“Iluminó la habitación”, cuenta Olivia, su última esposa, sobre el momento en que George Harrison murió, el 29 de noviembre de 2001, a los 58 años. “Te acompaño”, dice Ringo que le dijo la última vez que lo vio, hospitalizado en Suiza, quince días antes, cuando Starkey le comentó que tenía que viajar desde allí a Boston. Que Harrison era el Beatle místico es archisabido y Living in the Material World lo confirma. Que tenía un sentido del humor muy británico, con toques ácidos y negruzcos, no tanto, aunque su amistad y admiración por los Monty Python podían hacerlo presumir. Lo mismo que su condición de ladies man –que uno podía también inducir del arrobo que “el Beatle silencioso” despertaba en chicas cercanas, y a la que se hace referencia en un único comentario de la resignada Olivia– o de pintor, jardinero y otras tareas manuales en Friar Park, su impresionante castillo de 120 habitaciones en Henley-on-Thames. O su afición por los autos de carrera y su amistad con Jackie Stewart. O sus años como productor cinematográfico, al frente de la productora británica Handmade Films. Todo eso –además de su infancia, sus años como Beatle y los posteriores como solista, claro está– forma parte de George Harrison: Living in the Material World, documental de 210 minutos que Martin Scorsese (que en 2005 había dirigido No Direction Home: Bob Dylan, documental de la misma duración) presentó internacionalmente en 2011 y hoy llega a la plataforma de Netflix.

Los dos señores rotundamente ingleses (clase media inglesa) están sentados uno al lado del otro, en sendos sillones de tapizado floreado rotundamente inglés, en un living rotundamente inglés. Todo es tan simétrico, ellos son tan parecidos, que se diría que son mellizos. Mellizos no, pero sí hermanos: son Harry y Pete, hermanos mayores de George. “¿Cómo era de chico?”, pregunta alguien desde fuera de cámara. “Cocky” (desafiante, altanero), comenta uno de ellos sin dudarlo, y la imagen deja ver a un Harrison teenager montado a una moto, con pinta de rebelde. “Tenía un peinado increíble”, dice Paul McCartney con admiración, y otra foto (siempre en blanco y negro, estamos hablando de fines de los 50) deja ver una torre de pelo engominado digna de los Stalingrad Cowboys, los músiicos rockabilly finlandeses inventados por Aki Kaurismäki, hasta ahora campeones del jopo universal. Editada por David Tedeschi, que había trabajado ya en la serie The Blues y el documental Shine a Light, también de Scorsese, Living in the Material World sigue escrupulosamente la línea cronológica, pero quebrándola. Cuando recién está mostrando los primeros momentos de los Beatles, por ejemplo, de pronto corta a su disolución, los llantos de las fans, para retomar enseguida el hilo y volver a cortarlo cuando lo crea necesario.

“Estudiábamos en un colegio tan opresivo, que se entiende que algunos necesitáramos escapar a través del arte”, dice McCartney. “Claro que nosotros no lo llamábamos arte, lo llamábamos rock and roll”. McCartney conoció a Harrison allí, en el Liverpool Institute, y se lo presentó a Lennon. “No sabíamos tocar, necesitábamos a alguien que supiera”. La audición tuvo lugar en el segundo piso de un british bus. Harrison tocó un tema llamado Raunchy, y quedó. Aunque a Lennon, que por entonces tenía 17, ese borreguín de 15 le parecía demasiado chico. “Lennon tocaba una guitarra de cuatro cuerdas, y creía que todas las guitarras tienen cuatro cuerdas. Le tuve que explicar que no.” Todavía eran The Quarrymen. Dos años más tarde, Hamburgo, ya como The Beatles, la vida en pocilgas, el look de todos como teddy boys (impuesto por Harrison), los primeros fans y la amistad con el legendario bajista y artista plástico Klaus Voormann y su mujer, la fotógrafa Astrid Kirchherr. Ésta provee al documental de unas fotos extraordinarias, que marcan la despedida de Living in the Material World al blanco y negro.

Dividida en dos partes, la segunda empieza amargamente, con una discusión en vivo entre Paul y George durante la grabación de Let It Be (“puedo hacer lo que quieras, si querés no toco”, le dice George) y el reconocimiento posterior por parte de “Hari” de lo que se sabe desde siempre: el clima en el estudio se cortaba con cuchillo, él quería irse. Aparece Phil Spector, el hombre que parece haberse convertido en tía de sí mismo y que terminaría coproduciendo el primer álbum solista de George, el triple All Things Must Pass, considerado hasta el día de hoy su opus magnum. “Me dijo que tenía algunos temas que no estaban publicados”, cuenta Spector, tirado en un sillón. “Fui a la casa. Tenía una cantidad interminable de temas. Los había ido juntando con el tiempo, porque con los Beatles publicaba con cuentagotas, y ahora estaba en condiciones de abrir la canilla.” Otro que tiene activa participación en el documental es, lógicamente, Eric Clapton, de quien Harrison se hizo amigo a fines de los 60. Y a quien terminó cediéndole, como se sabe, a su esposa, Patty Boyd. Clapton cuenta esta historia de culebrón. Que, como corresponde entre caballeros ingleses, no es un culebrón. “Yo me había enamorado, y llegó un punto en que se lo tuve que decir a George, no se lo podía ocultar. Le pregunté qué pensaba, y me dijo que me la llevara.” En la versión de Patty, más aculebrada, George se enoja y le grita a ella que elija. Ella no elige. No en ese momento. Luego sí. A un periodista amarillo George le para el carro con firmeza, sabiendo que lo que busca es escándalo. El documental recuerda también las dos obras maestras a las que este triángulo dio lugar: Layla, de Clapton, y Isn’t It a Pity, de Harrison.

En la última parte aparece Olivia Arias, la mujer mexicana con la que Harrison contrajo matrimonio en 1978, que es coproductora del documental. En líneas generales, su testimonio es muy del estilo “vida de santos”, construyendo un Harrison gooder than life. Ese carácter algo oficialista del documental tiñe otros testimonios y marca sin duda la zona más incómoda de Living in the Material World. Martin Scorsese por su lado “se engancha” con el Harrison que va del Occidente materialista al Oriente espiritual, describiendo un arco que pone al documental en paralelo con películas como Kundun (1997) o la reciente Silencio. El otro que aparece sobre el final es Dhani Harrison, hijo de George y Olivia, un flaco encantador que también hace referencia –como Ringo, como Terry Gilliam, como Eric Idle de los Monty Python– al no tan conocido sentido del humor de su padre.