No hay mal que dure cien años, reza un refrán. Y anoche la Selección Argentina lo comprobó, porque terminó con la sequía de triunfos y de goles que caracterizó su paso por estas Eliminatorias Sudamericanas y se clasificó en forma directa al Mundial de Rusia 2018. La hazaña en la altura de Quito –donde sólo se había ganado una vez, para clasificar al mundial de Corea-Japón– fue obra de Lionel Messi, en una actuación inolvidable, señalando los tres goles y participando de todas las acciones de peligro que creó el conjunto dirigido por Jorge Sampaoli.

Después del tercer empate consecutivo –0-0 ante Uruguay, 1-1 con Venezuela, 0-0 frente a Perú–, Sampaoli volvió a las pruebas en su laboratorio de Ezeiza, y de allí salió la ratificación de la línea de cuatro, con Acuña como falso lateral izquierdo y los ingresos del experimentado Enzo Pérez por Ever Banega para acompañar a Lucas Biglia y de Eduardo Salvio por Alejandro Gómez para hacer el ida y vuelta por la banda derecha. Más allá de los nombres, el dibujo fue el mismo. Esa teoría fue rápidamente puesta a prueba, así como la capacidad anímica del equipo, porque cuando no se llevaba un minuto de juego, Ecuador se puso 1-0, después de que Ordóñez le ganara de cabeza a Mascherano para ponerle la pelota a Romario Ibarra, que cruzó el remate de zurda y batió a Sergio Romero.

Reaccionó Argentina y llegó dos veces peligrosamente con buenas combinaciones entre Messi y Di María. Esas maniobras fueron el preludio de la igualdad, porque el crack del Barcelona le dio un pase limpio al del PSG, que se la devolvió a domicilio para que Lio la empujara con su zurda. El gol le devolvió la confianza al equipo de Sampaoli, que desequilibraba por su banda izquierda, por el talento de la Pulga y la compañía de Di María. Y la dupla entre el mejor del mundo y Fideo apareció para poner el 2-1. La empezó la Pulga, se la devolvió Di María contando con la complicidad de Aimar y Lio corrió y sacó un furibundo zurdazo que se metió por arriba, en el primer palo. Más tarde, hubo un cambio de roles: el asistidor fue el capitán argentino, que la puso en cortada para el ex Central, quien definió de derecha, pero su envío dio en el cuerpo del arquero Banguera.

La Selección reflejaba en el resultado las diferencias que marcaba en el trámite. Mientras, los ecuatorianos apostaban a sorprender con algún contraataque o a aprovechar algunos errores como los que cometió Mascherano en la primera etapa, porque sufría en los pelotazos largos y carecía de claridad para administrar la salida. 

La incógnita para el complemento pasaba por saber si los futbolistas de Argentina podrían sufrir el desgaste que hicieron para dar vuelta el marcador en la altura de Quito. Y hubo bastante de eso y otro poco de especulación de parte de la Selección, que achicaron espacios entre las líneas y privilegiaron la tenencias y la progresión en ofensiva con juego asociado, sin insistir en los pases al vacío para el pique de los que llegaban. En eso estaban cuando Otamendi anticipó una pelota cerca del mediocampo y el balón derivo hacia Messi, quien encaró ante los dos centrales, pero antes de eludirlos le dio de emboquillada al arco y convirtió el tercero de Argentina, el tercero de su cuenta personal, el que terminó de aventar los fantasmas de una posible igualdad ecuatoriana.

De allí hasta el pitazo final, no pasó mucho más. Porque el crack del Barcelona ya había guardado su varita y los otros diez eran más que suficientes para no dejar que Ecuador produjera algo que pusiera en entredicho la victoria de Argentina, edificada en una piedra angular que tiene nombre y apellido: Lionel Messi.