La crisis financiera del 2008 provocada inicialmente por la explosión de la burbuja especulativa de las hipotecas subprimes en Estados Unidos, conocida como la Gran Recesión, produjo una ruptura en la globalización económica impulsada por el capital financiero del centro capitalista e impuso cambios en las políticas económicas fundadas en la austeridad presupuestaria, las tasas de interés positivas y la caída del poder de compra de los salarios.

Para contener la caída de la producción, la más grave desde los años 30, se incrementó de manera muy importante el gasto público para sostener la demanda global, se impusieron tasas de interés reales y nominales negativas y se incrementó la liquidez monetaria con la llamadas “facilidades cuantitativas”, como jamás se había hecho en el pasado en tiempos de paz y se restringió el comercio mundial con políticas proteccionistas arancelarias y no arancelarias.

El correlato inesperado es que retornó al centro del escenario económico el concepto de política industrial, que había desaparecido de las declaraciones de los responsables políticos y esa noción se habían transformado por la hegemonía de la economía ortodoxa en una blasfemia. La razón invocada era que el mercado se encargaba de hacer bien lo que la política del Estado hacia mal. 

Pero se utilizaba una doble vara porque, para “ayudar” la acción del mercado, el liberalismo había impuesto políticas que facilitaban la destrucción de la industria. Así, la concepción que prevaleció merced a la acción de los medios hegemónicos era que cualquier desvío con respecto al neoliberalismo económico era poco juicioso y que era mejor hundirse con la mundialización que emerger con el nacionalismo económico, teoría que actualmente tiene cada vez menos adeptos.

Nacionalismo económico

El nacionalismo económico no es una novedad: Alexander Hamilton, el primer ministro de economía de Jorge Washington, era un proteccionista. Lo fundamentó utilizando la tradición mercantilista francesa, lo expuso y lo aplicó de tal suerte que fundó la potencia industrial de su país. Facilitó la industrialización y la financió en parte gracias al sistema de aranceles que permitía percibir Derechos de Aduana (en 1801 proveían al Tesoro más de 10 millones dólares de aquella época y fue la principal causa de la guerra con Gran Bretaña entre 1812 y 1815). 

Charles De Gaulle hablaba de la planificación del tejido industrial como de “una ardiente” necesidad”. En su opúsculo “La autosuficiencia nacional”, John Keynes explicaba en 1933 que “una mayor autosuficiencia nacional y una protección económica más importante podría servir a mejorar la situación lo cual la mundialización no ha permitido”. En Argentina la política industrial desplegada por los Planes Quinquenales impulsados por Juan Domingo Perón y las políticas de protección de la industria nacional permitieron desarrollarla. En 2023, el sector industrial y la construcción representan el 21 por ciento el PIB. No obstante, esto no siempre fue así: luego de la crisis del 2001, después de un cuarto de siglo de políticas económicas neoliberales, la industria apenas llegaba al 10 por ciento del PIB.

Política industrial 

Una nación debe tener una estructura industrial que permita fundar su independencia económica. El Estado Nación solo puede existir en la medida en que se logra un equilibrio sustentable. En la década de 1930 hubo un debate sobre el beneficio de la industrialización, que estaba fundado en la necesidad de producir bienes que en esa época eran esenciales para garantizar la soberanía política de la Nación pero también porque la balanza de pagos sería deficitaria si se importaban masivamente bienes de consumo. Este proceso, que aun sigue desarrollando al país, es la sustitución de importaciones.

Hoy las apuestas siguen siendo similares pero los cambios económicos, demográficos, tecnológicos, la crisis climática y políticos hacen necesario un aggiornamiento en las prioridades de las políticas estatales para garantizar su viabilidad y eficacia. No hay una política económica aceptable y sustentable sin una política de desarrollo industrial plausible.

Los economistas ortodoxos afirman que el nacionalismo económico en los países de la periferia capitalista es una propuesta populista pero esquivan pronunciarse de esa manera cuando dichas políticas económicas son aplicadas en Europa o Estados Unidos. Hoy los Estados Unidos practican la substitución de importaciones con los microprocesadores electrónicos y lo hicieron a principios del milenio con la producción petrolera y gasífera hasta devenir hoy exportadores cuando en años 1980 importaban casi 25 por ciento del consumo. 

Tampoco se trata de copiar lo que se hace aquí o allá, ya que no existe una forma única de desarrollo capitalista. La historia muestra que el capitalismo se desarrolló acompañando al colonialismo en el caso inglés, francés, holandés y belga,;pero no fue el caso de Alemania, Austria, Suecia o Estados Unidos, lo cual muestra que el capitalismo puede desarrollarse puertas adentro. 

