“Busco similar” (Seix Barral), la novela que marca el ingreso por la puerta grande del periodista Nicolás Artusi al mundo de la literatura, puede ser leída en diferentes claves. Para los melancólicos, será la crónica vívida, sentimental, voluptuosa, casi nostálgica de la vida de los gays en los noventa. 

En ese sentido, Artusi recurre no solamente a las dotes propias de su profesión, sino también a una memoria prodigiosa y a una prosa mágica que tiene la virtud de transportarnos a esa época compleja a cuya sombra todavía vivimos. En efecto, con el arte con que un ilusionista hace entrar a un túnel del tiempo, el autor sumerge a los lectores en escenas, situaciones y escenarios homoeróticos donde transcurrieron los años de los jóvenes de ayer y en las cuales puede verse reflejada una generación: el orgiástico túnel de la glamorosa discoteca Bunker; los avisos de varones buscando pareja o sexo casual en la revista NX; la pansexual disco Angel’s que albergaba a todas las diversidades posibles; la prostitución de muchachos rudos y sensuales -y no exentos de violencia- en torno del bar El Olmo; los concupiscentes mingitorios de los baños públicos de los florecientes Mc Donalds; la “línea” 0600 tan caliente como onerosa…

Para otros lectores, la novela adquirirá un valor casi histórico- testimonial de una era en la que, en términos de sexualidad, el viejo mundo no acababa de desaparecer y el nuevo mundo no terminaba de nacer. En efecto, en los noventa convivieron los levantes callejeros, los encuentros clandestinos y las dobles identidades de los tiempos más represivos del amor homosexual con cierta apertura social y la consecuente mercantilización y privatización del sexo propia de la égida neoliberal

De a poco, los espacios públicos eran abandonados para la promiscuidad sexual y paulatinamente los gays decían “adiós a las calles”. Pero, previo al abandono del espacio público cuasi total merced al auge de internet y las redes sociales, hacia fin de siglo se dibujó una nueva cartografía erótica de Buenos Aires que Artusi describe con minuciosidad y exquisitez. 

Combinando la precisión de las ciencias sociales, con apelación a autores locales que analizaron este cambio de época -Flavio Rapisardi, Alejandro Modarelli, Ernesto Meccia- e intercalando referencias literarias a menudo muy hermosas -el poema Gilmamesh, Memorias de Adriano de Marguerite Yourcenar-, Artusi combina la imaginación sociológica con cumbres poéticas. Así describe: “En los noventa, el yire se mudó a los baños de los locales de comidas rápidas… El gusto incontinente por el sexo al paso hizo del polvo algo tan fugaz como la comida rápida…”.

Los noventa fueron tiempos de paradojas. César Cigliutti solía comentar que las marchas del orgullo continuaban siendo con personas enmascaradas, pero que Menem le dio personería jurídica a la CHA; que en los albores de la década el sida diezmaba a una comunidad y hacia el final era una enfermedad crónica; que la exclusión económica y social tuvo como contrapartida una movida contracultural extraordinaria conocida como Under y cuyos referentes tenían, entre otros, los enormes nombres de Batato Barea o Alejandro Urdapilleta… 

A su vez, Artusi da cuenta de que, mientras algunas bellezas masculinas eran sacrificadas en los siniestros altares del neocapitalismo -merced a la explotación laboral, el gatillo fácil o la desocupación- otras sobrevivían recurriendo al Eros contra los impulsos tanáticos del menemato. “Era muy usual que en el baño del McDonald´s uno encontrara arquetipos heterosexuales en busca de una satisfacción urgente ya no sólo el oficinista o el jugador de fútbol en ascenso, un rubio de pantalones cortos y gambas de goleador que conocí una tarde ociosa de verano: de mingitorio a mingitorio”.

Busco similar yuxtapone diferentes géneros, pero es, ante todo, una novela. Y, en ese sentido, se inscribe en la tradición del Bildungsroman. Es una novela de aprendizaje donde el narrador, un joven que se hace llamar Gastón, descubre el universo urbano del erotismo gay de la mano de otro muchacho más experimentado pleno de misterios que, como un vámpiro, viste siempre ropas negras y dice llamarse Javier (todo un personaje y verdadero hallazgo literario si los hay) al que conoce a través de un aviso publicado en una revista (una suerte de precursor antediluviano del Grinder). 

La cita no termina en la cama, pero da lugar a una de las amistades entre varones más entrañables y bellas jamás contadas en la literatura argentina. Una amistad unida por la pasión común por los muchachos, el amor al cine (la novela constituye todo un homenaje al cine y un canto de amor a ciertos personajes locales hoy relegados tales como Jorge y Aida Luz o Ana María Campoy) y separada por desavenencias, desilusiones, posibles traiciones y enigmas nunca descifrados.

Con maestría inusual para una opera prima, Artusi escribió varios libros en uno y una novela que, aunque ambientada en el pasado, es hija de nuestra época y puede ser hoja de ruta para caminos de resistencia de la comunidad LGTBIQ+ cuando los brujos no es que piensan en volver, sino que ya volvieron.