Si Santiago Villanueva quisiera escribir un diario íntimo, no podría: su mundo propio no parece estar hecho de palabras, sino de imágenes. Su lenguaje es el lenguaje de lo que se ve, pero no necesariamente de lo que se dice. Tiene su propio idioma, uno que solo le funciona él, plagado de espirales para ahuyentar mosquitos y de diferentes objetos domésticos: desde frascos de medicamentos vacíos, hasta reproducciones baratas de obras de arte, pasando por mates y cadenitas de bijouterie. Entonces, si este artista tratara de registrar la vida cotidiana tal vez sería mejor –o le sería más fácil– dibujarla. Convertir en imágenes el día a día, las obsesiones, las conversaciones con amigas, las canciones que baila en la disco, los libros que lee o tiene arriba de la mesa. La lengua revela lo que el corazón ignora, lo que el culo esconde, su actual exhibición en la galería Isla Flotante, parecería ser un intento de eso, una forma de ordenar lo que tiene adentro de su cabeza, de contar una historia íntima, un pedazo de vida, el paso del tiempo.

Esta muestra de Villanueva está compuesta de varias decenas de dibujos que este artista empezó a hacer desde hace algunos años. En las obras se pueden ver mesas, panzas, líneas curvas que parecen intestinos, libros abiertos, pitos y paisajes. La imaginación esta puesta al servicio de los lápices de colores. Los dibujos de este artista están hechos de trazos livianos y erráticos, como si fueran los de un niño que se sienta en la mesita del jardín de infantes a dibujar lo primero que se le viene a la cabeza. No hay cálculo ni especulación –o sea, van a contramano del tiempo financiero que gobierna nuestros días actualmente–, sino placer, distracción y un gesto lúdico. Santiago es un chico que sólo se quiere divertir o que intenta pasarla bien cuando se sienta a dibujar. 

La lengua revela lo que el corazón ignora, lo que el culo esconde es una exhibición en la que Villanueva parecería practicar el recurso de la reticencia: muestra algo de su vida, pero hasta cierto punto. El dibujo, al igual que cualquier otra disciplina como puede ser la escritura, permite mostrar algo al mismo tiempo que se oculta otra cosa. Este artista es un experto en esto, en mostrar un poco, sugerir otro tanto, pero nunca exponerse por completo. Es decir, la lengua de Villanueva no revela completamente lo que el corazón ignora y mucho menos lo que el culo esconde. Tampoco lo hace la mano con la que dibuja. Uno recorre sus exhibiciones y queda atrapado en el relato que él propone, pero a la vez siempre flota en el aire la sensación de que hay algo que no se puede ver, que está oculto. Si pensamos que estos dibujos pueden ser un diario íntimo, o que al menos registran un ángulo de la intimidad de este artista, también hay que admitir que esa intimidad está partida y que estos dibujos muestran sólo uno de esos fragmentos. Lo hacen de una manera tan vistosa y con tanto brillo y con tanta luz que encandilan lo suficiente como para dejar algo atrás, algo oculto en la sombra del color. 

En los últimos años, Villanueva mostró una serie de pinturas en el espacio El Vómito y en el Museo de Arte Moderno de Buenos Aires que mantienen una conexión con estos dibujos, sobre todo con los que muestran mesas. En esas pinturas, al igual que en estas obras, se podían ver mesas revueltas que combinaban diferentes elementos de una manera desordenada. Pero el desorden –o el caos– que inventa Villanueva siempre es doméstico. No están en sus obras las piedras que se tiran en una manifestación, ni las balas que dispara la policía. El suyo es caos contenido, un desorden de living. Lo que le interesa a este artista es la mugre de la vida privada. 

Hay algunos guiños al universo gay en varios de estos dibujos. Desde la aparición de libros como Fenomenología queer y La enfermedad y sus metáforas. El sida y sus metáforas, de Sara Ahmed y Susan Sontag respectivamente, hasta pitos que parecen flotar adentro de panzas –no es muy difícil de imaginar por dónde entraron para llegar hasta ahí–. Estos guiños son sutiles, pero precisos. No son declamativos, ni convierten a estos dibujos en imágenes de protestas, pero si habilitan una imaginería que reverbera en toda la exhibición. El universo de sentido vinculado a las teorías de género está flotando en cada una de estas obras, pero no de una manera explícita. Otra vez, la reticencia hace su entrada.

Villanueva, como nunca antes, se anima a abandonar el tema. Ya no es un robo al Museo Nacional de Bellas Artes, el arte argentino, el surrealismo, ni las casas-museo, lo que ordena esta muestra de la manera que sí organizaron todas las anteriores que sucedieron en este mismo espacio, Isla Flotante. Lo que se ve en esta oportunidad es una imaginación desbocada que crea dibujos sin parar, por momentos abstractos y por momentos con algunas imágenes relativamente figurativas. Todo es un gran espiral por el cual hay que dejarse caer sin esperar “entender algo”, ni tampoco con la intención descubrir qué episodio olvidado de la historia del arte está pensando en esta oportunidad la exhibición. Quitar el entendimiento abre la percepción y al mundo de Villanueva no hay que entenderlo, sino percibirlo. Cuando uno se acerca a él, primero hay que saber jugar, imaginar y disfrutar. Después, entender.

La lengua revela lo que el corazón ignora, lo que el culo esconde, de Santiago Villanueva, se puede visitar hasta el mes de enero, de martes a viernes y de 15 a 19, en la galería Isla Flotante (Viamonte 776, piso 2, departamento 4, Ciudad de Buenos Aires). Gratis.