Conocí a Horacio como estudiante en un seminario sobre Así habló Zarathustra, que dictaba en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires en 1996. Él se sentaba bastante adelante y no decía palabra, hasta el día en que se habló del eterno retorno: ese día me preguntó, de sopetón, si el último hombre iba a volver. Cuando hice el corte a las dos horas, para seguir más tarde la clase, se acercó y debo decir que me sentí intimidada por su presencia y su voz. Horacio era alto y de una contextura física importante, y volvió a preguntarme, en forma ansiosa, si volvería el último hombre. Me impresionó su voz, que nunca había escuchado en clase, y que parecía estar anudada a un problema que más que teórico sentí que era para él vital, existencial. Luego cursó otros seminarios que dicté sobre Heidegger y sobre Derrida. Empezó a participar más en las clases, y a evidenciar una gran lectura de los tres pensadores. 

Dirigí la tesis de Licenciatura en Filosofía de Horacio sobre la cuestión de las herencias en el pensamiento derridiano, tesis que defendió en 2010, y en ella puso esta dedicatoria : “Para www.jacquesderrida.com.ar, la pró-tesis originaria”. Las páginas fueron eso, sus pro-tesis, los lugares en los que el trabajo paciente del tipeo era al mismo tiempo la labor del pensamiento que se detiene y se demora en la escritura, pero también sus prótesis: estaba encarnado y atravesado por ellas. Era impensable Horacio sin sus páginas, y creo que allí estaba mucho de su vida: más que hablar del modo en que él ayudó a muchos lectores con los textos que subía, Horacio se refería al modo en que las páginas lo ayudaron a él, casi una “terapia” en ese trabajo ascético de copiado letra por letra de los textos.

Quisiera terminar este adiós impensado con una cita del mismo Horacio Potel, de su tesis de licenciatura: “La survie, la sobre-vida, la ultra-vida de Jacques Derrida, está asegurada en mi imposibilidad de decirlo todo. Pero ¿y de mí? no quisiera decir de mí todo, decir quién soy, decírmelo, ¿no es el escribir una carrera alocada para escribirlo todo antes de que la muerte ponga fin a todo, termine con todo? Pero acá hay otro error. Nada ni nadie termina nada ni nadie. Ni la muerte termina”.

Fragmento de un texto de Mónica B. Cragnolini, Profesora Titular de Metafísica, Facultad de Filosofía y letras (UBA) y directora de la Revista especializada Instantes y Azares: escrituras nietzscheanas.