La escena dura menos de cinco minutos pero es una de las más memorables de ¡Huye! (Get Out! 2017), la gran comedia de horror de Jordan Peele, esa vuelta de tuerca a Adivina quién vino a cenar que, a pesar de ser fantástica, resulta más realista que el clásico con Sidney Poitier en su brutal y voraz racismo. Hacia la mitad, la novia (Alisson Williams) tiene una cena familiar en la que presenta formalmente a su novio afroamericano, Chris (Daniel Kaluuya). Para quienes no vieron la película: la familia Armitage es asquerosamente progresista. Muy rica, vive en una elegante mansión suburbana rodeada de bosques y aunque son tradicionales y tienen personal de servicio negro, los consideran “de la familia”. Votantes de Obama, demócratas, psicólogos, universitarios, parecen incluso felices de que su hija esté en una pareja interracial. Pero en esa cena está Jeremy, el pelirrojo y extraño hermano mayor, un estudiante de medicina que parece miembro de una fraternidad infernal. La charla empieza con anécdotas soeces y, de a poco, Jeremy revela no sólo su sadismo sino el repelente racismo familiar, que hasta entonces ocultan porque sus propósitos lo necesitan.

Son, para muchos, los cinco minutos más memorables de la película. Y quienes no la hayan visto se sorprenderán ante ese actor amenazante, quizá atractivo, tenebroso y pálido, de pelo enmarañado, lleno de pecas y ojos de gato, que podría parecer tanto un chico blanco de clase media alta como un sobreviviente rural del crack del 29. El actor es Caleb Landry Jones, texano, hoy de 34 años y una carrera tan impresionante como casi secreta.

El propio Jordan Peele, en su momento, le dijo a la New York Magazine que el joven texano lo inquietaba. “Buscaba a alguien más convencional para ese personaje pero vi a Caleb en Antiviral y me convenció. Algunos toques de la idea original están ahí, pero filtrados a través de esa entidad que es Caleb. Tiene una energía impredecible y salvaje, es un poco ‘método’. De verdad se mezcla con su personaje, trata de entenderlo y vivirlo, lo que da un poco de miedo, para ser honesto. Cuando lo dejé suelto en esa escena imaginé que así debía ser filmar en los años 70". El propio Caleb no desmiente su reputación de actor en el límite: "¿Vieron cuando uno empuja tanto que algunas venitas se revientan y uno se desmaya? A veces es así, me despierto y no se donde estoy?”, le dijo a esa misma revista.

No siempre, claro. Tuvo que estar mucho más alerta en Dogman, de Luc Besson, que se estrenó el jueves pasado y se puede ver en cines, entre otras cosas porque actúa con 115 perros, entrenados por nueve profesionales (sin efectos especiales). La película es una fábula y una historia de origen al estilo de superhéroe-antihéroe, pero sin cómic que la respalde, porque el guión es de Besson. El director de El perfecto asesino (1994) viene de años complicados con acusaciones de abuso, todas desmentidas, aunque su casamiento con la actriz y directora Maïwenn cuando ella era menor de edad no es ninguna invención. Pero quizá la película sufrió demasiadas malas reseñas porque nadie quiere decir algo bueno sobre Besson. Es así: un chico, Doug, crece en una familia de padre y hermano violentísimos que viven de criar perros para peleas en Nueva Jersey. De puro crueles arrojan al chico a la jaula de los animales y ahí empieza la conexión que acabará en el total control de Doug sobre sus amigos caninos. Hay más: tiroteos y prótesis y noches en drag y Edith Piaf. Y aunque no es una gran película, tiene en Jones una actuación extraordinaria, como las que ofrece siempre, aunque cada vez en proyectos más fuera de radar. 

