Desde que la Argentina se convirtió en algo así como una “plaza fuerte”, o al menos un punto del mapa apreciable para las giras internacionales, uno pudo ir llenando el álbum de figuritas deseadas. Con el correr de los años incluso pudimos darnos el lujo de repetir, de comparar, de ver diferentes etapas de tipos en algún momento inalcanzables. La obvia contracara eran los casilleros vacíos, los que se iban volviendo más y más difíciles a medida que pasaba el tiempo. Recién en 2016 se terminó la larga espera por Wilco. La muerte de Leonard Cohen clausuró el sueño dorado de verlo sobre el escenario del Gran Rex. Y ahora también Tom Petty pasó de difícil a imposible. 

Quizá haya tenido que ver el hecho de que el rocker de Gainesville no tenía una gran popularidad en este país. Sí, sus discos se editaban casi puntualmente, había un consenso en la prensa especializada sobre la belleza y la potencia de sus canciones, algunos llegaban a identificarlo como el “Charlie T.” o “Muddy” de los Traveling Wilburys entre el brillo de Dylan, Orbison y Harrison o en el episodio del campamento rockero de Los Simpson. Pero no tenía hits rotando a lo pavote, más allá de la acotada resonancia de “Free Fallin’”, “Into the Great Wide Open” o “Mary Jane’s last dance” y su videoclip con Kim Basinger haciendo de muertita. Aun así, por los escenarios argentinos ha pasado cada pelagatos, y nos quedamos con la deuda de Petty.

Al cierre de estas líneas seguían contrastadas las versiones que confirmaban o no su muerte, pero nadie dudaba de la gravedad de la situación, que apaga la llamita de esperanza que uno tenía de alguna vez verlo tocando aquí. Para colmo, lo último registrado junto a los Heartbreakers fue uno de los mejores discos de 2014, el soberbio Hypnotic Eye, un compendio de furia rockera y lirismo tan capaz de atronar los parlantes con “American Dream Plan B”, “All you can carry” y “Burnt out town” como de tocar cuerdas sensibles con “Full Grown Boy” y “Sins of My Youth”. Con esa extraña voz que siempre parece salir de un micrófono quemado, Tom Petty construyó un universo musical que consigue que al sonar sus canciones podamos cerrar los ojos y todo se convierta en una larga carretera polvorienta. Un lugar donde perdimos algo, into the great wide open, donde el tiempo no transcurre y apenas queda el sonido de una guitarra para consolar el alma. Qué pena, Tom.