ligeramente eficaces algunas, no demasiado brillantes las otras– y, al mismo tiempo, la piedra basal de la posibilidad no sólo de la comprensión mutua sino, incluso, de la convivencia armónica. Porque, al fin y al cabo –como cualquier espectador puede intuirlo– ni darle la espalda por completo a las nuevas tecnologías es una “bendita ignorancia” (de allí el título) ni la ubicua conectividad encarna en panacea de todos los males personales y sociales. Obviedad que al film le lleva sus buenos cien minutos ratificar, abriendo y cerrando sub tramas y agregando nuevos conflictos cuando los antiguos ya agotaron todo su jugo narrativo. Beata ignoranza gana puntos cuando se aparta de la caricatura y pierde por goleada cuando intenta dar lecciones de humanidad.