Desde Barcelona

UNO Ahora es domingo 1 de octubre. Y referéndum o lo que sea o no sea todo eso. Y llueve. Sunday, Moody Sunday. Y Rodríguez se ha prometido no ver vencidas noticias nuevas suspirando sino volver a respirar con vencedor DVD sin fecha de expiración. Y viéndolo de nuevo se ve –se recuerda a sí mismo– hace treinta y cuatro años, en otra  lluvia, a finales de ese invierno ‘83. En otra edad, en otro milenio, en otro planeta. Rodríguez en un cine de los que ya casi no quedan. Inmenso como palacio antiguo, ejército de butacas, pantalla colosal. Y allí dentro, Blade Runner con noir voz en off cayendo sobre otras calles mojadas. En esa neonizada Los Ángeles de estética futuretro que, enseguida, sería tan influyente (y culpable involuntaria de tantos despropósitos) a la hora sin tiempo de la sci-fi. La voz de Harrison Ford añadida por mandato de productores disconformes y –aunque a Rodríguez le gustó tanto– neutralizada en posteriores director’s cuts. La voz de Harrison Ford en modo Rick Deckard con cara de pocos amigos y escasos parientes. La voz y la cara que los años le han tallado aún más profundo a ese Harrison Ford que rompió a llorar en la conferencia de prensa española por el inminente estreno de Blade Runner 2049 cuando le preguntaron acerca de cómo veía el futuro (y en el 2049, por lo que se ha adelantado del film, el mundo estará peor que lo estaba en aquel 2019 de los ‘80s y, también, en este 2017) con el paso de las décadas y el correr de las lágrimas en la lluvia.

DOS Y vuelven los replicantes porque vivimos en la Era de la Réplica. Replicados tiempos en los que todo es sequel y remake y reboot y parodia y sátira y homenaje y traslación on-line de lo que alguna vez fue papel como The Village Voice (R.I.P.). Pronto, no habrá una sola idea nueva y original. Y los actores que hacen de Spider-Man será reemplazados cada mes como conejitas de Hugh Hefner (R.I.P.). Y –ante tanta repetición erosionante y síntoma remix– no quedará nadie allí con la capacidad de razonar que todo The War on Drugs sale de “The Boys of Summer” de Don Henley y que antes de Arcade Fire estuvo Talking Heads y que antes del tech-ludita OK Computer  brilló The Dark Side of the Moon. Y que Joe Hill desciende directamente de Stephen King quien asciende indirectamente desde Richard Matheson. Y que la Marvel trató de jugar a David Lynch con Legion pero con algunas cosas no se juega. Y mejor ni enumerar a todos aquellos artistas plásticos del tomate que no son más que recalentada sopa marca Warhol’s. 

Y, ah, no detenerse a considerar las malas imitaciones de venerables ideales patrios, siendo el patriotismo –como bien apuntó Samuel Johnson– “el último refugio del sinvergüenza”. Ahí, a (des)cubierto, fantoches y marionetas y peleles y maniquíes. (Y a Rodríguez le inquieta especialmente esa variante Nexus 6 de la galvánica Mrs. Danvers de Rebecca que es Carme Forcadell; el inoperante e inercial  Rajoy, a esta altura, es como una constante corriente de bajísima intensidad, no voltaica sino de aire, frío, en la nuca.) Pero unos y otros –autoritario, rebeldes, anarcos for dummies, voluntarios de sí mismos o sin voluntad de servicio– derivando el irresoluto problema y su problemática solución a desarticulados ciudadanos de a pie cansados de que los monten. Y desmonten. A trompicones y empujones, a contramarchas de protesta y a inconstancia de Constitución, a gestión-indigestión. Rodríguez quisiera despertar de tanta pesadilla electrocutante. Y lo ideal, claro, sería corto circuito: descontinuarlos y suplantarlos por nuevos modelos menos parlamentarios y más parlantes. A todos. A los de allí y los de aquí. Elecciones para elegir otros, sí. Independizarse de ellos y restart con inteligencias superiores a las presentes. Poco costará superarlas, calcula Rodríguez. Pero, por las dudas, antes, someter sus pupilas a la Máquina Voight-Kampp. Y, si no pasan el test, ya saben lo qué hay que hacer.

