Conté 213 zancadas desde el último de la fila hasta la persona que estaba a punto de lograr su objetivo: entrar en Doña Manolita.

Necesitaba tener una medida actual para una tradición inconmensurable que data del 1812, mismo año en el que nació La Pepa, la primera Constitución Española.

El deseo de comprar el décimo de lotería era el mejor abrigo posible para soportar los tres grados que marcaba el termómetro en el centro de Madrid.

Nadie se quejaba de nada. Todos aguardaban con la paciencia que seguro no tienen cuando han de hacer un trámite en una institución pública.

La disputa por la Suerte es así. Cada cual busca la suya a pesar que todos saben que premio no hay más que uno.

Pero, como ocurre siempre, hay alguien que no necesita la Suerte para Ganar.

Esta vez el afortunado es el dueño de Doña Manolita, que vende cada año 70 millones de décimos de lotería de Navidad. Él es un aristócrata, Conde de Cabrillas, y se llama Juan Luis de Castillejo y Bermúdez de Castro.

No cabe duda que en la fila no había nadie con tan nobles apellidos.