Mariona y Jaume se abrazaron y besaron con pasión cuando el jefe del gobierno regional de Cataluña, Carles Puigdemont, habló de asumir “el mandato del pueblo para convertir a Cataluña en un Estado independiente”. Pero la euforia duró poco: la mujer se apoyó en el hombro de su marido en busca de consuelo cuando, un segundo después, el líder catalán postergó esa promesa para hacer un llamamiento al diálogo y a una solución negociada.

La imagen de esta pareja ilustra el sentimiento general que se vivió ayer en el paseo de Lluís Companys, en las inmediaciones del Parlamento regional en Barcelona, mientras miles de personas seguían en directo desde una gran pantalla lo que esperaban fuera la declaración de independencia de la “república de Cataluña”.

Los asistentes, convocados por la entidad civil independentista Asamblea Nacional Catalana (ANC) bajo el lema “Hola república”, estallaron en aplausos cuando Puigdemont se refirió al mandato para proclamar una Cataluña independiente. Sin embargo, los vítores se tornaron en abucheos cuando apostó por esperar. Y nada más acabar el discurso, hubo una gran desbandada. 

“Estamos un poco desilusionados porque teníamos la ilusión de que se proclamara la independencia y que se haya pospuesto así es muy decepcionante”, dijo Mariona, que llevaba en el pelo una rosa como símbolo “pacifista” del secesionismo catalán. “Pero si nuestro ‘president’ nos pide que tengamos un poco más de paciencia después de 300 años en esta situación, creo que podemos esperar un poco más”, matizó con resignación tras reflexionar unos segundos. 

Las palabras de Puigdemont sembraron el debate en la calle, donde grupos de manifestantes se congregaban “descolocados” para tratar de entender lo que acababa de ocurrir. “A ver cómo se levanta mañana la sociedad catalana. No sabemos lo que va a pasar ahora”, decía un joven de 28 años, Francesc, mientras a su lado un anciano cubierto por una estelada (bandera independentista catalana) gritaba con enfado: “¡Esto está enterrado, se ha acabado todo!”.

La mayor preocupación de todos: el tiempo de espera. “Si hubiera dicho que en dos meses pasará algo, no tendríamos esta incertidumbre”, aseveraba Antonio, de 46 años. “Nos gustaría que fuera cuestión de solo unos días o meses, porque si ya son años, entonces, mal. Si hablo con el corazón, me voy un poco decepcionado, pero si hablo con la razón, creo que es positivo que haya un diálogo”, explicaba Jaume, arquitecto que trabaja en las obras de la emblemática familia de la Sagrada Familia. En pocos minutos, cientos de manifestantes abandonaron el paseo de Lluís Companys, en el que los vendedores ambulantes trataban ya sin éxito de vender esteladas.

“Estoy un poco decepcionado, pero es lo que me esperaba porque hay muchos cabos todavía por atar y cosas que no están claras. Me gustaría que hubiera un diálogo y que se llegara a un acuerdo para un referéndum legal, pero lo veo complicado”, dijo Oriol, un joven de 31 años envuelto en esteladas. 

En otro punto del paseo, un grupo de mayor edad debatía de forma airada. “Cada uno piensa una cosa”, contaba uno de ellos a dpa. Y Neus, de 52 años, aseguraba enfadada. “Esto es la crónica de una muerte anunciada. Dar margen para el diálogo con gente que no quiere dialogar es inútil. ¿Para qué perder más tiempo?”.

La vía intermedia de Puigdemont desató sentimientos encontrados entre los asistentes, que se movían entre la ilusión latente y la decepción. Algunos, incluso, no sabían bien cómo definir su sentir: de una “decepción controlada” hablaba Amadeu, un asesor fiscal de 60 años, que hacía un llamamiento a la comunidad internacional. “Damos un plazo a los líderes europeos para que intermedien porque ellos están pidiendo calma y nosotros vamos a respetar esa calma pero si no hay avances iremos hacia la independencia final”.

La comparecencia se había esperado en medio de una gran expectación. Cuando aparecían en pantalla políticos contrarios a la independencia –como el secretario general del Partido Popular de Cataluña, Xavier García Albiol o Inés Arrimadas, la portavoz en el Parlamento catalán de Ciudadanos– la multitud estallaba en chiflidos. 

Los manifestantes habían esperado pacientemente tras retrasarse el pleno parlamentario una hora, muchos sentados en el suelo jugando a las cartas. “Hace tanto que esperamos esto que una hora más no nos importa”, contaba uno de ellos.

La calle estalló en aplausos cuando la presidenta del Parlamento regional, Carme Forcadell, subió por fin a la tribuna cerca de las 18 (hora local), para dejar paso a Puigdemont, al que escucharon en medio de un silencio absoluto roto sólo por los aplausos cada vez que aludía al referéndum soberanista celebrado el 1 de octubre.

Poco a poco, los convocados fueron marchándose con sus banderas y carteles, dejando la plaza medio vacía. En el suelo, carteles pro referéndum amontonados.