Pasan treinta minutos de la hora anunciada, y ni vestigios de los protagonistas. Telón cerrado, Gran Rex bastante lleno, y todo lo que pasa en estas instancias: vivas a uno de ellos (“Y dale Willy, dale, dale Willy”), aplausos, silbidos, cánticos sin letra, señales de impaciencia, ¡y alguien que pide por Claudio Gabis! “¿No sabés que la manal viene con Martínez, hoy?”, lo frena en seco el amigo. Habrá que esperar trece minutos más (cuarenta y tres, total), para que se abra el telón. Don Quiroga (Willy) se disculpa por el atraso; Simón, su hijo, emerge tras una poderosa batería y Carlos Gardelini, se planta firme con su viola estridente. Vox Dei, modelo 2016. Es decir, sin Ricardo Soulé, sin Juan Carlos Godoy, y sin Rubén Basoalto, el baterista fallecido hace seis años. Ausencias que se sienten mucho, claro, pero matizadas por el empeño que pone el nuevo trío. La voluntad de seguir. “Uno está donde está porque es tozudo, porque cree en lo que hace, y sigue”, dice Willy, conciente del contexto. También de una historia que ya lleva cincuenta años. 

 Medio siglo de rock argentino que se divisa en un cruce generacional evidente a primera vista. Hay tres camadas. Hay abuelos, padres y nietos. Hay ganas de rememorar, refrescar o “hacer escuchar” grandes clásicos de fines de los sesentas y principios de los setentas. El trío lo sabe. Arranca con una nueva, de esas que no saben todos (“Suelta tu lastre”), y después sí se despacha con una catarata de temas sin fecha de vencimiento: “A nadie le interesa si quedás atrás (Total qué)”, tema rústico del primer Vox Dei (el de Cuero Caliente); la preciosa “Ritmo y blues con armónica”, con uno de los invitados de la noche (lo presentan como el flaco Mariano); “Loco, hacela callar”, dominada por un sonido poderoso, y un flash necesario: el recuerdo de Basoalto a través de uno de los pocos temas que lleva su firma. “Vamos a hacer un tema de Rubén. El decía que había visto de cerca un plato volador y yo le creí”, evoca el bajista y marcha una “Extraña visita”, en la voz de Gardelini. 

  Tras el impasse Basoalto y otra frase de Quiroga imposible de dejar pasar (“cincuenta años de rock argentino, representan el veinticinco por ciento de la historia argentina”), siguen los clásicos: “Tan solo un hombre”, dedicado a las mujeres que sufren la violencia de género, gancho con una trabajada versión de “Genesis”, y ducha en las aguas de la Biblia que alcanza también a “Libros Sapienciales”. Al momento espirituoso le sobreviene, otra vez, la dureza que siempre ha sido parte del péndulo musical de la banda. Primero a través de “Jeremías, pies de plomo”, luego de “El regreso del Doctor Jekill”, y vuelta a la vena acústica con la inolvidable “Es una nube”, y “Presente”. Primera parte consumada y todo el teatro de pie. 

 Segunda: once de la noche en punto se vuelve a abrir el telón y tres personajes se proponen mantener el climax, con sus formas: el bajista “Clavito” Actis; el guitarrista Marcelo Roascio y el inefable Javier Martínez, en su sitial histórico: la batería, más un mic para cantar. El creador del noventa por ciento de los temas de Manal, equilibra entre inoxidables del trío con temas propios. En una franja, las creadas cuando podía convivir con Alejandro Medina y Claudio Gabis, se destacan “Doña Laura” –temazo–; “Una casa con diez pinos” –aunque difícil de superar las versiones “con” Gabis o “de” Pappo–; “Para ser un hombre más”, y uno de los puntos más altos de la noche: un paseo arrastrado, climático y psicodélico por “Avellaneda Blues”. En la otra franja, la solista, Martínez brilla con “Corrientes” (con el guitarrista estadounidense Vernon Neilly como invitado)  y un blusazo en homenaje a su amigo Napolitano: “El blues de Pappo”. Hacia el final –inevitable– las potencias se saludan. Manal Dei o la Vox de Javier se combinan para una deslucida versión de “Esta noche no parece ser igual”, otras, un poco mejores, de “No pibe” y “Azúcar amargo”, y un final que Willy hace encajar con los tiempos que corren, pero que le pertenece a Javier: “Basta de boludos”.