Desde tiempo atrás se ha venido hablando de la crisis de representación para indicar que quienes ejercen los liderazgos en las alianzas y en los partidos no honran la representación de la ciudadanía. Se puede traducir lo anterior diciendo que se ha fallado en lo que es esencial a la tarea política: en democracia la política es un servicio destinado a garantizar la integralidad de derechos de ciudadanos y ciudadanas y, por esta vía, propender a mejorar la calidad de vida de las personas. Se trata de una función muy noble cuando se ejerce basada en criterios éticos, con responsabilidad y compromiso.

Las pasadas elecciones —pero también otras manifestaciones— se constituyeron en una clara denuncia de lo anterior. Y la campaña del ahora presidente electo Javier Milei, hizo pié en el sentimiento de hastío alojado en buena parte de la ciudadanía. La mayoría de los argentinos votó contra “la casta” entendida como la dirigencia política que fracasó en su tarea. “La casta tiene miedo” coreaban los militantes de la LLA antes y después de la elección.

A pocos días de asumir el gobierno Milei está dejando en evidencia que “la casta” no tiene motivos para temer. Ahora y a la luz ya de las primeras designaciones confirmadas “la casta” está en el poder de la mano del presidente electo y de LLA convertida en tal mediante la alianza con el macrismo. Primer paso de un fraude que comienza a perpetrarse contra la mayoría que votó otra cosa.

Se suma a ello que Milei convenció a sus votantes que el peso del ajuste caería sobre “la casta” y que ello redundaría en mejores condiciones de vida para la clase media y beneficiaría a pobres cansados de vivir en esa condición. Segunda manifestación del fraude. Los principales perjudicados del ajuste vía “estanflación” serán las y los trabajadores, los asalariados, los desocupados, quienes laboran en el Estado, quienes padecen indigencia.

Otra cuestión que queda rápidamente en evidencia: más allá de mantener ciertos eslóganes en torno a cuestiones como el ajuste mediante achique del Estado, las políticas antiderechos y el negacionismo en general, el plan de gobierno de LLA avanza en medio de tropiezos derivados de la improvisación y el casi absoluto desconocimiento de los procedimientos democrático-institucionales y de la gestión del Estado. Sería peor si se constatara que no se trata apenas de ignorancia, sino de una expresa decisión de violentar los mecanismos que exige la democracia para la toma legítima de decisiones.

Habrá que esperar el correr de los días y aguardar las medidas que tome el nuevo gobierno. Pero seguramente habrá nuevos capítulos en la misma línea de los mencionados antes. No solo “la casta” fue convocada e incorporada al gobierno sino que quienes fueron sus detractores decidieron —una vez ganadas las elecciones— ser parte de ella y actuar con la lógica de quienes antes fueron blanco de sus críticas.

Pero de la acera de enfrente, en el hasta hoy oficialismo, tampoco hay capacidad de respuesta. Las y los dirigentes todavía no asimilan el golpe de las urnas, y dejan a la deriva y sin contención a casi la mitad del país que votó una alternativa distinta a la que gobernará desde el 10 de diciembre próximo. ¿Habrá que esperar hasta el próximo turno electoral para que esa dirigencia ponga la cara, al menos ensaye autocrítica —si es que lo considera necesario— y se haga cargo de la situación de la que fueron principales responsables?

De no hacerlo se constituiría un fraude de otro tipo, por ejemplo, a quienes como espontánea reacción se largaron a protagonizar micro militancia como último recurso. Una iniciativa ésta que también debe leerse como una advertencia ante la inacción o inhabilidad de la dirigencia política que desde ahora se convierte en opositora. Fue una respuesta tan inorgánica como desesperada y legítimamente sincera ante la inminencia de que lo ganado en años se escurría como agua entre los dedos. Vale la pregunta acerca de si ese tipo de participación que se hizo visible en la campaña electoral puede entenderse como un llamado de atención a la “vieja política y sus métodos” y, a la vez, como una convocatoria a otro modo de participación ciudadanía que es necesario canalizar desde ya, sin dilación. ¿”La política” y “los políticos” no tienen nada que aprender de esto? ¿Hasta cuándo hay que esperar?

No se debería obviar en el análisis que también hay otros síntomas preocupantes que afloran en distintos espacios y situaciones. Son aquellos que podrían denominarse como micro conflictos: disputas y debates por la oposición de ideas que en algunos casos no van más allá de discusiones acaloradas pero en otros toman el peligroso tono de agresiones, provocaciones y amenazas cargadas de odio y resentimiento, algunas de las cuales llegan incluso a evocar tristes etapas vividas en nuestro país y que creímos superadas. La reaparición y exhibición de los “Falcon verde” es un dato en ese sentido, pero también las amenazas verbales proferidas en público y en privado, mediante uso de las redes sociales, con grafittis callejeros o directamente con señalamientos y “marcas” a personas.

Hay en estas manifestaciones un germen de violencia social y política al que hay que atender presurosamente como sociedad antes de que derive en consecuencias inevitables. Sin perder de vista que también encierran violencia y la generan los anuncios de despidos, la pobreza y la indigencia que persiste y crece en los barrios populares, los recortes salariales, la quita de subsidios y todo lo que implique pérdida de calidad de vida.

Nada de esto debería soportarse en democracia. Para defender estos valores no hay tregua, no hay pausa ni concesiones. Hay que agotar los recursos y las instancias. Se necesitan posturas firmes e iniciativas que no nos hagan retroceder como sociedad, para lo cual también habrá que recurrir creativamente a métodos éticamente válidos, basados en educación política, con pedagogía social y mediante comunicación estratégica inteligente y eficaz. ¿Quién se hace cargo?

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