A las doce de la noche la galería de arte volvió a ser una calabaza. Las luces se encendieron, la fiesta terminó. Quedó desperdigado un conjunto de símbolos moldeados en hierro, pequeños jeroglíficos adosados al piso, las paredes, las columnas, junto a grandes círculos de fibra de vidrio (como los que se usan para hacer hula-hula pero gigantes). Y en quienes pasaron a mirar también quedó una duda: ¿qué es ese título? 6_noevius_10 Agmixmix Vixfam. Es la muestra de Osías Yanov.

Hasta la medianoche, mientras duró el encanto, varios de los asistentes recorrían la inauguración en estado de look extremo, dragueados de pies a cabeza como si se hubieran enterado de que esa noche iba a ocurrir la última fiesta en el planeta. El artista y un selecto grupo de invitados habían tenido cita previa en lo de una escritora que vive en las inmediaciones de la galería. Allí en el living, a sus anchas (ausente la dueña de casa, alérgica a las fiestas) se maquillaron, peinaron, empelucaron y probaron la ropa que Yanov había llevado en una valija. Cuero, labiales, remeras de nylon, shorcitos, gorritas, transparencias, camperas. Ya totalmente transfigurados, fueron a la muestra en patota.

Pero no eran la única gente montada. Allí estaba Saddy para recibirlos, dragueada más que todos, con tacos altos, medias de red, mucho cuero y la boquita pintada cortito, de negro, estilo varieté o mimo. Inmóvil, siempre en silencio, Saddy estuvo toda la noche produciendo intriga en los que llegaban. ¿Es un colaborador? ¿Un actor? “Es más un amigo de la noche”, dice Yanov. “Nos conocimos besándonos, en febrero”. Un amuleto, le podríamos decir.

Fuego, hierro y accesorios

6_noevius_10 Agmixmix Vixfam tiene mucha noche encima. Noche y forma. Las luces de la muestra, atravesadas por filtros de cine, dan inmediatamente boliche, generan clima. La gente montada durante la inauguración, también. La presencia de Saddy, más todavía. Y parte del mobiliario estable de la muestra, como el escudo circular de fibra de vidrio que Saddy tenía en sus manos, Yanov lo “prueba” regularmente en las fiestas a las que va, “a ver cómo funciona”. Eso de “probar” una obra de arte en una fiesta tiene algo de Oiticica, seguro, pero en este caso no se trata de algo para vestir, sino solamente para llevar: un accesorio estrafalario para caer bien montada. “Hay para manos y para lenguas”, aclara Yanov. Las piezas de metal en cambio son ariscas al traslado y, aparte, guardan distancia al no revelar su significado. Yanov las dibuja en la computadora y las manda a producir con una cortadora de plasma, una especie de soplete gigante que opera como una caladora y corta los perfiles tras tomarlos de un archivo, a la manera de las impresoras 3D. El resultado se extiende por la superficie de la galería como las venas de metal en el cuerpo de un cyborg. Y todo, círculos y metales, alterna y se modifica bajo la luz adaptada.

Hipnosis, siesta y partitura para los mejor vestidos

Alrededor de 2008 Yanov ya hacía cosas raras. Por ejemplo: invitaba a algunas personas a su estudio a realizar una experiencia individual, mezcla de arte participativo y día de spa basado en hipnosis. Verónica Gómez tuvo coraje para realizar una de estas sesiones y lo contó en un artículo para la revista Planta. Primero Yanov la invitó a improvisar en un órgano electrónico. Paso seguido, siesta de pocos minutos. “Cierro los ojos. Sigo despierta aunque mi cuerpo se haya dormido. Entonces escucho la música grabada que acabo de improvisar. Me impresiona un poco. Es como encontrarme con un yo anterior, de un pasado muy reciente... Escucho el desplazamiento de alguna herramienta sobre la madera, los pasos de Osías, la cinta de enmascarar desplegándose, líquidos vertiéndose.”

En aquel momento las actividades de Yanov se insinuaban en este plano casi secreto (y opaco al ejercicio profesional del arte y sus formatos típicos) pero a la vez, como integrante de Rosa Chancho (colectivo que integra junto a Julieta García Vázquez, Javier Villa, Ana Laura Colombo y, por entonces, Tomás Lerner), el artista no paraba de alternar con las situaciones frenéticas propias del mundo del arte. En una de sus acciones memorables, Fuerza y elegancia (2007), eligieron a un grupo de personas entre el público, “los mejor vestidos” entre quienes llegaran temprano, para realizar un viaje en limusina por la ciudad mientras el resto de la gente pasaba el tiempo tomando champagne y relamiéndose con una pirámide de trufas chocolatadas de marca suiza. Era una obra sobre la “inclusión” y sus dobleces en el mundo del arte.

El grupo no hacía exactamente crítica institucional, pero partía de la premisa a la que la crítica institucional llega: el arte, lejos de todo misterio o sublimidad en su concepto, es una práctica social que se reduce a su ejercicio profesional, a su ser-trabajo y a su aparato institucional. Es curioso (¿o no tanto?) que el mismo artista que en grupo recorría este filamento de ideas en su obra solista ensayara temáticas como la hipnosis, sin levantar la perdiz ni darse dique, en condiciones programadas de baja visiblidad.

