Me encanta la idea de que exista una película como El futuro que viene, la primera de Constanza Novick, escrita y dirigida por ella. Novick viene de trabajar en televisión, como guionista de Son amores (2002), El sodero de mi vida (2001) y Soy tu fan (2006) entre otras tiras. En este caso encara la amistad entre mujeres en tono de comedia dramática a través de la historia de Romina (Dolores Fonzi) y Flor (Pilar Gamboa), que se cuenta en tres momentos: primero son dos nenas, ya casi preadolescentes, que comparten el colegio privado y pasan juntas todo el tiempo que pueden mientras a su alrededor lxs adultxs estallan en conflictos (separaciones, divorcios) y el fin de la amistad exclusiva entre las dos se vislumbra en la cara del primer chico que les gusta. Entre vestuarios de los ochenta y cassettes de Parchís, la película parece tomar sus modelos de la comedia norteamericana independiente (o incluso de series como Togetherness, de los hermanos Duplass), y lo hace con gracia en un principio, si bien se la percibe extremadamente prolija y cuidadosa, como alguien que recién aprendiera a patinar sobre hielo.

Hay un problema con eso, porque la comedia tiene que fluir y El futuro que viene por momentos se estanca, busca sus chistes con esfuerzo y parece depender, para ser divertida, más de la chispa de sus actores y actrices, que por suerte es mucha, que de escenas graciosas de por sí. Sobre todo en la segunda parte, cuando Flor y Romina son treintañeras en ese momento de la vida en el que ciertas cosas empiezan a definirse. Romina vive en una casita del conurbano con su marido (Esteban Bigliardi) y una beba de seis meses; hasta ahí llega Flor para buscar refugio después de una pelea de pareja. Se supone que toda la situación de huésped desconsiderado que viene a ocuparte el sillón y se apodera de la casa más puérpera irritada por la falta de sueño y absorbida por la maternidad es divertida, aunque nada de lo que hace Flor parece ser tan invasivo como para justificar el conflicto de “personalidades que chocan” con que la película pretende caracterizar la amistad entre las chicas. Lo más interesante de esta secuencia es lo que tiene que ver con la maternidad de Romina, porque una Dolores Fonzi sobrepasada y poco comprendida por lxs que la rodean dice las únicas líneas en toda la película que se salen de lo mil veces escuchado y visto (“Si alguien me hubiera dicho cómo iba a ser, no la tenía”, le dice a Flor mientras se toman una cerveza y el bebé duerme en el cochecito).

Todo lo demás está bien hecho pero da la sensación de ser igual a otras mil películas. Previsiblemente, Flor y Romina discuten y se vuelven a encontrar después de varios años. La vida cambió, pero las amigas siguen siendo una gran pasión, la única para la otra. No se termina de ver dónde está todo esto en la película -más que, por supuesto, en la idílica y ochentosa infancia-. Es cierto que Flor y Romina compartieron alguna risa, celebraron algún chiste con el que se divertían como nenas, pero como adultas no se las ve del todo disponibles para la otra, más bien lo contrario. Por otra parte, lo que atraviesa toda la película es cierta sensación de que las escenas están allí para ilustrar una serie de temas: la amistad, la maternidad, la adultez, el amor después del divorcio. Una detrás de otra, prolijamente van hilando una historia, pero no brillan por sí mismas. Los que sí brillan son Dolores Fonzi y Pilar Gamboa, lo mismo que Esteban Bigliardi y luego Federico León en el papel del nuevo novio de Romina, que dotan a la película de un encanto que la vuelve hasta querible. En cuanto al cine, hay algo en El futuro que viene que Ana Katz hizo mejor en Mi amiga del parque, algo de la comedia sin esfuerzo y cuyos chistes no dependan exclusivamente de cualquier situación que por haberla visto demasiadas veces genere una respuesta automática.