La gran pregunta del Superdomingo del jazz será cuál es la forma más rápida para llegar desde la Usina del Arte, en la Boca, al teatro Coliseo, en Marcelo T. De Alvear y Cerrito. Y es que en el primero de los lugares estará, a las 19, el gran saxofonista Joe Lovano, tocando gratis con su cuarteto. Y a las 21, en el segundo, se presentará Gregory Porter, uno de los cantantes más importantes surgidos en los últimos tiempos y, tal vez, una de las mejores voces de la historia del jazz.

Como si se tratara de dos improbables estrellas fugaces en un mismo cielo, nada une, en primera instancia, a los dos artistas, salvo el detalle de estar tocando casi al mismo tiempo en una ciudad del sur del continente de cuyos aires los fundadores pregonaron, posiblemente con ironía, su bondad. Y, sin embargo, si se piensa en la relación con la tradición del género y en cómo ambos, finalmente, han abrevado en el blues y el rhythm & blues, los caminos de Lovano y Porter no son tan diferentes. El saxofonista es una de las figuras más descollantes en su instrumento, a partir de las década de 1980 y 1990 pero no debería perderse de vista el fundante Afro-Desia, un disco editado en 1975 por el organista Lonnie Smith y donde él tocaba –como los dioses– el saxo tenor. Eran los años en que también tocaba con otro organista, Brother Jack McDuff. Y el blues no dejaría de estar presente en ninguno de sus proyectos posteriores, ni en el notable trío con el baterista Paul Motian y el guitarrista Bill Frisell, ni en sus encuentros con John Scofield, ni en su luminoso debut en el sello Blue Note, Landmark (1990) ni en emprendimientos bellamente sofisticados como Rush Hour (1995).

Nacido en Cleveland, Ohio, en una familia de decendientes de sicilianos, Lovano comenzó a tocar saxo alto a los 6 años y a los 11 pasó al tenor, el instrumento de su padre, el saxofonista Tony Big T Lovano, que fue quien lo introdujo en el jazz y en el estudio de los standards. Luego llegó la escuela Berklee, donde fue alumno de Herb Pomeroy y Gary Burton, y donde fue condiscípulo de muchos de los músicos con los que tocó a lo largo de su carrera: Frisell, Scofield, Kenny Werner. Sus discos recientes, ambos en vivo, junto con el trompetista Dave Douglas y con un brillante cuarteto que incluye al pianista Hank Jones, el contrabajista George Mraz y Lewis Nash en batería, muestran un músico de una integridad –y de una técnica– apabullante. En Buenos Aires se presentará junto a Lawrence Fields en piano, Peter Slavov en contrabajo y Otis Brown III en batería.

Porter, desde sus dos discos tempranos para el pequeño sello Motéma –Water, de 2010, y Be Good, de 2012–, pero sobre todo a partir del éxito descomunal de Liquid Spirit –publicado por Blue Note en 2013, ganador de dos Grammys y disco de oro en Gran Bretaña–, ha sido elegido como mejor cantante en todas las últimas ediciones de encuestas de críticos y público de los medios dedicados al género. Más allá de su estilo, de un fraseo de detallada perfección y de una cuidadosa elección de repertorio, arreglos y músicos acompañantes, impresiona su voz, de una belleza y una presencia singulares. Su madre cantaba en una iglesia y esa, junto a los discos de Nat King Cole, es su escuela principal. En sus comienzos participó de un homenaje a Cole liderado por el flautista Hubert Laws. Ahora, en una esperada vuelta de tuerca, acaba de terminar de producir un disco, que será distribuido también en Buenos Aires dentro de unos diez días, cuyo nombre no podría ser más explícito: Nat King Cole and Me. En su concierto porteño, Gregory Porter actuará junto con Tivon Scott Pennicott en saxo, Albert Crawfor Jr en piano, Jahmal Keith Nichols en bajo y Emanuel Harrold en batería.