Retirarlos. 

Rapidito.

TRES El tema, claro, es la velocidad. El vértigo bobo de la última temporada de Game of Thrones o la meditada lentitud del retorno de Twin Peaks. Entre uno y otro extremo, Blade Runner es la media marcha funcional que, a principios de los ‘80s, proyectó la idea de que lo que vendría ya no era tan importante. Concepto que ya había anticipado a mediados del siglo XX Philip K. Dick (definido como “el Borges Made in USA”, “el Jung marciano”, “el Kerouac de la sci-fi”, “el Charlie Parker de la fantaciencia”, “el Shakespeare de la anticipación”) y autor de la muy diferente a la película Do Androids Dream of Electric Sheep? Novela que, de acuerdo, contaba las idas y vueltas de un cazador de autómatas llamado Rick Deckard. Pero su profesión era conocida como la de blade runner. Y las máquinas implacables pero sensibles no se llamaban replicantes. Y todo era más doméstico y gris y tan parecido al presente actual de Rodríguez. Porque entonces, como ahora, se vivía el futuro que ya fue. Porque allí, como aquí, no es que no hubiese futuro: es que ya hubo y ya pasó al pasado. 

CUATRO Y Rodríguez continúa en modalidad cuenta regresiva mientras ahí fuera todo parece avanzar hacia un incierto e inmediato qué será, que no será. Rodríguez como un replicante calculando cuánta batería le queda; aunque él nada tenga que ver con esas máquinas existencialistas y cuestionantes que también han aparecido en las últimas entregas de la saga Alien. Y ya falta menos hasta el viernes para que se apaguen las luces. Y están bien los avances de Blade Runner 2049. Y su director, el canadiense Denis Villeneuve, es el mismo de la magnífica The Arrival. Y Ridley Scott produce. Y la música suena muy Vangelis. Y, last but not least, se desnuda la cubana Ana de Armas quien (a la hora de la para Rodríguez inexplicable fascinación de los españoles con todas las cosas de esa isla caribeña) es algo mucho más interesante que ese ataque sónico que es “La flaca” de Jarabe de Palo. Y –cómo olvidarlo– aquella Blade Runner fue un fracaso de público (compitió con la luminosa gentileza alien de E.T.) y de crítica (se la consideró “incomprensible y machista” y Pauline Kael la remató en The New Yorker con un “Si uno de estos días desarrollan ese test para detectar humanoides, mejor que Ridley Scott se esconda muy bien”).

Pero el tiempo puso a las cosas en su justo sitio y hoy Blade Runner está sentada a la derecha de 2001: A Space Odyssey. 

Y, si tienen alguna duda al respecto, pregúntenle a Siri. 

CINCO Para el 2049 Rodríguez estará en su octava década de vida y ya listo para desactivarse. Y para entonces ya habrá visto varias sucesivas continuaciones de aquella y de esta Blade Runner. Una cosa es casi segura: Rodríguez no habrá visto naves de ataque ardiendo en el hombro de Orión ni a rayos C brillar en la oscuridad cerca de la Puerta de Tanhauser. Pero se conformará con recordar algún momento como el que recuerda ahora, antes de entrar al cine el próximo viernes: saliendo de ese otro cine en otro viernes, en 1983, veredas mojadas, diciéndose que vio algo nuevo y único que no olvidará nunca siempre y cuando no cruce los Portales de Alzheimer. 

Aunque tal vez, para ese año dentro de treinta y dos años, ya se haya descubierto la manera de implantar una y otra vez tus replicantes recuerdos para que permanezcan frescos y fieles como el primer día. Y ya no exista la libertad de alterar lo que sucedió o de olvidar lo ocurrido, como si fuese lluvia en las lágrimas y todo eso.

Mientras tanto y hasta entonces, ahí fuera, robots y robotizados se persiguen por las calles de una ciudad mojada y hundida.