–¿Jefe, usted ya hizo la VTV? –me pregunta Osvaldo, el mozo, antes de que termine de sentarme frente a la ventana del bar.

–¿La verificación técnica del auto? –traduzco adivinando que se venía una historia.

–Sí, sí –confirma fastidiado–, ¿la hizo o no la hizo?

–Sí la hice, claro que la hice –le respondo–. No quería que me emboquen una multa, ahora que la ciudad está invadida de policías con chalequito bordó que andan a la caza de infractores.

–Yo ni sabía qué era eso de la VTV –sonríe Osvaldo–. Me avivó el Beto, mi pibe. “No quiero que te saquen el autito que te regalé, viejo”, me dijo, y me sacó un turno por internet. Los pibes son unos fenómenos con la compu.  Yo no sé usted pero para mí es un dolor de huevos, ¿vio? 

Pero primero me hizo pasar por su taller, no sé si le dije que ahora es de él porque el dueño decidió jubilarse y le alquiló el local. Las herramientas se las regaló como premio. El Beto se hace querer jefe, usted algún día debería acompañarme, no sabe lo lindo que quedó el tallercito después que lo agarró mi pibe. Porque el Tano era buena gente pero a ese local le hacía falta una lavada de cara y el Beto lo dejó como nuevo, porque él se da maña para todo. Un fenómeno de hijo, tengo.

Pero le sigo contando, pasé por el taller con el auto y el mecánico en un par de días me lo dejó joya. El Beto puso un empleado, porque ahora que es dueño se dedica más a administrar y a hacer relaciones públicas con los clientes que a engrasarse las manos con las bujías. Revisamos los frenos, las luces, el tren delantero, las gomas... Todo revisamos para que no tuviera problemas.

Cuando me iba, el Beto cortó con un cliente y salió rápido para abrazarme, yo quería charlar con él de San Lorenzo, pero entiendo que ahora está a full con las planillas, los turnos y los llamados, además de vigilar al mecánico, ¿vio? Eso lo aprendió de chico en casa, que siempre le dijimos “el hombre es bueno pero si se lo controla es mejor”. Gran frase que no sé quien la dijo, pero el que sea era sabio. San Lorenzo quedó para otro día. Mejor, porque los Cuervos andamos de capa caída después de que el Granate nos dejara afuera de la Libertadores. Pobre Beto, usted ya sabe que su taller queda en Lanús, y mi pibe tiene un banderín azulgrana gigante colgado en la pared, así que lo jode toda la cuadra. El Beto creció en Boedo y lo que se hereda no se hurta, se la banca como su papá. Cuervo de ley mi pibe, más que el viejo.

A ésta altura sé que el mozo salta de un tema a otro, pero siempre retoma la línea, así que trato de no interrumpirlo porque se ofende, aunque muero por un café y una medialuna de grasa.

–Con el Corsita a nuevo rumbeé para Barracas, al galpón ese donde hacen la famosa VTV. No había nadie, diez empleados al pedo tomando mate con cara de aburridos. Yo pensaba  qué currazo es esto, mi Dios, gatillar 600 pesos... si no era por el Beto yo no venía un carajo. Lo uso poco al Corsita, y si de mala leche me paraban arreglaba a los “Bordó” con cien pesitos y listo. Seis veces me tenían que parar para empatar los 600 pesos del trámite, más el tiempo que se pierde. Y tanta mala suerte no iba a tener. Pero ya estaba en el baile.

“Ponga primera, avance, frene, ponga el guiño, prenda las bajas, las altas, vamos a los rodillos”... Esa es mundial jefe, mundial, hacen pasar el auto por unos rodillos que lo hacen temblar como una hoja. Yo sufría, me van a arruinar el Corsita estos turros, me lo van a arruinar.

Cuando todo terminaba y yo estaba orgulloso de mi autito, uno de los tipos se sienta al lado mío, mira el piso y me pregunta: “¿el matafuego dónde lo tiene?” “¿Qué matafuego?”,le digo. “El reglamentario, ¿o no sabe que tiene que llevar en el auto un matafuego ho mo lo ga do?”, me dice remarcando la palabra con tono de profesor enojado. “No sabía –le digo–, pero mañana me compro uno y lo pongo, no se preocupe”. “¿Cómo que mañana me compro uno, cómo que mañana me compro uno... usted se cree que esto es joda? Hasta que no vuelva con el matafuego no le puedo aprobar el trámite”. Lo quería matar, jefe, un pendejo más chico que el Beto me maltrataba y me miraba sobrador. Los educan para vigilantes y estos se zarpan de prepotentes. Uno pierde una mañana de trabajo, garpa, revisa el auto en el taller, hace todos los deberes y se tiene que bancar el maltrato de estos inútiles a los que les pagamos el sueldo con nuestros impuestos.

Yo, que esperaba esa frase tan escuchada,  aprovecho la pausa y le pido mi cortado y mi medialuna de grasa. Pero no hay caso, Osvaldo sigue:

–No jefe, pero no termina ahí la cosa. Salgo a las puteadas del Galpón después de pelearme con todos y no conseguir nada, voy hasta Montes de Oca, nervioso y masticando bronca, puteando al Beto por haberme convencido de cumplir el trámite, y cuando voy a cruzar California, un Falcón de colección aparece de la nada y me hace mierda el Corsita. Un Falcon contra un Corsa, piense, piense, es un tanque de guerra contra una lata de sardinas. El Falcon ni un rasguño y mi Corsita destruido. Yo casi que lloraba, jefe, y en eso del Falcon se baja un energúmeno que primero me putea de arriba abajo, y no contento con eso, vuelve al auto, se agacha y agarra un matafuego. El que me faltaba a mí lo tenía él. Creí que me lo partía en la cabeza, pero no. Me apuntó, le sacó el seguro y me roció de arriba abajo con un polvo blanco que me dejó nocáu. Se metió en el auto y se fue. Ni los datos le pude tomar. ¡Ni los datos!

Se la hago corta: Mi pibe ahora se siente culpable por haberme mandado a hacer ese trámite de mierda, curro total para facturar y mantener vagos, y me promete que al Corsa me lo va a dejar nuevo en su taller. En MI taller, dice el Beto orgulloso.

El pobre no sabe cómo consolarme aunque prueba de mil maneras. Hasta con chistes de mal gusto, prueba. ¿Sabe lo que me dice el muy turro? Me dice que el matafuego del Falcon funcionó perfecto porque estaba ho mo lo ga do. ¡Qué pibe el Beto, qué pibe!