La más contundente corroboración de la falacia subyacente a las ideas libertarias se manifestó a través de las primeras medidas implementadas por el Presidente Javier Milei. Los preceptos de la libertad, pregonados con fervor, cedieron ante la realidad de la gestión, revelando una serie de decisiones que contradicen la esencia misma de la ideología.

El aumento sustancial de impuestos, tildados como instrumentos con los cuales "el Estado te roba", constituye una afrenta a los principios proclamados. El incremento del impuesto PAIS para las importaciones, la imposición de derechos de exportación en sectores previamente exentos y el supuesto retorno al régimen de impuesto a las ganancias para los trabajadores, demuestran una elección selectiva de a quiénes cargar con mayores gravámenes. Este actuar, que en términos libertarios equivale a "restar libertad", desnuda la inconsistencia entre el discurso de la libertad y las acciones concretas.

La posibilidad de haber optado por la reinstauración del impuesto a las grandes riquezas en lugar de recurrir al impuesto a las ganancias para los trabajadores, revela la elección de afectar a los trabajadores y no a las grandes fortunas. En momentos cruciales, el discurso libertario se diluye, dejando en evidencia que la retórica de la libertad se guarda cuando las circunstancias apremian, castigando así a quienes ya sufren.

Según los último datos de la OCDE, la carga tributaria en Argentina alcanza aproximadamente el 29,1 por ciento del PIB, y con la implementación de estas medidas, es plausible que Milei supere esta marca en su primer año de gobierno, contradiciendo así el experimento teórico liberal-libertario.

Contradicción fiscal

La contradicción es aún más patente al considerar la afirmación de que este aumento impositivo es temporal, cuestión no advertida en la campaña electoral. Si la actividad económica se ve afectada por una estanflación, la recaudación disminuirá, y mantener estos impuestos será indispensable para alcanzar el innegociable equilibrio fiscal.

Adicionalmente, surge la interrogante sobre cómo abordarán la dificultad de recaudar en medio de una crisis inflacionaria magnificada. Decir que porque hay una inflación diaria de 1 por ciento hay una inflación anual de 3.678 por ciento anual, es peor que decir que si te meten un gol al primer minuto de partido, vas a perder 90 a 0.

Los discursos que tildan a los impuestos de "robo" se enfrentan a la dificultad de concordar con la realidad, ya que resulta improbable, bajo esta premisa, que aquellos que pueden evadir impuestos se abstengan de hacerlo.

En cuanto al ajuste propuesto en campaña, centrado en aliviar la carga impositiva de los contribuyentes y castigar a la casta política, la realidad desmiente la retórica electoral. El ajuste se traduce en un recorte ortodoxo que dista de ser genuinamente liberal. En vez de buscar la disconformidad de sus aliados políticos del PRO, se debiera indagar sobre sus seguidores libertarios que de buena fe militaron lo que finalmente es una recorte ortodoxo. Esos mismos que llamaron héroes a los evasores, ahora si acompañan a este gobierno tendrían que estar pensando en penalizar a los supuestos héroes de un sistema tributario que los presiona aún más.

Como colofón a este torbellino de contradicciones, la imposición de una tasa de interés por parte del Banco Central notablemente inferior a la inflación, refleja una política asociada comúnmente al keynesianismo. La tasa de interés negativa es un estímulo del consumo por sobre el ahorro. Sin embargo, su aplicación en este contexto erosionará simultáneamente ambas variables.