Dogman, de Luc Besson

Para el público más pop, Caleb Landry Jones es recordado como el joven mutante Banshee en X-Men: First Class de 2011. Banshee muere y no es revivido después de esta película, y Jones lo sintió como un alivio. No haría una franquicia, dice, aunque le gustó estar en esa película. “Me trataron bien e incluso me contrataron aunque yo sufro de vértigo y tenía que volar. Pero no es la carrera que quiero”. Estuvo en dos episodios de Breaking Bad y después hizo las películas que lo ubicaron como el más extraño entre los raros, un actor sofisticado, un millenial fascinado por el cine de Lindsay Anderson y Akira Kurosawa, fan de Bob Dylan, Daniel Johnston, Roxy Music y Syd Barret, además de devoto de Master Chef y James Cagney. “Me crié en una granja en Texas: mi madre es maestra de chicos con necesidades especiales, mi padre un contratista. Crecí con la música de mi familia, que son todos violinistas de country y bluegrass, y mi abuelo escribía jingles. Lo que aprendí de cine fueron en clubs en la secundaria y en la universidad, aunque no duré mucho. En seguida me mudé a Los Angeles”, cuenta en el podcast Meet Our Makers. Llegó a Los Angeles de muy joven, todo pecas y un desorden obsesivo compulsivo y la marihuana siempre a su lado, pero su primer papel notable lo hizo con Brandon Cronenberg en Canadá. Antiviral, de 2012, es el debut del hijo de David y es una película notable: neo noir, cultura de las celebridades y obsesión con las enfermedades. Como de J.G. Ballard y con la misma frialdad clínica: los interiores blancos y la piel de Jones que deambula con su traje negro como un fantasma, jeringa en mano. Caleb es Syd March, un joven que trabaja en una corporación encargada de vender e inyectar virus de los famosos a sus fans, como una manera de estar más cerca de ellos. Una actriz muy famosa, Hannah Geist (Sarah Haddon) vuelve enferma de un viaje China y es Syd quien debe tomar la muestra. Se la inyecta y ahí empieza una locura que llega al clímax en una secuencia casi experimental que se parece mucho más a una perfomance avant garde en la que Jones expone su cuerpo enfermo en pleno sufrimiento con chorros de sangre. Tenía 22 años y en la producción de la película buscaban a un actor de más edad y mayor experiencia, pero Jones los convenció, como a Peele. 

Antiviral, de Brandon Cronenberg

Algo similar pasó un año después en Heaven Knows What de los hermanos Safdie, una película sobre yonquis sin hogar que viven en las calles de Nueva York. La protagonista es Arielle Holmes, ella misma ex adicta, a quienes los Safdie conocieron en sus años de heroinómana. Nadie es actor profesional salvo Caleb que interpreta a Illya, el novio de Arielle en la vida real, que estaba vivo durante el rodaje y murió poco después. Heaven Knows What es desesperante: la adicción en su cara más rotunda, la de la rutina frenética, pasar frío y buscar otra dosis, dormir en un lugar, ser echado a patadas, robar, pelear, caminar, amar con desenfreno. Después de la película, Caleb y Arielle se enamoraron: él usó heroína durante el rodaje. En una entrevista los Safdie, bastante apesadumbrados, dicen que ellos jamás le pidieron algo así y que, de hecho, no lo sabían. 

