El último disco de Daniel Melingo está dividido en dos actos. Sí, no son lados de un vinilo, tampoco es una ópera, pero en el booklet que acompaña la edición en CD lo aclara de inmediato: Anda. Diáspora en dos actos. Y entonces llega la descripción de cada parte, la explicitación de que esto que se tiene delante no es tan sólo una sucesión de canciones y la historia, el concepto, ese algo más. Anda, a su vez, es la segunda parte de una trilogía audiovisual, musical y literaria, que nació sin saber (y sin querer) y que ahora se transformó en algo parecido a “La obra de arte total” de Melingo. El ex Abuelos de la Nada, Los Twist y Lions In Love, que desde hace años se (re)encontró con el tango, logró, con este nuevo proyecto, una vuelta de tuerca creativa. Porque si con sus primeras incursiones tangueras había desarrollado un estilo propio, rasposo, podrido y pendenciero, con la llegada del disco Linyera, en 2014, se encontró frente a un panorama que lo abrió hacia otros mundos, otras posibilidades narrativas: “La necesidad de la trilogía nace del personaje, El Linyera, que, al llevarlo a la práctica, resultó tremendamente fuerte, un catalizador de un montón de ideas que yo no sabía que tenía. Situados ya en la confección de Anda, hablando y elaborando la dramaturgia con mi amiga Vivi Tellas, llegamos a la conclusión de que no había que matarlo, debíamos continuarlo. Entonces, inventamos una escena para darle una coherencia con el disco anterior”, relata Melingo a PáginaI12. El músico se prepara para darle vida nuevamente al Linyera esta noche en el Teatro Avenida (Av. de Mayo 1222). Pero el asunto no termina ahí, porque en este afán expansivo, y en pos de alargar y engrosar lo que él llama “la vida útil del disco”, Anda viene acompañado por una película de docuficción, El teorema de Mosner, y el Proyecto Anda: cuarenta versiones del tema, intervenciones de amigos, DJs, productores, cantautores e intérpretes que empezaron a conocerse ayer, de a dos por mes, hasta marzo de 2019, cuando el artista tenga lista la tercera parte de su “Trilogía Linyera”. Y entonces todo vuelva a empezar.  

–En entrevistas anteriores se refirió a su relación con la música alternativamente como un juego y como un trabajo. ¿Cómo conviven en usted esas dos facetas?

–No veo juego y trabajo como una contradicción. El mío es un trabajo con el juego, porque la música es una arquitectura lúdica. Para mí, el juego es muy importante, en el sentido de probar situaciones diversas, muchas veces inconexas, que uno les termina dando relación. La prueba y el error son fundamentales, y en eso hay muchísimo de juego. Primero hago una catarsis, y después voy con el oficio seleccionando y dándole forma a la cosa. Pero siempre primero trato de escuchar al instinto, al inconsciente. 

–¿Todavía le quedan lugares no explorados de ese inconsciente?

–Claro. Y gestiono ese contacto: ahí entra la parte del trabajo. Acceder a ese punto misterioso, a esa parte que no reconocemos como personas civilizadas, o como personas conscientes es parte de la creación. Es el gran nutriente de la parte creativa, estar en permanente contacto con esa parte. Y eso se entrena, igual que un músculo.

–Cuando habla de las letras de las canciones, las compara con la piel de las personas. ¿Las letras de las canciones también envejecen?

–Cuando una canción toma forma, ya no es de uno, ya la soltás; es como un hijo. Por eso, uno intenta que el contenido que guarda esa piel sea profundo. Más que piel, creo que las letras son disparadores que, acompañados por ese ambiente que da la música, te llevan hacia lo más profundo. Y ese oxímoron, esa combinación de la letra y la música, es muy potente: son las palabras (la superficie) que logran llegar a un lugar mucho más íntimo.

–Parecería que le gustan mucho los oxímorons. Su obra está cargada de contrastes.

–Para mí, el contraste es un método fundamental para darle forma a las cosas. Por ejemplo, el video que dirigió Luis Ortega de “En un bosque de la China”: fijate el contraste que hay ahí entre una canción supuestamente infantil con una enfrentamiento en una cárcel.

–De todos modos, ese video está planteado con mucho humor.

–Sí, por supuesto. El humor, sin llegar a la comicidad, es totalmente necesario. Hay que saber reírse de uno para poder reírse del resto. 

–Linyera y Anda también configuran un gran contraste de estilos: los de Linyera son tangos estilizados, pero que conservan mucha melancolía, y Anda es un disco optimista y mucho menos tanguero. ¿Fue algo buscado o simplemente ocurrió?

–Lo de más o menos tanguero es relativo. Los porteños estamos tan inmersos en el tango, tan metidos en la partida de ajedrez, que no podemos ver con perspectiva. Separándonos del tablero, podemos observar que los lenguajes del porteño son todos muy tangueros. Tenemos un estereotipo del tango metido en la cabeza, el del cornudo llorón, de los 40, pero el tango tiene una vida mucho mayor, dentro de la cual podemos encontrar una diversidad abrumadora de contenidos. Mi socio creativo, Luis Alposta, que es el vicepresidente de la Academia del Lunfardo, es un escritor que busca permanentemente alternativas en los mensajes, en el lenguaje mismo del tango.

–Sus tangos prescinden del componente nostálgico. Son tangos muy del presente.

–Es que no estoy reinterpretando ni reversionando la historia del tango;  estoy inventando mi propio tango. Lo que yo hago es dar mi punto de vista. Como porteños y argentinos, todos tenemos el derecho de sentir y de darle vida al tango de la manera que se nos ocurra. Lo que hago, justamente, sin tratarlo, es una renovación del tango. Eso involucra un montón de desastres, muchas veces. Pero es lo que hablábamos antes: prueba y error.

–Sin embargo, Anda incluye, además de “En un boque de la China”, versiones de compositores definitivamente no tangueros como Erik Satie o Serge Gainsbourg.

–“En un bosque de la China” fue escrita por un letrista de tango y periodista que se llama Roberto Ratti en los años 40 y la estrenó Hugo del Carril. En el caso de Satie y Gainsbourg, me parecieron relacionables para dar nuevas texturas y timbres en los que mi tango pueda encontrar nuevas formas. Si uno bucea e investiga, hay mucho material que no conocemos: tangos rusos, finlandeses. ¡El himno nacional de Finlandia es un tango! A mí, la investigación de todos estos años me cambió la cabeza. Mi tarea es ir buscando puntos de encuentro. Si me remitiera a repetir fórmulas, no estaría dentro de ningún tipo de renovación. Renovación es arriesgarse, y es lo que yo hago.