Estrellas y perritos

Desde que se supo la noticia de la muerte de Elliott Erwitt, a los 95 años, muchas de sus fotos icónicas han reaparecido las redes. Como la de Nixon poniéndole el índice en el pecho a Khrushev, Marilyn Monroe dejando volar su vestido o el Che Guevara jugando con el humo de su cigarro. Erwitt odió que Nixon usase esa foto en su campaña, dijo que era imposible que Marilyn saliera mal en una foto, y también contó que el Che detestaba que lo retratasen pero igual le regaló una caja de habanos. Erwitt decía que el suyo era un oficio para vagos, que requería solo una habilidad modesta y mucha suerte. Pero también decía –y acá tal vez esté la clave de semejantes definiciones– que una buena fotografía era un regalo que no debía ser analizado. Nació en París en 1928, hijo de judíos ortodoxos que llegaron a Francia huyendo de la rusia post-revolucion. Instalados luego en Italia, donde sus padres se separaron, el ascenso del fascismo hizo que se embarcasen hacia el otro lado del Atlántico, donde llegaron justo cuando la Segunda Guerra acababa de empezar. Después de dos años en Nueva York, Erwitt y su padre cruzaron el país –en un detalle delicioso, imposible de no mencionar de su biografía– vendiendo relojes para pagarse el viaje. Se instalaron en Los Ángeles, donde Eliott comenzó a sacar fotos de muy joven para ganarse la vida. Terminó alistándose en el ejército, y su destino cambió cuando ganó el premio Life por una foto que hizo que Robert Capa lo invitara a unirse a la agencia Magnum. Mas allá de los testimonios de momentos históricos y las imágenes con rostros famosos, la particular mirada de Erwitt le hizo ganarse el apodo de ser el Chaplin de la agencia y motivó que su colega Cartier Bresson dijese que alcanzaba milagros. Algo que se puede percibir en sus nada menos que cinco libros dedicados a los perros, sus modelos preferidos: “Son fotogénicos, nunca piden copias de las fotos, y nunca dicen que tienen cosas más importantes que hacer”.

Rebelión en la granja

Cientos de perros destinados a la seguridad de los próximos Juegos Olímpicos de París podrían estar siendo objeto de explotación por la carga laboral que pesará sobre el lomo de estos bichos. Al menos eso es lo que advierte Brigitte Bardot que, en nombre de la fundación en defensa de los animales que dirige desde Saint-Tropez, le pidió al presidente Macron que introduzca nuevas cláusulas para proteger a los perros. Bardot asegura que los animales, en especial los pastores belga, son utilizados “como meros instrumentos” y que permanecen horas encerrados en autos o en jaulas mientras no prestan servicios. “Las condiciones ede trabajo y aún de vida de estos animales es inadecuada, por no decir abusiva”, apoyó Lorene Jacquet, directora ejecutiva de la fundación. “Sin reglas claras, una vez más los animales son víctimas utilizadas para el entretenimiento humano”, alegó. Bardot viene llevando la apuesta aún más lejos porque dice que Francia no debería haber aceptado ser sede de unos juegos donde los animales son manipulados. Como ejemplo, la ex modelo, de 89 años, mencionó a los caballos. De hecho, durante Tokio 2020, un entrenador alemán fue descalificado luego de que golpeara a un caballo durante una competencia. Mientras tanto, Brigitte también asegura que París puede ser blanco de terroristas. De un modo u otro, razona esta señora que alguna vez tuvo el mundo a sus pies, los animales y las personas están destinados a ser borrados de la faz de la Tierra. Y algo de razón tiene.

Te llevo para que me lleves

“Tendrán que pasar por arriba de mi cadáver”, bramó el Ministro de Cultura italiano, Gennaro Sangiuliano, al enterarse de un pedido hecho por el Departamento Estatal de Colecciones de Antigüedades de Alemania en Munich. Los germanos exigen que el Discobolus Palombara sea devuelto, alegando que fue transportado ilegalmente a Italia a fines de los años 40. Esta mítica estatua, que encarna la estética aria y que fue un emblema de los Juegos Olímpicos nazis de 1936, reposa en este momento en el Museo Nacional Romano. Se trata de una copia romana del siglo II de un original griego de bronce perdido hace mucho tiempo, finalmente desenterrada en 1781. Hitler había comprado el Discobolo a su propietario privado italiano en 1938 por cinco millones de liras. El negociado se hizo bajo la presión del dictador italiano Benito Mussolini y en contra de los deseos del ministro de Educación y de los funcionarios de cultura (y también, del propietario de la estatua). La estatua fue entregada al museo de Munich y permaneció allí hasta 1948, cuando finalmente fue incluido en la lista de obras de arte transportadas ilegalmente a Alemania y que regresaron a Italia. La disputa actual surgió cuando el director del Museo Nacional Romano solicitó a sus pares de Munich que la base de mármol del siglo XVIII de la estatua fuera devuelta ya que parece que se quedó en Alemania. Los alemanes redoblaron la apuesta y para no andar con chiquitas, pidieron la devolución del Discobolus Palombara entero.

Nariz artificial

“Hay mucho fraude en el sector del vino: la gente inventa cosas en su garaje, imprime etiquetas y vende botellas por miles de dólares”, aseguró el profesor Alexandre Pouget de la Universidad de Ginebra, en Suiza. Pouget uno de los investigadores que está entrenando a las inteligencias artificiales para que reconozcan qué vino es noble y cuál no, basándose en análisis químicos. Más específicamente, en diferencias sutiles en las concentraciones de decenas de compuestos. Esto les ha permitido rastrear los vinos no solo hasta una región vitivinícola en particular, sino también hasta la finca donde fueron elaborados. Para entrenar la IA, los científicos recurrieron a la cromatografía de gases, que se utilizó para analizar 80 vinos cosechados durante 12 años en siete fincas diferentes en la región francesa de Burdeos (la técnica se utiliza comúnmente en laboratorios para separar e identificar los compuestos que forman una mezcla). En lugar de intentar encontrar compuestos individuales que distingan un vino de otro, el algoritmo se basa en todas las sustancias químicas detectadas en el vino. El programa muestra sus resultados en una cuadrícula bidimensional, donde se agrupan vinos con firmas similares. “Lo primero que vimos es que hay grupos que corresponden a una finca específica, independientemente de la cosecha”, dijo Pouget. “Es el patrón general de concentraciones de muchas moléculas lo que distingue cada finca. Cada una es una sinfonía: no hay una sola nota que las distinga, es toda la melodía”, agregó con inesperado sentido poético. Datos que incolucran desde las uvas y el suelo hasta el microclima y el proceso de elaboración, influyen en las concentraciones de compuestos que se encuentran en los vinos de cada finca: el programa rastreó los vinos con una precisión del 99 por ciento. La investigación, que aparecerá en Communications Chemistry, sugiere que la IA podría ayudar en las investigaciones de fraude al confirmar si el vino coincide con su etiqueta. Sin embargo, Pouget dijo que el enfoque también podría usarse para monitorear la calidad durante todo el proceso de elaboración. Hasta ahora, esto lo hacen unos pocos enólogos a quienes se les paga una fortuna por sus habilidades olfativas, adquiridas con lentitud y belleza humanas. “Tener herramientas como ésta haría que fuera mucho más económico hacer excelentes mezclas, lo que beneficiaría a todos”, asegura Pouget. Salvo a los enólogos y al trabajo artesanal, esa especie en extinción.