Tercera película de los Safdie, primera de Cronenberg, antes de que cualquiera de los directores trabajaran con estrellas. En los mismos años fue el cuñado tarambana de Mark Walhberg en Contraband, un jovencito racista y belicoso en God’s Pocket con Philip Seymour Hoffman y un chico moribundo que se enamora de una vampira (Saoirse Ronan) en Byzantium de Neil Jordan. Su apariencia de criminal y ángel caído al mismo tiempo hacía posible su interpretación de supervillanos white trash o de delicados chicos de porcelana. Algo de eso vieron las marcas de ropa: en 2012 siguió a otros excéntricos como Dennis Hopper y Vincent Gallo como el protagonista de la campaña de G-Star, poco después posó para Gus Van Sant y en 2019 fue la cara de la colección de primavera de Yves Saint Laurent --protagonizó la promoción junto a la argentina Mica Argañaraz--. Pero aunque se lo veía cómodo, no lo estaba tanto en su papel de bello tenebroso. Después de unos años erráticos llegó el 2017, quizá su mejor momento: además de Get Out!, estuvo en Tres anuncios para un crimen de Michael McDonagh, que dijo en New York Mag sobre su papel como Red, el joven que le vende los billboards a Frances McDormad: “Tiene algo salvaje y peligroso, pero también tiene un lado muy dulce e intelectual. Y le pedí que canalizara eso”. Y lo hace: es difícil reconocerlo de tan contenido. También actuó con Tom Cruise en American Made, uno de sus papeles más trash hasta el momento-- hasta que David Lynch lo eligió para Twin Peaks: el regreso tras una audición tortuosa. Interpreta al violento y endemoniado Steve Burnett, esposo desastre de Becky (Amanda Seyfried) --la hija de Shelly y Bobby Briggs--. Su escena final en la que, desesperado, dice “soy una chica de secundaria” es tan terrorífica como las primeras apariciones de Bob. Él reconoce que, en ese momento, andaba bastante mal. “Esa audición y ese rodaje, ambas cosas significaron paseos extraños y lidiar con ansiedad y emociones por las que estaba atravesando. Creo que se dieron cuenta al elergirme. Emociones pesadas. Suicidio. Autodestrucción. Hay un aspecto de esos problemas que puedo usar y que al mismo tiempo me lastima y me lo hacen más difícil. Pero soy así. Siempre estoy tratando de cavar un agujero más profundo para meterme adentro y tratar de salir. En los personajes y en la vida”. 


En 2020 tuvo la suerte de cruzarse con dos personas fundamentales: Jim Jarmush, que le dio un papel en su sátira de zombies The Dead Don’t Die –hace de un nerd tímido que atiende un drugstore patético-- y su actual pareja, la artista plástica rusa Katya Zvereva. Se sumergió en un ambiente bien arty de Nueva York. Al fin, después de muchos años, grabó su primer disco para Sacred Bones, el sello indie que rescató a las leyendas country Blaze Foley y Townes Van Zandt, donde editan discos John Carpenter, Julee Cruise, David Lynch, el propio Jarmusch y  Jacqueline Castel, estrellas del indie como Jenny Hval, Zola Jesus o Pharmakon y leyendas como Mort Garson y Psychic TV. Hipster, maldito, indie, cósmico, todo lo que Caleb necesitaba. The Mother Stone, su primer disco, se editó ese año, con dirección artística de Zvereva, que lo hizo posar como María Antonieta en la tapa, la cara maquillada de blanco, un efecto de decadencia andrógina que, es obvio, no pasó desapercibido para Besson. Caleb había estado en una banda en la adolescencia, Robert Jones, influenciados por Radiohead y el rock minimalista (eran un trío: él tocaba la batería), pero ahora su música es diferente. No le gusta que la llamen psicodélica pero es lo más similar: Gadzooks Vol. 1, de 2021 es un vaudeville enfermizo que cita a los Beatles mágicos y misteriosos pero también a Barret, aunque hay pasajes instrumentales indescifrables como los 20 minutos de “This Won’t Come Back” pero también delicadezas acústicas como “Yesterday Will Come”. Los videos se los hace Jacqueline Castel y el más notable es el de la canción “A Slice of a Dream”, una especie de Residents + The Kinks. Las imágenes son de Jones y Katya Zvereva teniendo sexo, aunque la distorsión deja ver poco. El espejo usado es el mismo que utilizó el director de cine brujo Kenneth Anger en su película Inauguration of the Pleasure Dome. Gadzooks Vol. 2, editado en 2022, es más “accesible”: canciones como “Touchdown Yolk” recuerdan al blues más loco de Jack White aunque momentos como “Georgie Borge (The Termite)”, un poco de vaudeville con vientos, piano y su voz algo más clara, son iguales de complejos que siempre.