Los trabajos actuales de Yanov anudan ambas facetas, la estridente y la introvertida: son obras que están, como sus queridas drags y como el diamante que conjeturaba Leibniz, en dos lugares a la vez, en la inauguración y en la fiesta. Por ejemplo: el mismo agujero en el suelo emplazado en las inmediaciones de una feria de arte (durante la última edición de arteBA) y en una fiesta BDSM clandestina, como una forma cuántica de la iconoclasia.

Boliche y jeroglífico

Yanov desde joven elige con cuidado a sus interlocutores; elabora la recepción de su obra a una distancia extremadamente corta, como se ve en la experiencia narrada por Verónica Gómez, en el intento de que su producción tenga una interface personal única. Por eso se manda mails con los curadores (extranjeros, exclusivamente) que siguen su trabajo y lo invitan a presentarse en situaciones como la bienal de Guangju (2016) o en residencias como Gasworks, en Londres. A una curadora le mandó, junto a un paquete con material de referencia, un párrafo que describe muy bien su muestra actual: “Casi todas las estructuras de metal y plástico son morfologías que partieron de una carpeta de dibujos; son retratos de mi novio, de mi mejor amiga en la época que practicábamos BDSM, mi profesora de tarot en combinación con una cantante argentina de voz hermosa, etc.”

El año pasado fue invitado a realizar una exhibición en el Museo Precolombino de Quito, con la excusa de un diálogo con los objetos de la colección. “Bolichicé algunas salas ya que la luz del boliche es la que más conozco y en la que más confío. No buscaba tener un diálogo horizontal con las piezas de la colección, sino más bien contarle a esos objetos cómo viene la luz en los rituales bailables del presente.”

Una de las guías que sigue Yanov es el (siempre revisitado otra vez)  mago y escritor inglés Aleister Crowley. “La hija de la Luna lo leo como instructivo para realizar una instalación sugestiva”, dice. “Allí se detallan un montón de preparativos con un objetivo que nunca se nombra. Todos los detalles, página a página, forman una composición, a veces sutil, a veces literal, para construir una maquinaria invisible.”

Se dice que para Crowley la cábala y la magia eran menos los pilares de una cosmovisión supersticiosa que un vehículo práctico para alterar la realidad de forma subrepticia, encriptada. Yanov cree en el arte de esa forma también. Cree, o creeríamos que cree, que el arte es algo activo pero elíptico, más que lineal y redundante. De sus morfologías emana un esoterismo blanco, en el sentido del término menos cromático posible. “A los óvalos en el espacio los llamo portales. A una escultura que está en el suelo y abraza una columna, la llamo llave.” Llave, cifra, jeroglífico: instrumentos para hacer del mundo un refugio de convivencia, aunque sea por un rato. Como en un boliche. La decadencia de la mentira es otro libro que cae en la charla. “Solo el artificio, la sugestión, el rito, podrían provocar una transformación; cualquier naturalismo o folklore sería un atentado”, dice pensando en Wilde o en la faceta de Wilde atravesada por Jack Smith y el camp: “los drags, la luz artificial, la geometría, no hablar de nada.” ¿Y eso de 6_noevius_10 Agmixmix Vixfam? “Es una descomposición caprichosa de las palabras novios, amigos y familia; últimamente tengo todo eso muy mezclado.”

Mezclar novios con amigos tiene una tradición muy rica, y mezclar la magia con la fiesta también. Ambas cosas empiezan juntas, después de todo. ¿Y el arte no empieza con ellas, en los tiempos ancestrales de nuestra civilización embrujada? El arte como el rito tiene que ver con transformarse y modificar el exterior por medios invisibles, internos. Y también tiene que ver con meterse en cosas difíciles: arcanos que escapan del hombre impaciente o brutal. La magia necesita paciencia. Entrar a un boliche también. (¿No es lo normal esperar largo rato en la puerta?) Paciencia y, si la fiesta es muy particular, claves de acceso, contraseñas. “Los ricos no necesitan password”, escribe Yanov en un artículo reciente para la revista Mancilla, dedicado a ciertas expresiones de nuestra vida nocturna. Por eso está Saddy en la puerta, con su escudo indescifrable. Es a la vez el carcelero y la llave, la esfinge, el enigma y la solución. “Es una contraseña personificada”, dice Yanov con embeleso. Y también es un aviso macabro, una advertencia de la finitud: la belleza, la juventud, las fiestas y el maquillaje tienen en común la cruz de la duración. Suena el reloj y hay que irse, deseando que vuelva el hadra madrina con su ropa de cuero y sus medias de red.

6_noevius_10 Agmixmix Vixfam de Osías Yanov se puede ver en Galería Nora Fisch, Avenida Córdoba 5222. De martes a viernes de 12.30 a 18.30. Hasta el 20 de octubre. El viernes 29 de septiembre, a las 19, se hará lectura y activación de la perfomance