"El tenis es un deporte individual de acá a Varsovia. El único punto por equipos es el doble. En singles jugás vos y la pelota te viene a vos. Y vos la tirás de nuevo y te vuelve a vos", supo sintetizar un ex capitán argentino de enorme recorrido para remarcar que en la Copa Davis, la competencia más relevante del tenis por equipos, al cabo todo se define en la cancha. Acaso tenga toda la razón, aunque hubo un suceso que bien podría desafiar su máxima: la final de la Copa Davis 2008, la historia de autoboicot más increíble del deporte argentino.

El partido imposible de perder. La definición que, por fin, saldaría la única deuda que tenía por entonces el deporte nacional. La oportunidad inmejorable de romper con el maleficio: Argentina era, en aquel momento, la única potencia del mapa del tenis que todavía no había podido ganar la Copa Davis. La serie definitoria de la edición de 2008, sin embargo, había llegado para cubrir ese blanco después de dos finales perdidas (Cincinnati 1981, con Vilas y Clerc, y Moscú 2006, ya con La Legión).

El equipo del capitán Alberto Mancini tenía la chance inédita de pelear por la ensaladera en condición de local. Se enfrentaría contra España con un equipo galáctico: el talentoso David Nalbandianentonces el mejor jugador del mundo en canchas duras bajo techo; el joven explosivo Juan Martín Del Potro, héroe inesperado de las semifinales ante Rusia; y el acompañamiento de Agustín Calleri y José Acasuso.

Los entrenamientos fueron bastante livianos, sobre todo desde el momento en que se anunció la baja de Rafael Nadal, número uno del mundo y figura de los ibéricos, once días antes de la serie. Todo para ganar; perder no surgía como una alternativa factible. Las miserias, el dinero, la política y los desmanejos internos, no obstante, lograrían lo imposible: Argentina sabotearía su propia final del mundo. El trasfondo, quince años después.

Verdasco y Acasuso, en el saludo final tras la victoria del español. (NA)


El camino a la final

Favorecidos por el sorteo de inicios de año, en Argentina sabían que la ocasión de conquistar la Davis se vislumbraba insuperable. Todo el sendero sería de local. Camino a la definición no hubo fallas: el equipo de Mancini le ganó 4-1 a Gran Bretaña, 3-2 a Suecia y 3-2 a Rusia, en tres series disputadas en el ladrillo del estadio del Parque Roca que, por esos años de explosión de La Legión -la mejor camada de tenistas del país-, se convertía en una caldera inexpugnable. 

La eliminatoria contra los rusos había traído una sorpresa: la irrupción definitiva de Del Potro. El tandilense, que se sumaba al líder copero Nalbandian (26 años; 7° del mundo), arrastraba detrás de sí un sprint que jamás volvería a alcanzar en su carrera: con 19 años había ganado nada menos que 23 partidos en fila y había conquistado sus primeros cuatro títulos de ATP de manera consecutiva (Stuttgart, Kitzbühel, Los Angeles y Washington, antes de caer en los cuartos de final del US Open). Aquella estampida lo llevaría al 13° puesto del ranking y a emerger como la llave de la victoria para meter a la Argentina en la gran final.

La sede, el dinero, la disputa

La serie por la ensaladera sería del 21 al 23 de noviembre. Pero había un inconveniente: no se podía jugar en Parque Roca, sobre polvo de ladrillo y al aire libre. En esas condiciones se sentiría cómodo Nadal, que ya había ganado cuatro veces Roland Garros y que venía de destronar a Roger Federer en Wimbledon para arrebatarle la cima del ranking de la ATP. Con Nalbandian y Del Potro la mejor elección era la cancha rápida bajo techo. La vieja carpeta en la que se jugaba la última gira europea de la temporada. La superficie decantaba por sí sola, pero luego la pregunta surgía: ¿dónde organizar la final?

Durante las semanas previas, mientras comenzaban a aflorar diferencias en torno a la sede, Nalbandian y Del Potro sumaban roces: se cruzaban en el circuito tres veces en tres torneos seguidos. El tandilense ganaría en Madrid y el cordobés se desquitaría en Basilea y en París. Curiosamente jamás volverían a enfrentarse en una cancha de tenis.

En el medio se confirmaba la sede. La final de la Davis sería en Córdoba, en el estadio Orfeo Superdomo, con una capacidad para 12 mil espectadores, como exigía el reglamento de la Federación Internacional de Tenis (ITF). El negocio perfecto para Nalbandian, en una definición única para la historia y en una competición en la que no solía haber dinero fuerte para los jugadores salvo contadas excepciones. Más allá de la cuestión deportiva y del deseo de jugar en su tierra, el cordobés tenía un buen incentivo: el hombre del revés fabuloso era patrocinado por el Banco de Córdoba, la entidad que pondría todo el dinero de la organización para la final. Sería, entonces, el gran favorecido en términos monetarios.

