¿Cómo le va, lector? ¿Cómo anda? ¿Qué tiene para contarnos en este septiembre tan complejo? ¿Qué sabe de lo que está pasando?

¿Vio lector, como se valora últimamente a la información, cariñosa o posverdaderamente llamada “la info”? Digo esto porque “información”, suena a formal, “Info” en cambio, suena a que no es tan importante (o “impo”) si es cierta o no.

En cualquier caso, lo que uno sabe, los datos que uno tiene, valen. Se compran, se venden, se cotizan. Hay empresas que pagan dinero por saber si a usted le gusta más el dulce de leche, Peñarol, o la pornografía.

Sin embargo, en otros tiempos, parece –al menos eso creía mi abuela– que se valoraba más el conocimiento. ¿Cual es la diferencia? Uy lector, si no la sabe usted, ya empezamos complicados.

Digamos que sería algo así como la información fundamentada, metida en un contexto reconocido y probable, verificable no porque “lo dijo la tele, la radio, la tía Eulogia, la Ministro Pato” sino porque resulta del análisis realizado por gente que durante años ha estudiado, se ha dedicado, ha trabajado, leido, experimentado en el tema.

“¡Uy”, diría su cuñado neoliberal!, “¡ quien tiene tanto tiempo para perder?

Hay que hacer ‘la diferencia’ lo más rápido posible y chau”

Mi abuela, en cambio, decía que el conocimiento en sí, es una riqueza.

Ella, proveniente de un pueblo perseguido y errante durante siglos, insistía con que “lo que sabes es tuyo, lo que sabés nunca te lo pueden sacar, es tu verdadero capital”.

“Tu conocimiento” podría decir mi abuela “no depende de un accionista inescrupuloso, no ter lo pueden robar”

Y sin embargo, lector… me parece, no se que opinará usted, o su cuñado, pero mi abuela “se estaría equivocado” (al decir de estos tiempos.

Pero claro, ella no conoció a D Barba.

¡Nos están robando el conocimiento, lector! Las nuevas formas de comunicación son capaces de eso, y mucho más. O al menos, eso pareced.

Y si parece, es, diría un joven simpático y sonriente mientras nos entrega un globo amarillo.

Gracias a la posverdad, tan en boga, ese concepto de “si algo funciona como verdad, no importa si lo es, o no” , el conocimiento puede ser robado.

Más allá de las cajas de seguridad en la que lo depositemos, la posverdad es el gran boquetero cultural de nuestro tiempo.

¿De que estamos hablando? De que algo, cualquier cosa, para que pueda ser “atesorado” como parte del saber, debe ser “comprobablemente cierto” al menos con las herramientas con las que se cuentan en la época correspondiente. Se puede discutir, debatir, poner en duda, cambiar en tanto los descubrimientos lo vayan marcando, pero no puede ser “cualquier cosa”. Depende del estudio y la experiencia, básicamente.

La posverdad, en cambio, depende del marketing, de quien tiene mas voces, mas medios, tal vez hegemonía, más fuerza, y/o se aprovecha de “lo peor de nosotros”; nos dice cosas que nos refuerza nuestros prejuicios, aparentemente “nos la hace fácil” pero no son ciertas, entonces, no son parte del conocimiento. Mas bien contribuyen al desconocimiento.

Si el saber, como decía mi abuela, es nuestro capital, las posverdades son la devaluación, la manera que tiene el mercado de quitarnos parte de lo que tenemos.

Afirmaciones como

■ La sal endulza

■ El café tiene gusto a salame”

■ Está bueno pagar más por lo que se consume

■ A la gente le va mejor en la vida cuando píerde su trabajo

■ Tener un televisor, un celular, vacaciones, es un lujo que solamente pocos merecen tener. Todos tienen lo que se merecen

■ El funcionario que recibe dinero ilegalmente es corrupto, el empresario que lo paga, no.

■ “Quizás se le fue la mano” es la explicación que puede dar una ministra cuando se golpea o tortura a un ciudadano

Es evidente que ninguna de estas afirmaciones es “verdad”, pero dichas y repetidas como mantras, hasta la hipnosis, pueden funcionar como posverdad.

Y a veces la cosa es más sutil.

Hace mas de 40 años, mi profesora de matemáticas interrumpió una mañana de bostezos y fantasías adolescentes en clase, afirmando que

“Si 5 es igual a 4, yo soy el Papa”. Viendo nuestra cara de sorpresa, lo demostró: “ Si ustedes me aceptan que “cinco“ es igual a “cuatro”, entonces “cinco menos tres” es igual a “Cuatro menos tres”. O sea que dos es igual a uno. El Papa y yo somos dos personas. Ahora si ustedes aceptan que “dos es igual a uno”, entonces, el Papa y yo somos una persona. O sea que yo soy el Papa” Y mi profesora, no era el Papa.

Pero ¿cual era la besa de todo esto? El “si ustedes me aceptan”. En lógica, si aceptamos empezar por una premisa falsa, se llega a otra premisa falsa, pero el total es verdadero:( falso implica falso= verdad, dicen los lógicos) .

Y ese es el origen de la posverdad. Si aceptamos que “ estábamos pagando poco” “se robaron todo” “bo tenemos derecho a vivir bien”, “ endeudarse es una buena medida” “fortalecer el mercado interno es aislarse del mundo”… si aceptamos eso, entonces es cierto que “ estamos mejor; que los tarifazos son justos, que viva lo importado”.

Si aceptamos que “los mapuches, o los marcianos, o “los que sean”, son nuestros enemigos y se quieren apoderar de nosotros”, terminamos justificando cualquier cosa.

Con tal de no despertar a nuestra neurona de su comodísima siesta eterna., aceptamos una premisa falsa, y ¡chau, fuimos!

De esto trata este suplemento.