Tampoco existe un modelo único de acumulación del capital. Este se realizó con una explotación salvaje de los trabajadores hasta principios del siglo pasado pero, con el desarrollo y la hegemonía de la economía del bienestar, la situación de los trabajadores mejoró y el proceso de acumulación continuó a un ritmo acelerado y superior al anterior. El capitalismo no funciona mejor cuando existe una explotación ciega de los trabajadores porque el rol de la demanda es esencial. La ley de Say, según la cual la oferta crea su propia demanda, es errónea como lo demostró Keynes. El proceso de acumulación capitalista no solo supone inversiones, porque hay que producir y también hay que poder vender, y eso supone la existencia de compradores.

La ola del desarrollo industrial de una parte de la periferia capitalista con la globalización financiera a fines de los años 1960 muestra también que la industrialización es compatible con formas de organización políticas muy diversas. China comunista ha adoptado una forma de organización económica controlada por el Estado; mientras que en Corea del Sur, Singapur o Taiwán priman formas capitalistas autoritarias pero con Estados liberales. En Japón las formas capitalistas están marcadas por formas culturales muy tradicionales en un Estado liberal.

Neoproteccionismo

La integración de un país periférico en la economía mundial supone una protección selectiva pero inteligente de las industrias claves. Nos encontramos actualmente en el marco de un proceso de reindustrialización del centro capitalista que está rompiendo con las formas, económicas, comerciales y financieras que fundaban la globalización de lo años 1990 (como el programa de inversiones masivas en las nuevas tecnologías como la IRA (Inflation Reduction Act) en Estados Unidos propuesta por Joseph Biden y dotada de 350 mil millones de dólares). El neoproteccionismo necesita abordar nuevas propuestas a través de una reflexión adaptada a esta circunstancia.

La nueva política industrial del centro capitalista se funda no solo en el desarrollo de nuevas tecnologías descarbonadas, sino también en la protección de las patentes, en un proteccionismo comercial muy detallista, en una vigilancia muy severa de la acción de las empresas privadas en sus relaciones con países “no amigos”, en una reorientación de los acuerdos comerciales con países amigos, con un rechazo del multilateralismo, entre otros. 

Esto significa que la nueva política industrial en Estados Unidos y la Unión Europea se orienta a concretizar y recrear una industria independiente rompiendo con la globalización, no exenta cambios sociales fuera del molde neoliberal como acaba de mostrar el gobierno norteamericano favorable a aumentos importantes del salarios en una industria clave como lo es la industria automotriz.

Las teorías de la dependencia mostraron que la adhesión a la división internacional del trabajo impuesta por las clases dominantes constituye una traba al desarrollo económico y a la justicia social. El crecimiento económico sirve para la ruptura de las relaciones económicas subordinadas, sea cual fuere la potencia hegemónica, lo cual supone una estrategia económica independiente de ruptura que implica una política industrial libre indispensable para ampliar la independencia económica.

La nueva política industrial debe utilizar una gama más amplia de instrumentos económicos y políticos que han sido condenados por el neoliberalismo. Hoy debemos postular que el Estado no solo debe jugar su rol en la definición de las relaciones sociales, y la distribución del ingreso. Debemos avanzar en una mayor injerencia del Estado en lo que hace a las reglamentaciones específicas a cada sector industrial, pero también la provisión de insumos como la electricidad, la educación de los futuros técnicos y trabajadores, la funcionalidad de la logística, la definición de una política de protección arancelaria y no arancelaria especifica, etc.. 

La introducción de subsidios específicos y definidos según las industrias, y la generación de una política activa de facilidades en materia de créditos según los sectores industriales además de una política impositiva específica. Estas políticas sectoriales deben darse en el marco de una política económica anti cíclica y proactiva para favorecer el crecimiento del conjunto de la economía.

El fin de la dependencia no se producirá por el cierre de las fronteras comerciales o en un cambio de la potencia de referencia sino por el desarrollo de industrias que permiten escapar a los condicionamientos económicos de los centros hegemónicos. Es necesario considerar que las características que la producción local que crea empleos de alta calidad, el concepto de seguridad nacional que permite esquivar los condicionamientos, la competitividad de la producción interna respecto de las exportaciones de otros países muchas veces subvencionadas hacen indispensables un compromiso de las intervenciones del Estado en la matriz productiva.

* Doctor en Ciencias Económicas de l’ Université de París. Autor de “La economía oligárquica de Macri”, Ediciones CICCUS Buenos Aires 2019. [email protected]