A este artista, desde el vamos, le encanta inventar nombres: Yacaré Manso, se puso. Por eso, le resulta natural llamar yacarera al tema que abre su nuevo disco. O hablar de truenolegüero, para referirse al sonido maderoso, acústico y a la vez power de AcoplandoCielo, su nuevo disco. También le cabe definirlo a su manera: “Por momentos se pone rockero y por momentos melancólico, pero siempre parado desde un lugar paisajista y arraigado a la música folklórica”, delinea este guitarrista, cantor y compositor correntino, que presentará su cuarta labor discográfica hoy las 21 en el Xirgu Espacio Untref (Chacabuco 875). “Creo que AcoplandoCielo es la manera más eficaz de definir la cruza entre la madera y el acople de guitarras. También es una copla, un canto, un grito al cielo. Creo que el poncho que uso, además, fue un disparador fundamental para generar un concepto no solamente estético sino también musical”, refiere este salvaje manso que se viene haciendo camino, a canciones, entre la selva.

El trabajo, poblado por doce piezas propias y publicado por Dos Mangos, el sello del propio Yacaré Manso, cuenta con las participaciones de Raly Barrionuevo, Mariana Baraj, Bruno Arias, Teresa Parodi y Raúl Porchetto, entre otros, y sucede a la tríada de discos conformada por La corriente, Stereos del Iberá y Tornasol. “Creo que hay un acercamiento entre todos”, totaliza. “A la vez, hay un laburo de producción encarado por Martín Yubro, que supo entender el camino de las canciones, pero sobre todo la raíz de mi proyecto. Eso nos mantuvo siempre parados mirando la corriente desde otra vereda, defendiendo una estética, y dándole un aire renovador al nuevo disco. Eso sí, sin tener que recurrir a sonidos digitales que nada tienen que ver conmigo”, sostiene el músico que, lógico, no tarda en referirse a ciertos invitados. “Cuando Porchetto vino a poner la voz para ‘Clorofila’, le agradecí mucho la generosidad. El automáticamente me dijo que me lo merecía por ser un luchador y trabajador de la música. Y Teresa Parodi me dijo así: ‘Yacaré, me gusta mucho lo que haces, es original, es tuyo y no es cliché de nada; seguí por este camino’. Estos mensajes son de un peso importante, porque te están dando el visto bueno todos esos músicos de los cuales aprendiste desde chico”, asume.

–¿Cuán complejo –o no– le resultó hacerse de un lugar en Buenos Aires?

–Sigue siendo difícil en algunos puntos, pero me las arreglo. Hay mucho amiguismo y preferencias en el ambiente, periodistas que levantan banderas y después te dan vuelta la cara, curadores de festivales que no te tienen en cuenta o prefieren la careteada del esnobismo, y la verdad es que no ando chupándole las medias a nadie ni disfrazándome de nada para llamar la atención... Yo hago canciones que vienen a decir algo. Lo que gestiono lo hago con esfuerzo y no tengo problemas en producir mis propias presentaciones ni en mandar mails para que me saquen reseñas en los medios. Es más, de vez en cuando hasta soy mi propia prensa. Es jodido pero me la banco. Y sé que a algunos les genero más empatía que a otros.

–¿Cuánto le queda de manso al yacaré en este país de hoy?

–Encontrar la calma en la ciudad alocada es un trabajo constante. La canción “Otro andar” lo dice. “Y camino lento, ojos bien abiertos, corazón abierto, traigo otro andar”. El país está un toque duro por estos tiempos. Muchas cosas se tornaron cuesta arriba de la noche a la mañana. Sin embargo, la música es un refugio bendito que sirve para mirar todo desde otra perspectiva y, entre tantas injusticias, siempre estar brindando un pedazo de corazón para causas como colaborar en festivales solidarios, ir a enseñar a los barrios más necesitados e incentivar a la gurisada. Vivir cuatro meses en la calle fue algo que me cambió para siempre.

–¿Por qué cita “Otro andar”, más allá de lo puntual y específico de la respuesta?

–Porque, igual que “Un sendero” –la yacarera, que comparte con Bruno Arias–, es una canción biográfica, donde cuento de dónde vengo y adónde voy. Y también intento decir que siempre estás a tiempo de ir tras eso que sientas te puede hacer bien. Siempre me refugio en la frase de Fito Páez: “No vine a divertir a tu familia, mientras el mundo se cae a pedazos”. Y es así, no quiero hacer bailar, quiero simplemente que abras los ojos un toque, que revivas historias, que te den ganas de intentar algo que te haga sentir más humano. Es importante en estos tiempos dejar mensajes que te dejen pensando. 

–¿Vuelve mucho a Santo Tomé, su tierra de origen? ¿Qué le ocurre cuando respira esos aires?

–Las últimas veces que fui, me pasó de ir a tomar algo con mis amigos y las gurisadas se acercan a pedirme una foto, esas situaciones me generan ciertas inquietudes (risas). Siempre salgo con cara rara en esas fotos; tengo como dobles sensaciones. Por un lado, me hace bien el reconocimiento de mis coterráneos, pero a la vez me cuesta muchísimo. Soy un gurí muy vergonzoso aunque no se note, y extraño demasiado mi tierra. Lloro internamente por todo ese paisaje, mi familia y mis amigos, y debería llorar por fuera también.

–¿No puede o lo sublima en canciones?

–Digamos que estoy aprendiendo, nuevamente y de a poco, a llorar p’ajuera.