Es cada vez más frecuente que los adolescentes intervengan en juegos de azar con la ilusión de multiplicar su dinero. En esa edad, sus deseos de independizarse chocan con serias limitaciones, en parte porque carecen de la posibilidad de generar recursos. Salvo que, por “un golpe de suerte”, puedan conseguir estos bienes. De esta forma podrían desafiar los condicionamientos que les genera su falta de experiencia, edad y conocimientos, apostando al azar. Sería ganar al mundo adulto con un encuentro repentino, en general sin esfuerzo, una satisfacción inmediata.

Podemos pensar también en los efectos de la presión social, es un valor en sí mismo, y permite el acceso a los idealizados objetos de consumo. En la gran mayoría de los casos detrás del adolescente que apuesta (en general con la tarjeta de crédito del padre o la madre), está el deseo de los adultos, que consciente o inconscientemente imponen sus sueños y sus fantasías. En los tiempos mediáticos que nos toca vivir, los hijos suelen ser depositarios del deseo de los padres de escapar del anonimato, de brillar en los medios, de tener fama, dinero y glamour.

Apelar al azar para ganar es una característica muy humana, porque el hombre no es un ser programado donde todo está previsto. Por supuesto que tenemos muchos condicionamientos, por nuestra estructura psíquica y orgánica, por la familia en la que nacemos, por el entorno social. Pero el azar puede proporcionar cambios. Y por eso las apuestas suelen ser tan excitantes. El destino son los padres, decía Freud. ¿Qué podemos hacer, como hijos indefensos ante el Destino, un poderoso adversario que nos lleva a repetir, automáticamente el camino que se nos ha asignado, pese al esfuerzo por desviarnos? Salvo que de pronto obtengamos una carambola. Y a eso apostamos. Es entregarse al azar para que éste resuelva, apostar por ser el elegido de los padres.

En los juegos de azar puede suceder que se gane, lo que incrementa la expectativa y las apuestas. Ganar en casos así, por casualidad, puede generar la fantasía de estar robando, o apropiándose de algo prohibido. Algo que genera culpa y por eso, esa aspiración debería ser castigada con una pérdida posterior. El ser humano busca cumplir sus deseos, pero esto no resulta tan sencillo porque ganar lo enfrenta con sentimientos de culpa y temores al castigo. Por eso también busca el freno. Arriesgar en un juego donde existen tantas posibilidades de perder hace pensar en que inconscientemente se busca la pérdida, o sea, se juega a perder y no a ganar, o sea es una fallida forma de buscar el límite.

Un factor agregado es la secreta manipulación que sectores ligados a este tipo de juegos realizan, introduciendo factores que alteran el resultado de manera tendenciosa, lo cual relativiza el grado de contingencia. Y por otro lado manipulan estudiando los perfiles aportados desprevenidamente por los jugadores para generar particulares atractivos que favorezcan la adicción. Desde tiempos muy remotos existe la discusión en torno a si el problema de las adicciones es debido a una propiedad de las actividades o sustancias o al sujeto que las consume. Del mismo modo nos podemos preguntar si las adicciones a la informática tienen que ver con la cualidad de las pantallas luminosas o se trata del sujeto, el usuario particular que hace uso de ellas y que debería estar prevenido para protegerse de los mensajes incitantes que recibe, tanto en este ámbito como en otros.

Para concluir y hablando de casualidades y determinismos, podríamos agregar que además de los excitantes juegos de azar, si se trata de superar determinismos, otro camino posible sería que un sujeto se encontrara con alguien, un psicoanalista, que le ofreciera aumentar las chances de cambiar su destino a través de otro método, humilde, aunque poderoso, que es el ejercicio de la palabra.

Diana Litvinoff es psicoanalista (Asociación Psicoanalítica Argentina).