Desde que edita discos, el cine no quedó en segundo plano, sino quizá en paridad. Después de algunos protagónicos fallidos como To the Night de Peter Brunner (el director austríaco de Luzifer con Franz Rogowski, que al menos le dejó una gran amistad y proyectos conjuntos), llegó el golpe: Nitram, del australiano Justin Kurzel, el director de The Snowtown Murders. La película, de una tensión insoportable, es un estudio de personaje basado en Martin Bryant, un asesino de masas australiano que, en 1996, disparó sin motivo sobre una multitud en una cafetería de Port Arthur, Tasmania. Filmada durante la pandemia en el estado de Victoria, con un director especializado en violencia, la película es silenciosa y claustrofóbica, apoyada en el cuerpo y los ojos vacíos de Jones, que interpreta al asesino en ocasiones como un chico caprichoso, en otras como un adulto resentido y en las demás como un solitario abandonado, su largo pelo colorado teñido de rubio, la palidez lechosa, la caminata pesada por demasiadas drogas psiquiátricas. “Es el mejor y más inmersivo actor con el que trabajé en mi vida” dijo Kurtzel y Cannes estuvo de acuerdo porque en 2021, con un jurado presidido por Spike Lee, le dieron el premio al mejor actor. Su discurso fue legendario: “Creo que voy a vomitar”, dijo. Y después, antes de escapar: “Lo siento, no puedo hacer esto. Muchas gracias”. En una entrevista con el New York Times confesó: “Quería ser invisible y me di cuenta de que tenía que darme por vencido”. Un año antes hizo una gran interpretación ignorada en The Outpost, una película de guerra de Rod Lurie basada en hechos reales, en la que colaboró como asesor su propio hermano, veterano de la guerra de Afganistán, conflicto en el que el Jones mayor perdió las dos piernas. Y poco después del tour de force de Nitram, hizo otra actuación maravillosa e injustamente ninguneada en Finch de Miguel Sapochnik, junto a Tom Hanks: una película tierna sobre el fin del mundo con Hanks, moribundo por la radiación, dejándole su perro a un robot que él mismo creó. Un robot colorado, la marca de Caleb. Él no quiso sólo doblar, sino que interpretó con prostéticos al robot, llamado Jeff, de modo que en pos-producción los movimientos de la máquina son los de él. Y se nota. 

Nitram, de Justin Kurtzel

La elección de seguir esta racha con el controversial Luc Besson -que además no viene de hacer grandes películas-- es un riesgo. Pero todo se trató del personaje, dice Caleb. Y de los perros. Y de que Besson, arriesgado, le dijera: “No sé si alguien puede interpretar este papel, ni cómo se hace”. Entonces, por supuesto, Caleb Landry Jones aceptó el desafío. “Tuve tanta suerte” dice Besson, “porque la película no se puede hacer sin alguien excepcional. Además él es adorable e increíblemente amable. Es como una pequeña araña. Trabaja mucho y puede dar la impresión de que está loco o es muy intenso, pero la realidad es totalmente distinta. En Venecia, por ejemplo, se tomó tiempo para venir aunque estaba rodando una película que transcurre en el siglo XV en Escocia (Harvest, de Athina Rachel Tsangari). No quería dejar atrás a su nuevo personaje. Así que mantuvo el acento e hizo toda la prensa hablando así. En Dogman pasó cinco meses en una silla de ruedas. Vino en su silla desde Estados Unidos. En el hotel, por la noche salía a caminar con mucha dificultad, como el personaje. La gente le preguntaba qué enfermedad padecía. Es su manera de comprometerse. No se va a las 7 a una fiesta. Si, es intenso. Pero es maravilloso”.


Dogman se puede ver en cines. Los tres discos de Caleb Landry Jones están en Spotify.