Empieza con una pareja, hombre y mujer, cabalgando con los cabellos al viento en una playa, como la presentación de telenovela venezolana de los ochenta más típica. Los dos están bronceados, son jóvenes y tradicionalmente bellos (cosa que parece una condición para formar parte de esta historia). Pero en la escena siguiente, dos nenas están mirando la tele y una de ellas, en una especie de juego, empieza a cabalgar un almohadón hasta que sin saberlo acaba. Desearás al hombre de tu hermana, la película de Diego Kaplan basada en una novela de Erika Halvorsen, se define un poco desde esos primeros minutos: todo el exceso engolado y artificial del melodrama televisivo está ahí (a pesar de que se la comparó con Almodóvar, la película trabaja con personajes y cuerpos estereotipados que proceden más de la televisión), pero hay algo que viene a romper esa línea sutil que el género siempre se impuso y casi siempre respetó, y es el hecho de mostrar el sexo, de decirlo.

La historia es la de dos hermanas, Ofelia (Pampita Ardohain) y Lucía (Mónica Antonópulos), que forman un triángulo de atracción y repulsión con una madre (Andrea Frigerio) bastante especial: cuando las chicas eran adolescentes les presentó “la píldora del amor”, anticonceptivos para que gozaran sin tener que preocuparse, y también les consiguió a dos chongos negros para que debutaran. “Bombones de chocolate” los llamó ella, y la frase la pinta entera. La iniciación sexual de las hermanas está contada a través de unas grabaciones que Ofelia fue haciendo a medida que experimentaban. Pero hay un conflicto fundamental que separa a las hermanas: Lucía siempre se sintió menos, se convenció de que la hermana cogía mejor, y como para sellar su inferioridad para siempre se flageló la vulva con una brasa ardiente. La película las encuentra después de varios años de separación, cuando Ofelia llega a la fiesta de casamiento de Lucía y lo primero que hace es presentarse semidesnuda frente a Juan (Juan Sorini), el flamante marido de su hermana. Claro que todo lo que viene después tiende a concretar ese mandato del título, casi una condena bíblica, por el cual Ofelia atrae irresistiblemente y sin que pueda impedirlo a su cuñado; la película es una especie de danza de seducción entre cuatro, las dos hijas con cuerpos de modelo y los maridos musculosos que se pasean todo lo que pueden en diminutos trajes de baño, y esa danza, aunque grotesca –ilustrada con la leche del desa- yuno cayendo por los labios de Pampita o por su cuñado chupando una naranja como si fuera la concha de ella– funciona.

Todo lo demás, sin ánimo de exagerar, es un desastre, pedazos de cosas imposibles de ensamblar. En primer lugar, el cruce de melodrama con comedia que Diego Kaplan, voluntariamente o no, intenta ejecutar: cuando Pampita narra la muerte del padre, desnudo en una pileta junto a su mamá, el marido brasilero la interrumpe: “¿Estaban fifando?”. Todo lo que hay de tragedia en Desearás al hombre de tu hermana es ridículo, incluso inexplicable, quizá por una mala adaptación de la novela. Especialmente, y dado que es central en la historia, la discontinuidad entre las hermanas como adolescentes y como adultas: en la juventud vemos al personaje que después interpretará Pampita como una chica llevada por el deseo, intrépida, y la adultez la encuentra convertida en una frágil heroína de telenovela más bien pasiva. Quizá Mónica Antonópulos, que es deslumbrante en la pantalla de cine, habría sido una mejor opción para interpretar ese papel, que parece fundarse más en la fama de sexy de Pampita que en su desempeño en la película. En todo caso, Desearás al hombre de tu hermana es una rareza, una buena idea que quizá funcionaría mejor si optara por el tono ligero y por contar la felicidad del sexo antes que buscar esforzadamente presentarlo como tortura.