Entre un centro de experimentación de proyectiles, la casa "fantasma" al costado de la ruta 11 y un pueblo de 500 habitantes se encuentra un lugar único en el planeta: la albufera de Mar Chiquita, ahí donde el agua del océano atraviesa los médanos y se convierte en laguna. Esa condición infrecuente habilita la coexistencia de centenares de especies visibles y no tanto. Y de imágenes extrañas para la habitualidad de las playas argentas.

Para los viajeros y la turisteada, el sitio atrae por su originalidad y una propuesta tentadora: estar cerca del sol pero lejos del quilombo. Un destino fuera de las postales y los lugares comunes del verano argentino, a pesar de ubicarse prácticamente a la mitad del camino entre Mar del Plata y Villa Gesell, las dos ciudades más concurridas de la costa bonaerense.

Una metáfora repetida sugiere que en esa albufera se besan el agua del mar con el de la laguna. Una figura similar a la que se instaló sobre Punta Rasa, a la altura de San Clemente del Tuyú, donde el Río de la Plata se junta con el Mar Argentino.

Efectivamente, la laguna de Mar Chiquita está cerca del Mar Argentino, apenas separada por una franja de dunas vivas. Salvo un pequeño tramo: la boca de la propia albufera. Ahí es donde las aguas de uno se conectan con las del otro en un espectáculo fabuloso para quien guste: fotógrafos, pescadores, kitesurfistas, observadores de aves o simples playeros -bañistas, bah-.

Este curioso fenómeno convivencial es muy poco común en el mundo. La albufera, por definición, es una laguna de agua salobre, cercana al mar y unida a él por algún punto de conexión. El acceso a la de Mar Chiquita es por la misma entrada a la localidad, en el kilómetro 483 de la ruta 11, que va camino a completar la doble mano iniciada desde Santa Clara del Mar hasta ahí, a la espera de que se finalice la obra rumbo a Gesell.

El lugar fue declarado Reserva Natural en 2009 y los atractivos para el viajero van desde asolearse en la playa hasta trekinear por distintos rumbos, con el Sendero del Zorro como el más conocido. O bien hacer la denominada Ruta de la Cerveza, que incluye varias de las marcas pioneras en la comercialización de birra artesanal, allá por los años '90.

La laguna tiene 25 kilómetros de longitud y es compartida por todo tipo de peces, reptiles, anfibios, aves y otros mamíferos. Rayas, garzas, zorros y flamencos, bichos de variados pelajes y colores. La costanera que va bordeando la albufera hasta la boca del mar, a lo largo de casi tres kilómetros, ofrece distintas postas con carteles informativos sobre ese ecosistema.

Las opciones del turismo son tan abundantes como esas historias que todo pueblo tiene. En Mar Chiquita, hacia las orillas del norte de la laguna está una de las dos bases del CELPA, el Centro de Experimentación de Lanzamiento de Proyectiles Autopropulsados (la otra está en Chamical, La Rioja).

Desde ahí se hicieron pruebas de funcionamiento, lanzamiento y recuperación de cohetes tales como el Dragón 37 y 38, también el Martín Pescador 8. La base del CELPA fue polémica y discutida, y muchos marchiquitenses recuerdan con cierto terror viejos ruidos de explosiones cinematográficas.

Un viejo camino avanza desde la 11 hasta el puente del CELPA, último paso habilitado antes del portón de rejas. Al otro lado de la laguna está la vieja base. Algunos dejan el auto y bajan a la orilla a la mano para pescar.

Además está el viejo caserón que se observa desde la ruta, poco antes (o poco después) del peaje. Una postal casi fantasmal que acompaña el camino desde hace por lo menos tres décadas: todo el que pasa por ese tramo se pregunta desde siempre qué hubo ahí, o a quién pertenece. La respuesta nunca estuvo a mano de nadie que la supiera decir, alimentando todo tipo de fantasías.

El anverso de toda esa ficción es una realidad no menos suspicaz: el rumor de que busca construirse alrededor de la vieja casona un barrio privado. La zona pertenece a la reserva, por lo tanto es territorio protegido de determinadas construcciones. Ya abundan ejemplos en Argentina de lo inconveniente que es remover y edificar en zonas de humedales. Y, para tal caso, Mar Chiquita ya dispone de otros bonitos y suficientes lugares para vivir o dormir de paso.


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