Incluso cuando la sede ya estaba oficializada por la ITF detonaría una bomba: el gobernador cordobés Juan Schiaretti anunciaba de manera pública el patrocinio del Banco de Córdoba y alertaba a las autoridades de la entidad que rige la Copa Davis. El main sponsor de la ensaladera, en aquel momento, era el BNP Paribas, el banco de París. Sí: un banco. ¿Por qué la ITF permitiría que uno de los sponsors fuera del mismo rubro que su principal avisador? Emergió, entonces, un competidor inesperado: Daniel Scioli, el gobernador de la provincia de Buenos Aires.

Nalbandian ardía. El negocio alrededor de una final ya ganada se le escurría de las manos. Por eso incitó a Arturo Grimaldi, el presidente de la Asociación Argentina de Tenis (AAT), a pedirle a Scioli una suma descabellada para que la decisión final, de cualquier forma, volviera a ser Córdoba. El gobernador de la provincia nunca dudó en decir que sí: cualquier cosa por llevarse la imagen de los campeones del mundo a su tierra.

La opción fue el Polideportivo Islas Malvinas de Mar del Plata, al que hubo que agregarle algunas butacas para que se acercara al número exigido por la ITF. Nalbandian llegó a alegar que Argentina perdería la ventaja por no jugar en los 500 metros sobre el nivel del mar en Córdoba, aunque las condiciones deportivas serían muy favorables en Mar del Plata. El ex 3° del mundo, sin embargo, ya se había quedado sin la mayor tajada.

La previa y el efecto Shanghai

Sobre el epílogo de la temporada aparecería otro condimento: el buen andar de Del Potro lo clasificaría al Masters de fin de año, en Shanghai, y lo haría llegar a la final de la Davis como 9° y como la primera raqueta del equipo -Nalbandian sería el 11°-. El tandilense estaba fundido. Llegaba con el tanque en rojo luego de un año consagratorio pero cargado de partidos. La distancia entre China y Argentina, tanto en espacio como en huso horario, sería destructora.

En los medios se hablaba de la posibilidad de que Del Potro desestimara el Masters para poner el foco de lleno en la final de Mar del Plata. Nalbandian le metía presión: "Si me clasifico al Masters no voy". Acaso resultaba sencillo para un tenista que ya había ganado el torneo de los ocho mejores del mundo tres años atrás y que, en definitiva, después de haber perdido la final de París ante Tsonga, se quedaría afuera.

En cambio, ¿quién le garantizaba a un jugador de 20 años, que acababa de meterse en el top 10, que volvería a sacar boleto para el torneo más selectivo del circuito? Joven, fuerte, Delpo se sentía con energía para afrontar ambos desafíos. El fuego cruzado surgía en pleno cierre del tour y con la definición de la sede en llamas. Del Potro fue, jugó sus tres partidos del round robin y emprendió el regreso a Mar del Plata, donde todo sería más tumultoso.

Los cruces por el reparto de los premios -con la sede en Mar del Plata eran 6 millones de dólares, con una mitad para los jugadores y la otra para la AAT- entre Nalbandian y Daniel Del Potro, el padre de Juan Martín, habían crecido de manera exponencial. El cordobés, con el deseo trunco de actuar en el Orfeo, pretendía recuperar parte de ese dinero. La colisión, sin embargo, tenía sentido: Del Potro ya era el número uno del equipo y, sin su aporte ante Rusia, no habría habido clasificación a la final. En el medio, los otros jugadores del equipo y un capitán desdibujado, entregado de lleno a las decisiones de Nalbandian.

La baja de Nadal

La noticia resonó en todo el mundo el 10 de noviembre: Nadal no viajaría a la Argentina para jugar la final de la Copa Davis. Con una lesión en el tendón cuadricipital de la rodilla derecha, el número uno del planeta deslizaba: "Hice todo lo posible para llegar a la final; estoy acostumbrado a jugar con dolor, pero siento un dolor distinto que no consigo controlar".

Los planes cambiaban. La superficie, que había sido pensada de una manera por la llegada del rey del polvo de ladrillo, comenzó a sufrir variaciones. La velocidad era dispar. Se sumaban capas de pintura. Cambiaba el pique. Nada tan relevante como la certeza mayor: contra España, sin Nadal, no había manera de perder.

El casamiento y el clima interno

España llegó a Mar del Plata el domingo 16 de noviembre. La sorpresa fue mayúscula: el plantel de Argentina no estaba. Del Potro no había regresado del Masters, lógicamente, pero Nalbandian, Acasuso y Calleri habían viajado a Buenos Aires por el casamiento de Juan Ignacio Chela. La final estaba ganada: ¿por qué no disfrutar de una fiesta en lugar de prepararla a conciencia?

