Son casi treinta personas escuchando atentas pero jadeantes cada indicación que sale de sus labios. Si el movimiento se vuelve confuso levantan un poco la mirada para entender mejor la demostración y lo intentan de nuevo. Lo importante es darse la posibilidad de enriquecer el lenguaje expresivo y sobre todo, redescubrirse en el entrenamiento: que emerja el propio movimiento. Varios son bailarines o actores en busca de nuevas herramientas pero para varios y varias es la primera vez que se animan a bailar. “Cuidemos la columna, que protege al cerebro, es el sostén”, reafirma al final de la clase mientras manipula un esqueleto para explicar cómo se relaciona cada hueso de nuestro cuerpo. Ana Frenkel es ante todo maestra y, desde su espíritu de búsqueda constante, también una eterna aprendiz. 

Pese a ser galardonada en la Primera Bienal de Arte Joven junto a su amigo y colega, Carlos Casella, ser co-fundadora del grupo de teatro independiente El Descueve (1990-2006) con el que interpretó obras como Todos contentos o Patito feo de reconocimiento internacional, co-dirigir Sucio junto a Mariano Pensotti o dirigir a Griselda Siciliani y Carla Peterson en Corazón idiota junto a Casella y Dani Cúparo, la también bailarina, directora y coreógrafa no dejó nunca de probar en terrenos nuevos volviendo a brillar con espectáculos que generaron sello propio como Villa-Villa en co-creación con De La Guarda y demostrando con su ejemplo que hay que respetar los procesos y ser agradecidos de cada etapa. “Siempre estoy  disciplinándome con alguna técnica. Desde la escuela del San Martín, la danza clásica o contemporánea, o el Kung Fu: es lo que me permite permanecer despierta. En un momento bisagra de mi vida me lastimé la columna y tuve una operación muy grande, allí conocí la técnica Alexander. Entonces pensaba que no podría volver a bailar. Ahora la llevo a mis clases ya que encontré otra forma de moverme, más orgánica. Reaprendí cómo bailar desde otro espacio y luego de cuatro años de formación me recibo en marzo”. Frenkel trabaja con lo que ya está en el cuerpo de las personas y también recurre a la improvisación instando a “que recuperen la potencia de la estructura psico-física y la libertad articular que ya existe pero que por el uso habitual heredado se la coercionó. Es auto-conocimiento pero no hay separación entre uno y los demás”.

Ana desborda vitalidad por donde se la mire pese a su agenda que se reparte entre sus clases, su formación, la familia y su práctica del Budismo de Nichiren Daishonin, a través del maestro Daisaku Ikeda, de la que ella afirma: “Desde los 19 años que practico esta filosofía de vida que me hizo conectar con la creación de valor en la propia vida y encontrar mi deseo en la profesión. Estaba estudiando Filosofía, me interesaba la Medicina y tomaba clases de baile. Andaba un poco perdida y el afuera me decía que del arte no podría vivir. Pero pude empoderarme y mantener la convicción. Carlitos tiene mucho que ver en esto, fue con él que comencé”, recuerda y sus ojos brillan y se detiene un momento a pensar: “Estoy muy agradecida a la práctica y a los jóvenes que vienen a las clases, son un gran estímulo. Actualmente, me invitaron a acompañar el proceso artístico de Louta, la banda que lidera mi hijo Jaime, quienes de un modo muy  genuino apuestan a la creación y la experimentación desde la música y los valores y lo disfruto mucho. Creo que con un sistema mediático que pretende anular una gran parte de la sociedad está con los ojos abiertos y tomando las riendas. Por eso tenemos que dar lugar a los jóvenes”. 

Su obra más reciente, en co-dirección con Daniela Bragone, con quien ya había trabajado en Pura cepa, se llama Miedo. Lejos de las grandes producciones, es una puesta artesanal que unificó las ganas que tenía Frenkel de trabajar con el actor y bailarín Diego Velázquez, con quien la unen más de diez años de entrenamiento. “Con Daniela investigamos acerca de la temática del miedo y nos interesaba mostrarla como aquel factor que pone a la luz  las varias versiones de uno mismo. En un comienzo pensábamos en un unipersonal pero luego decidimos que sea  un dúo y convocamos al actor Esteban Meloni, quien también había tomado clases. Paralelamente nos dieron la sala redonda, cuya forma se relacionó con la circularidad del tiempo de la obra. Además, Diego Vainer fue clave acustizando, ya que la música es otro actor de la obra, lleva el guión”. Esta nueva apuesta, con artistas nacidos en 1976, sabrá convocar a quien esté disponible a un código que escapa de las convenciones del teatro más tradicional. Desde una puesta física y sensorial, ambos artistas logran trasladar al público por distintos momentos y mutaciones: la de la escenografía a través de la manipulación de tablones de madera que hacen por momentos de paisajes y por otros se convierten en refugio o balsa, volviéndose una metáfora constante. Asimismo, la música, aparece también en la sonoridad de las maderas, de los roces, de ese encuentro y desencuentro en el que los dos podrían ser uno, amantes o amigos. El escaso texto permite que cada quien agregue el suyo al conectar con la experiencia en vivo. “Nunca habían trabajado juntos y fue interesante cómo se encontraron más allá de la temática. El trabajo fue intenso, de dos meses, y me gustó que la obra se fuera creando a la par de los encuentros. Además, el público está adentro de la obra. Hay gente a la que le impactó, porque tal vez no está acostumbrada a este tipo de trabajos pero buscamos invitar más que provocar”.

Escucharla es saber que los desafíos con ella nunca terminan y que siempre está dispuesta a la creación, en sus clases como en el escenario o apoyando un proyecto de artistas que dan sus primeros pasos. Inevitablemente, su praxis es vital. “El arte tiene un sentido: es el oxigenador, no cataloga, crea libertad, abrazo,  es el lugar lúdico donde podes renombrarte. Lo más interesante es poder brotar de uno mismo pero el sistema capitalista nos dice todo el tiempo: esto ya tiene que funcionar por lo que hay que perdurar en la convicción y respetar los tiempos”. Entonces, se vuelve necesario preguntarle si aún le tiene miedo a algo o qué le recordaría a la Ana del futuro: “Lo que realmente quiero es seguir forjándome para llegar a ser mi mejor versión. Que en cada obra que haga pueda poner el corazón, confiar y que eso se transmita a los demás. Continuar aprendiendo y que no me gane el miedo a la muerte. Seguir con espíritu joven y recordar que la vida de uno es una obra. No se trata de dedicarse a algo artístico sino de decidir cómo querés que sea tu vida, decidiendo  hacer algo por uno y por los demás”.

Miedo se puede ver los miércoles en el Centro Cultural 25 de Mayo, Av. Triunvirato 4444. Hasta el 1° de noviembre. A las 20.