Una mujer con buzo de Pepsi le entrega un ramo de rosas y hortensias. Lady Gaga lee la tarjeta sin pestañear, suspira y la vuelve a cerrar. Camina a otra sala y bromea: “Nada como recibir flores de tu ex el día del Super Bowl”. Las esconde entre más bouquets sobre la mesa, y las cuatro personas que están allí se ríen con condescendencia. Pero al instante Gaga se tapa la cara y busca un abrazo. Está lleno de remates así, de sensibilidad y afecto, el documental de Chris Moukarbel que acaba de estrenar Netflix. Y como a diferencia de otros que muestran la vida de las celebrities, Gaga: Five Foot Two es un trabajo de autor –filmado sin equipo de sonido, casi todo por el propio director–, los momentos están retratados en su extensión y tienen vida; el total es como un reality con tratamiento estético de melodrama indie, algo muy entretenido y bello de ver. Por ejemplo, la escena del bautismo del bebé de un amigo, que transcurre en cámara lenta sobre una canción de amor de Richard Swift. Allí Gaga es una diva plácida y digna, con un vestido de seda rosa, fumando un cigarro al sol con la hermana, después paseando sola en la fiesta, entre conmovida y ausente, mientras suena el clásico de jazz de los años 20 de donde sale el título del film. 

Como otros documentales de estrellas pop, Gaga: Five Foot Two (“un metro cincuenta y siete”, cerca de su estatura) cuenta la previa de un gran suceso. Dar el show del entretiempo en la final de la Liga Nacional de fútbol es trascendental por la magnitud del evento –cientos de millones lo ven en vivo por streaming– y por su relevancia política a nivel país (el año pasado Beyoncé homenajeó a los Panteras Negras y fue un hito). Aquí también el suceso guía la narración, pero hay tanto contenido importante en el medio, que el big day termina siendo más anecdótico que definitorio. El registro arranca cuando a Gaga le ofrecen el protagónico de la nueva adaptación de Nace una estrella, y se extiende ocho meses mientras elabora su nuevo disco y filma la sexta temporada de American Horror Story (ganó un Globo de Oro por su actuación en la quinta). Por eso el acuerdo fue mantener un rodaje pequeño que no interfiriera con el trabajo, sobre todo con las sesiones en el estudio de Rick Rubin con Mark Ronson. Porque no estaba en los planes de Gaga y su equipo lanzar un documental ahora; fue el director quien se acercó al manager Bobby Campbell con la propuesta de filmar su vida y entorno, sin hacer entrevistas, con el compromiso de apagar la cámara y desaparecer cuando ella lo dispusiera. Por intuición los dos habrán dicho que sí. Chris Moukarbel, además, muestra una curiosidad y sensibilidad prometedoras en un director joven, y entre los temas que trabajó, la mujer que cambió el siglo del pop encaja bien: en 2013 cubrió la caza de graffitis de Banksy en Nueva York, y antes retrató a uno de los primeros youtubers, Chris Crocker, el joven trans que se hizo famoso por el video “Leave Britney Alone” (dejen en paz a Britney). 

Otro cuadro de película lenta y soleada es el de las reposeras en el jardín de la casa de Malibú. Introducida por una melodía floral, es la escena donde se discute la estética del nuevo disco, dedicado a Joanne Germanotta, la tía que murió de lupus a los 19 años. Gaga en bikini, come de un plato con la mano y habla con la directora creativa y asistentes de que esta vez quiere que todo salga  de “ese taller y esa chica”, señalando la casa. La cámara se desvía y cuando regresa la descubre en topless, mientras dice que ya aburrió de verse glamorosa y el nuevo uniforme tendría que ser jeans, remera y botas. Más adelante hablará de la nueva música como su trabajo más personal –“soy yo sin nada”– y de Lady Gaga como una figura elevada en la que no puede volver a convertirse ahora. Así la dicotomía persona-personaje vuelve a funcionar de un modo peculiar en ella: el período Joanne, que coincide con sus 30 años y casi diez de carrera, supone una Gaga menos drag, más sobria y natural, pero queda claro que es una naturalidad que se diseña como cualquier disfraz. A la mitad del documental aparece el único material de archivo. Ya está por salir el álbum, ella tiene que ir de un estudio a otro y hay fans y paparazzis afuera. El momento se pega con una colección de salidas de Gaga de lugares, que repasa algunos de sus mejores looks. El contraste es fuerte porque en la actualidad la remera blanca refleja la misma falta de impostura del rostro, mientras en el pasado era evidente su voluntad por actuar.

A fines de 2012, cuando se quebró la cadera y tuvo que suspender el final de la gira Born This Way, ya venía sufriendo dolores en todo el cuerpo. Lo cuenta y describe los tirones desde la camilla de un consultorio: Moukarbel logró llegar hasta ahí, y también a registrar las crisis de dolor que le provoca esa extraña condición que le diagnosticaron llamada fibromialgia. En la primera que muestra, Gaga está recostada tapada con una toalla, llorando; se pregunta cómo hacen los que sufren lo mismo y no tienen quién los ayude. A su alrededor siempre hay alguien con la inyección, el hielo, el vaso y la pastilla. Una persona suave que le hace un masaje, una caricia, le enfría los párpados, le desata las botas, le sostiene algo. “Todo el día me están tocando y hablando y a la noche me quedo sola”, le dice a Brandon Maxwell, el estilista, en la meseta de oscuridad que precede al final, donde lamenta que por cada hit profesional perdió un amor (salió con el actor Taylor Kinney los últimos cuatro años: estaban comprometidos).

La era de las pelucas llegó hasta Cheek To Cheek, el álbum que lanzó con Tony Bennett en 2014 y ganó un Grammy. ARTPOP, del año anterior, fue un disco sólo para fanáticos, de bases duras, que no dejó hits pero sí una tremenda declaración a raíz del tema “Swine”: que a los 19 años sufrió un abuso de un bufarra de la industria. La misma edad a la que murió la tía, en 1974, poco después de, también, sufrir una violación. Coincidencia no menos estremecedora que el poema que encuentra revisando cajas de recuerdos, en la escena donde le muestra la canción “Joanne” a la abuela. Escribió la tía: “Oye lo que no digo, no te engañes, llevo una máscara, miles de máscaras. Sigo el juego deslumbrante pero vacío de las máscaras”. De las cientos de horas de crudo, Gaga vio apenas unos fragmentos antes de la premiere el 22 de septiembre (el director le pidió aprobación para los episodios de dolor o cuando habla de Madonna en un recreo del estudio). Un gesto de confianza coherente con este período más despojado, calmo y vulnerable, que el director supo dignificar porque el documental es excelente y el final también, con las botas que se elevan en el aire en el estadio NRG de Houston y después los abrazos en el back. Porque a la performance en sí la vio todo el mundo: las luces, las explosiones, los trajes con brillos y hombreras, el rostro en personaje y todos los hits increíbles de la verdadera Lady Gaga.