Tocarse es un acto político. Si la pandemia instauró una nueva semántica de los cuerpos también posibilitó la comprensión o la evidencia que la respiración, la cercanía implican una dimensión social cargada de ideología. 

Karen Barad se ocupa en Tocando al extrañx interior (traducción Sebastián Puente), un libro publicado por Editorial Cactus en darle una matriz científica al gesto de tocarse ligada a las transformaciones que la física cuántica produjo a nivel ontológico. Esta física de la radiación se ocupa de las partículas, va hacia lo mínimo y se piensa en términos relacionales. 

La discusión sobre las propias condiciones de existencia, la capacidad para soportar el vacío, permiten discutir los términos de unidad, la dimensión corporal como un territorio separado de su entorno. La vida, parece decir le autore norteamericane que se define como no binarie, es el resultado de una cercanía voluptuosa. A Barad le importa pensar si ese vacío contiene una potencia. Pero ¿por qué interesa la noción de vacío? Porque es la instancia que hace posible la creación, lo no pensado, una filosofía que rechaza el vacío no es más que la reproducción de lo mismo, una manera de aferrarse a las definiciones, de no soportar ni darle lugar a la diferencia.

Lo que se rescata tanto en Barad como en los otros dos textos que incluye en este breve libro de Alina Ruiz Folini y Marie Bardet es una filosofía de la presencia. Los materiales fueron creados durante la pandemia y hacen del tocarse una sustancia política justamente en el momento en que esa práctica se pone en cuestión y se vuelve motivo de prohibición, lo que provoca una exacerbación de su significado. En la teoría cuántica la materia existe en la actividad, en la acción que se ejerce en el vacío. Es una teoría de la movilidad, de lo simultáneo, del espacio. Lo que observa Barad es una promiscuidad de las partículas que pone en crisis la idea del sí mismx, de lo Unx. Lo que sostiene Barad es que en esa yuxtaposición de partículas habita un otrx y que cuando nos tocamos tocamos a esx otrx, un poco como si quisiera encontrar la esencia de lo trans o queer en cada cuerpo.

Alina Ruiz Folini interviene para analizar el desplazamiento de lo visual hacia lo táctil. Si nuestra cultura parecía poner el eje en la imagen, con el tiempo el componente táctil pasó a ocupar un lugar fundamental en el mundo digital, cuando paradójicamente alude a un gesto más primario.

En Marie Bardet habita un diálogo con el texto La conspiración de lxs niñxs de la autora francesa Camille Louis ( también publicado por Cactus) donde la noción de conspiración alude a un respirar juntxs como imagen de la vida social, especialmente de la forma ritual de las manifestaciones que en su escritura es también una danza. El tocar y tocarse son usados en el texto de Bardet en sus múltiples sentidos como si quisiera darle a esa palabra una facultad invasiva. Si el escrito de Alina Ruiz Folini es un poco la continuación de su performance Las manos donde esa parte del cuerpo es explorada como un factor de acción, de trabajo, de sensualidad, como la síntesis de la idea de hacer y construir pero también de cuidar y de amar, un elemento expresivo por excelencia que constituye una transmisión y un lenguaje, Bardet retoma tanto el ensayo de Folini como de Barad en una voluntad de llegar a un nivel de mayor concreción de lo planteado.

Les tres autores son coreógrafes y aquí se expresa un movimiento que se vuelve escritura para dar cuenta de una plasticidad, de una capacidad de transformación, una estrategia para seguir moviéndose en el encierro. Pero también esta tríada de textos es un ejemplo del campo filosófico que habilita la danza, de su comprensión de los cuerpos, de la poesía de un lenguaje que es capaz de ir a la abstracción desde las experiencias más concretas.