“Nunca antes había ido a un calabozo por lesbiana”, dice a PáginaI12 Mariana Gómez, de 24 años. “Nunca me había costado tanto reivindicar a una pareja”, dice Rocío Girat, de 23. Las dos jóvenes son esposas. Se casaron el año pasado, y cuando la policía de la Ciudad le puso las esposas, las de arrestar a Mariana –después de darse varios besos–, las trató como si fueran dos amigas. Rocío le insistía al uniformado que era su esposa, que estaban legalmente casadas, pero escribía soltera en su formulario, y le llegó a exigir que le mostrara el certificado de matrimonio. Ella lo tenía. A Mariana la trataron de varón aunque ella les aclaró, una y otra vez, que era mujer. “Pibe, apagá el cigarrillo”, le ordenó el policía Jonathan Maximiliano Rojo. ¿A quién detuvieron alguna vez por prender un cigarrillo en ese domo del Centro de Transbordo de Constitución, que es solo un techo sin paredes, donde no hay ningún cartel que diga que está prohibido, como alegó la voz oficial? “Me detuvieron por besarnos”, afirma Mariana. Había otras personas que fumaban el último pucho antes de entrar al subte y que como ellas se refugiaron bajo la cúpula de cristal cuando el lunes pasado, después del mediodía, se largó un chaparrón inesperado. Y también, seguramente, algunas se besaban. Pero a Mariana Gómez fue a la única que el empleado de Metrovías le llamó la atención por el cigarrillo y después convocó a un policía para detenerla –cuando ella le dijo que lo iba a terminar–, a ella que se había besado con otra mujer y que tiene aspecto masculino, para una mirada tradicional y conservadora.

¿A quién alguna vez le pidieron la libreta de casamiento para certificar que efectivamente su estado civil es el que afirma tener? Ese lunes, cuando se estaban despidiendo amorosamente porque Rocío tenía que tomarse el colectivo 12 para ir a su trabajo como personal de limpieza tercerizada en una sucursal de banco y Mariana, que se dedica a realizar trabajos de mantenimiento por su cuenta, la había acompañado hasta Constitución, desde Avellaneda, donde viven, para seguir otro rumbo, las sorprendió la violencia institucional de la fuerza de seguridad de Horacio Rodríguez Larreta, que mostró de la peor manera su lesbofobia, con agresiones y –otra vez– una detención arbitraria, enmascarada bajo la acusación de resistencia a la autoridad y lesiones graves. La rápida movilización de organizaciones de mujeres –alertas por estos tiempos frente a las recurrentes arbitrariedades policiales– no las dejó solas, hasta que Mariana, después de las 21, recuperó su libertad, tras haber tenido que desnudarse, abrir las piernas y agacharse tres veces, para que la policía –femenina ahora sí– revisara que no tuviera drogas en su vagina o ano. “De fumar un pucho pasé a ser narcotraficante”, dice con ironía, Mariana.

Cuerpos

Se miran y se sonríen, con esa sonrisa cómplice que regala el enamoramiento. A ellas las unió el amor y el espanto. Hace tres años se cobijó cada una en los brazos de la otra, después de que sus cuerpos, desde niñas, fueran ultrajados cotidianamente durante años, de la peor manera, por quien debía cuidarlas. Las dos fueron abusadas sexualmente y violadas por su padre, en el caso de Rocío, y por su padrastro, en el de Mariana. La historia de Mariana y sus dos hermanas fue revelada por esta cronista (<https://www.pagina12.com.ar/diario/sociedad/3-257546-2014-10-15.html>): de la misma manera que sucedió con el abusador de Rocío, el ex oficial de la Armada Marcelo Girat –quien la violó y golpeó sistemáticamente con complicidad de la fuerza–, los violadores de Mariana (el padrastro y su abuelastro, Guillermo y Osvaldo Sosa), fueron condenados pero sin prisión efectiva. Las dos chicas tuvieron que llevar sus casos a los medios de comunicación, contar su dolor frente a cámaras y micrófonos, para que la Justicia revirtiera ese beneficio, que en el caso de Osvaldo Sosa sigue vigente, porque alega que tiene diabetes: “Con diabetes a mí me violaba”, recuerda Mariana a este diario.

Ese horror que cada una vivió en sus hogares las puso en el mismo camino. Y las unió. Rocío dice que ella era heterosexual, que nunca había salido con chicas. Es más, dice que la situación de abuso y violación la llevó como reacción a “un libertinaje sexual”, una forma de maltratar ese cuerpo que solo conocía el maltrato. Mariana, en cambio, se alejó de los hombres: no pudo permitir que nunca más uno le pusiera una mano encima. Y quiso pasar lo más desapercibida posible frente a la mirada masculina. Por eso, dice, cuando el policía de la Ciudad le dijo “date vuelta que te pongo las esposas”, ella pensó: “Dieciséis años me obligaron a darme vuelta para ser violada. No me voy a dar vuelta una vez más”. Para ponerle las esposas la violentaron. Llegó una policía, Karen Villarroel, para intervenir. También con ella forcejeó y en ese forcejeo le arrancó un mechón de pelos, que Mariana lamenta: por eso la acusan de “lesiones graves”. A Mariana le quedó el cuerpo dolorido. Y el miedo. Rocío se hizo pis encima –como le pasaba con su papá– cuando veía la escena y trataba de defender a su esposa de la arbitrariedad policial.