David Ferrer, Feliciano López, Fernando Verdasco y un joven Marcel Granollers arribaron a Mar del Plata junto con el capitán Emilio Sánchez Vicario, cuyas palabras, años después, resultaron muy asertivas: "Pensaba que, aunque fuesen muy colegas y les apeteciese asistir, no estaban con la cabeza en la eliminatoria. Ir al casamiento significaba perder el foco. Me puse contento porque no nos valoraban. Empezaban a perder la ventaja que tenían y eso se les podía dar vuelta".

El capitán español contaría en su libro Soñar para ganar, que narra los pormenores de aquella final y el trabajo psicológico del equipo ibérico, una anécdota que bien pudo haber graficado la previa: España demoró más de ocho horas en viajar de Buenos Aires a Mar del Plata. El vehículo no tenía permitido superar los 70 kilómetros por hora. "Paradójicamente el bus se llamaba El Rápido", diría. Otro dato: el conjunto visitante no tuvo permitido entrenarse, hasta muy cerca de la serie, en la cancha del polideportivo: lo hizo en las auxiliares del complejo Punto Sur, ubicado a casi seis kilómetros del estadio.

Mientras España tenía la mira puesta en el objetivo, el equipo argentino estaba inmerso en un clima interno caliente. Nalbandian pretendía la superficie más rápida que Del Potro. El enojo por el cambio de sede no mermaba; por el contrario, se reflejaba en otras cuestiones. "Andá a decirle a tu papito que venga a defenderte", le decía, mientras le recriminaba haber jugado el Masters en la otra punta del mundo.

La noche marplatense también sedujo a los argentinos. Algunos cuentan que, mientras la figura del equipo volvía al hotel Costa Galana ya entrada la mañana durante los días previos, los españoles se despertaban para los entrenamientos. Andanzas con el ex piloto Lalo Ramos, un accidente contra un coche estacionado, largas jornadas nocturnas en dos reductos ya extintos de la ciudad balnearia y hasta el ofrecimiento de dinero a una mujer cuyo silencio resultaría clave: el hombre del Turismo Carretera terminaría detenido con más de dos gramos de alcohol en sangre y Nalbandian "escaparía" en el baúl de un auto.

La doble cara del cordobés, un tenista capaz de acortar sus horas de sueño y hasta de pedir dinero extra el día anterior a una final del mundo, pero igual de capaz de sacar a pasear a Ferrer en la apertura de la serie con una paliza descomunal.

El peor desenlace

El viernes, en efecto, Nalbandian aplastó a Ferrer por 6-3, 6-2 y 6-3 en una exhibición de tenis bajo techo. La euforia era total. La caja de zapatos, como había descripto Sánchez Vicario al Polideportivo repleto de hinchas hambrientos de gloria, cantaba al compás de los gritos del Rey David: "¡Argentina, Argentina!". 1-0. Todo marchaba con normalidad.

Pero surgieron los inesperados escollos. Del Potro le ganó el primer set a Feliciano López pero sufrió una lesión en el aductor de la pierna derecha y cayó 4-6, 7-6 (2), 7-6 (4) y 6-3. El primer día finalizó 1-1 y el tandilense había quedado marginado de la serie.

La ilusión desapareció casi por completo tras la dura caída del sábado en el doble: Nalbandian y Calleri perdieron ante López y Verdasco por 5-7, 7-5, 7-6 (7-5) y 6-3. Argentina, en su final y con un equipo de estrellas, estaba match point abajo. El domingo, sin Delpo, la esperanza reposó sobre Acasuso, que apenas había jugado un partido de singles en cancha dura en toda la temporada.

Pese al grito de guerra de los hinchas, al compás de "¡Verdasco tiene miedo, Verdasco tiene miedo!", Acasuso no resistió: perdió 6-3, 6-7 (3-7), 4-6, 6-3 y 6-1. Lejos de parecer azorado, el español le decía a su capitán en los cambios de lado: "Insultan a mi familia pero lo hacen tan bien que me emociono".

En la cena de campeones, con el fracaso consumado, Nalbandian le dijo al preparador físico Claudio Galasso: "Perdimos la Davis con dos doblistas". Ya habían perdido pero en Argentina todavía veían como rivales menores a Feliciano y a Verdasco. Aquella final profundizó diferencias, alimentó el trauma de la Davis y hasta generó que Del Potro comenzara a sufrir como nadie los compromisos por la ensaladera.

Ocho años después, con el equipo conducido por Daniel Orsanic y con Nalbandian ya retirado, Del Potro saldaría su propia deuda y, tras la consagración histórica en Zagreb 2016, confesaría: "Ahora puedo dormir tranquilo". El tenis es un deporte individual, pero la final de Mar del Plata demostró que en la Davis, tanto en la cancha como fuera de ella, se juega otro deporte.

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