El hecho de que la gobernadora de la Provincia de Buenos Aires viva en una base militar ha llamado la atención. Un ligero resoplido de incomodad, suavizada por la duda de si debemos agitar el tema o no, se plasmó en determinadas oportunidades, en verdad pocas, donde se le hizo precisamente esa pregunta habitacional. La gobernadora respondió con una serie de argumentos que parecieron muy convincentes, tanto por el ceño ultrajado que brota espontáneamente de su rostro, como por la calma recitativa con que responde. Se trata de un conjunto de amenazas que ha recibido, todas meticulosamente señaladas. Llamados anónimos, personas que entraron en sus viviendas anteriores, un policía que subrepticiamente revisaba papeles en su despacho, intimidaciones a sus hijos. Nadie que posea mínimas evidencias de sensibilidad debería dejar de solidarizarse con estos momentos desapacibles, aún más, peligrosos.

De tal modo que la formulación explicativa de la gobernadora va ganando la escena con una enumeración concluyente y arrasadora que justificaba su medida cuartelera, su devenir de recluta. El que le pregunta sobre el supuesto detalle anómalo de vivir en un ámbito militarizado enseguida será arrasado con explicaciones que cargan tanta fuerza emotiva, que puede llegar a ruborizarse por el atrevimiento de querer hurgar en ese sacro refugio familiar, con sus paredes pintadas de blanco, rodeada de mecánicos, aviadores y aeronaves. Es la Base de Morón, donde hay un escuadrón de acrobacia aérea, quizás inspiradora de tácticas de gobierno para dibujar extraños firuletes en el aire.

Ninguno de los argumentos dados, con lo verosímiles que puedan ser, justifican que un predio militarizado aloje a un gobernador civil. Probablemente la constitución no lo prohíba, pero constituye un fuerte símbolo, el más dramático que pueda imaginarse, entre el gobierno de Macri y su fusión con una cosmogonía autoritaria. No solo retrata el hilo interno de un pensamiento que se vierte con rostro angelical pero esquemas de amenaza, sino que se constituye en un acto políticamente grave. Convertir un emplazamiento militar en un púlpito habitacional desde donde nos enseñan que todos, de una manera u otra, pertenecemos a las mafias. Es posible que en las fantasías de dominatrix de los jefes macristas, todo hecho, toda acción, toda conjetura eventuresca, no tenga límites. Que representen la alegría del pensar sin las odiosas restricciones que tienen los hombres comunes. Tal vez por eso, al pensar que lo imposible es posible, o que lo innecesario es necesario, o que lo ilegal es legal, se decide el destino habitacional de una gobernante en los sitiales donde al mismo tiempo proceden los acuartelamientos.

¿Pero ella pierde en algo su cándida voz de misal y ojos encendidos que fulminan a los mafiosos? De ninguna manera, cada vez que algún incauto –podemos ser nosotros mismos con este artículo–, recuerda la acrobática anomalía de vivir dentro de una caserna, brota de sus labios temblorosos de ira, la génesis impoluta de esa decisión. Hay riesgos, contingencias, espantos. Su cuerpo sería entonces un símbolo de cómo lo frágil debe protegerse, de cómo los hijos que nos pueden robar a todos deben acautelarse, de cómo un árido baluarte se convierte en un hogar burgués de paredes virtuosas, de cómo el hampa que nos rodea es combatida desde un fortín y dentro del fortín la pulcra vivienda gubernamental simbolizaría a los querubines macristas que nos guardan.

Macri derribó las paredes de la Quinta de Olivos en un  acto performático que podría denominarse “pasen y vean cómo gobierno”. Mi casa es de vidrio, pura transparencia, como esos reyes medievales que dejaban que sus distinguidos vasallos pudieran entrar en las habitaciones reales para ver cómo comía. Pero en ese caso ya había llegado la crisis al Reino y el monarca debía cobrar para que otros golosos burgueses o palafreneros contemplaran el acto pantagruélico, convertido en magno teatro de la digestión. En este caso se publicita la eliminación de toda distancia entre el presidente y sus súbditos. Igual, yo me abstendré de pasar a ver las gallaretas, guanacos y palmípedos que pasean libremente por esa quinta, a no ser que excavando encuentren un dinosaurio de 60 millones de años. Si así ocurriera despertaría nuestra curiosidad y los visitaríamos para ver si no serían tan torpes de pensar que esa es la misma duración que tienen pensada para el período presidencial.

La gobernadora actuó en forma distinta pero complementaria. Acentuó los muros.  Las dos cosas son iguales, hablan desde una ideología habitacional que pertenece a la dialéctica de la seguridad y la pureza. A partir de allí el sistema de gestos y envíos simbólicos, que en general se le atribuyen a los lenguajes cifrados de la mafia, los utilizan ahora ellos para combatir a las difusas mafias a las que aluden. El sistema macrista que condenó el período anterior con el dicterio de verlo preso a un “relato”, esto mismo lo lleva al paroxismo. Se proponen así varias series de significados. Esa asociación Gobierno-Cuartel; Paredes blancas-Realidades corruptas; Acantonamiento gubernamental-Uniformes militares para los ministros en combate; Refugio familiar-Corrosión moral que hay que depurar. El antiguo relato ya se tornó una extremación inaudita de un gobierno llevado a reconocerse en una arcaica funcionalidad represiva. Cierta vez un rey le envío a otro una flecha ensangrentada; ninguna palabra de por medio. Era la guerra, según se lee en Rousseau, en su “Origen de las lenguas”.

Un grave desconocimiento de la Constitución, poniendo tras unas trincheras la habitación de un mandatario, revela una concepción que, de generalizarse, pone en una cosmogonía final la seriedad de las instituciones públicas. Ellos lo hacen porque nada les importa; aprendieron a revertir los actos intolerables en dictámenes santificados sobre la moral pública. Cuestiones de seguridad para las que cualquier estado debería tener fórmulas democráticas para conjurarlas, quedan convertidas en actos que disocian la vida en nombre de la política y la política en nombre de la vida. Y desde allí, desde sus relucientes paredes vítreas, diagnostican. Lo hacen sin el mínimo temor de dejar de ser tan cristalinos. Y lanzan su flecha contaminada. La mafia. Ustedes son la mafia. Y miran altaneros a su alrededor, mientras aterriza la escuadrilla.