Un periodista de Crónica TV fue el jueves al mismo lugar donde la detuvieron a Mariana e hizo la prueba: prendió un cigarrillo y fumó. Nadie lo detuvo. Tampoco encontró ninguna señalización que indicara que está prohibido.

En el caso interviene el Juzgado en lo Criminal y Correccional N°45, a cargo de María Dolores Fontbona de Pombo: la acusación contra Mariana es por “resistencia a la autoridad” y “lesiones graves”. Mariana la leyó y señala que no coinciden las lesiones que alegan los dos uniformados que intervinieron con lo que dice el informe del médico legista que los revisó. Las dos jóvenes hicieron la denuncia por discriminación el jueves en el Inadi. También denunciaron el operativo arbitrario en la Procuraduría de Violencia Institucional (Procuvin).

Víctimas

Rocío la vio por primera vez a Mariana cuando ella contaba su tremenda historia personal a la TV Pública, a mediados de octubre de 2014, en una nota presentada por esta cronista en el programa Vivo en Argentina. La mamá de Rocío la llamó para que la escuchara, por las similitudes con su propia historia. Rocío, por esos días, ya había tenido que recurrir a los medios para denunciar públicamente que a pesar de la condena a su padre a 14 años de prisión por violarla y golpearla sistemáticamente entre sus 13 y 17 años, un fallo de la Sala 1 de la Cámara de Apelaciones y Garantías en lo Penal de Mar del Plata había hecho lugar a un recurso de la defensa y le había otorgado prisión domiciliaria. En juicio abreviado, el padrastro y el abuelastro de Mariana recibieron de parte del Tribunal Oral en lo Criminal de Azul N° 1 una condena a 8 años de prisión por abusar sexualmente de las tres chicas (una era hija biológica), desde pequeñas, y a lo largo de más de una década. Y ambos habían sido beneficiados, también, con prisión domiciliaria hasta que la sentencia quedara firme, tal como contó esta cronista oportunamente en este diario. 

Rocío la vio a Mariana en la tele un ratito y apagó, pero se quedó pensando que le gustaría ayudarla: “Yo no quería involucrarme con su historia porque estaba muy abatida con la mía, pero quería ofrecerle abogado o psicólogo”, recuerda a este diario. Mariana no se había enterado del caso de ella, que había tenido gran repercusión mediática.

A los pocos días, las dos chicas se vieron en un estudio de Telefé, invitadas al programa AM el 17 de octubre. Rocío dice que la vio y le dijo: “Que linda que sos”. Y Mariana le respondió: “Para ser linda tengo que volver a nacer”. Ese fue su primer diálogo. Ahora se ríen. Rocío, que hasta ahora se había mostrado muy desenvuelta frente a cámaras, se quedó sin palabras cuando escuchó a Mariana, con su voz grave y pausada, ya al aire, decirle a la conductora: “Vos sabés lo difícil que es bañarte, mirarte al espejo”, después de sufrir lo que ella había padecido.

–Yo no pude hablar más. Vi reflejado en otra persona lo que me pasaba a mí. Lo difícil que es no orinarse encima frente a una situación traumática. Pero no lo ponía en palabras –se acuerda Rocío. Ella, dice, se había enfocado en empoderarse, fortalecerse.

La historia tiene final feliz: Rocío la cortejó, sin darse cuenta, casi. Ese mismo día de la entrevista en Telefé, la invitó al teatro con su familia. Iban a ver a Gabriel Rolón, su ídolo, y quien le había regalado seis entradas para su espectáculo: le sobraba una. La pasó a buscar en taxi con su mamá. Siguieron en contacto, charlando mucho. Rocío le sugirió a Mariana que dejara Olavarría –para alejarse de ese hogar donde había sufrido tanto, ese barrio donde se podía cruzar con su abusador, el abuelastro, que sigue con prisión domiciliaria y va al mismo hospital que ella, el único en ese partido bonaerense– y la invitó a mudarse a su casa, en Mar del Plata. “Nos fuimos a vivir juntas sin ser nada”, dice Rocío. Después vino el amor. Finalmente, el 13 de mayo de 2016 se casaron, en Olavarría. Fueron la tercera pareja de mujeres en contraer matrimonio ahí. 

Para enero están ya planeando una marcha en Olavarría porque Guillermo, el padrastro de Mariana, que está preso en el penal de Sierra Chica, podría recuperar su libertad, al cumplir tres cuartos de su condena. 

Esta semana las dos jóvenes volvieron a las noticias. La violencia institucional y la lesbofobia de la policía de la Ciudad se encargaron de eso.